Dos hombres acodados en la barra del Loser guardan silencio el uno junto al otro. Llevan así un buen rato. De pronto uno de ellos habla como para sí mismo:
- ¿Sabes por qué puedo pasar tanto tiempo mirando un vaso, este vaso?
- ¿Para no regresar a casa todavía?
- Porque mucho tiempo siempre será, a mi edad, sólo un instante. Por eso. -Y echa un trago-. Este sábado tocó visita a una vieja tía en su gran casona de pueblo, muy grande para tan poquito cuerpo ya, y tan cansado. Llevamos a los críos, siete y seis años, tú sabes, y al poco de llegar se me derretían de aburrimiento, iban y venían de una silla a otra, se ponían mohínos, y cuando les pedí que se estuvieran quietos el mayor me soltó, un poco con los labios fruncidos, teatrero que me ha salido: “Es que los mayores no entendéis que para nosotros un minuto aquí son cuarenta horas…”. Demonio de crío… Da qué pensar, ¿no? Un minuto, cuarenta horas… Así era. Mira, tengo la sensación de haber vivido mucho. No vivir mucho en el sentido de haber viajado, de haber conquistado y perdido y arriesgado y haber vuelto a viajar... no. De haber vivido mucho tiempo, y de que todo pasa cada vez más rápido. Tengo recuerdos que se remontan a un pasado increíblemente lejano, reuniones familiares en las que los mayores de entonces eran más jóvenes de lo que yo soy ahora, que lo sé ancianos; estrenos de películas que ya son casi clásicos, canciones hoy viejísimas que se escuchaban en mi infancia por primera vez, actores que iniciaban su carrera y ahora son vetustas glorias de Hollywood. Y lo que más me aturde es que, si no media enfermedad ni accidente, podría doblar la edad que tengo ahora, llegar ¡a los ochenta y seis! Pero cómo, con qué objetivo ya. Cómo voy a vivir otro tanto, ¿eh? Dime. Pero si tengo la vida gastada ya... Y si me apuras, cómo voy a asumir la identidad de un rostro que me será cada vez más desconocido, más extraño… Ah, el tiempo. Quisiera pararlo. ¿Tú no? Yo creo que de ahí le viene al hombre el anhelo de volar. No para ver las cosas del mundo en pequeñito, sino para despegarse de su rotación y detener el tiempo. Buscar un sitio bien alto, dejarse caer, abrir las alas y detener el tiempo. ¿No te parece? Como soltarse de las manecillas de un reloj enorme. Abrir las alas, planear, suspender el paso del tiempo… O no abrirlas y suspenderlo también…
- Bueno, bueno. Pero, ¿tú le has hablado de estas cosas al tío de la Oficina de Empleo? Porque a lo mejor de lo tuyo no, pero de animador de fiestas o de filósofo te encuentran algo.
-Bah, ríete si quieres. Oye, amigo –dice, llamando al barman- ¿Tú desde dónde te lanzarías al vacío?
- Bueno, yo no entiendo de eso –responde el barman, cruzado de brazos-, pero le contaré algo que escuché en una película, no recuerdo cuál. Hablaban de un tipo que tenía muchos problemas, infinidad de ellos, de modo que se fue al Golden Gate, el puente de San Francisco, ya saben, llegó al medio, y eso es mucho, y se tiró desde allá arriba; y, bueno, a medida que caía se iba dando cuenta de que todos sus problemas tenían solución, todos menos el de haberse tirado de aquel puente.
- Brindo por eso – dice el otro, sonriendo y con el vaso en alto.
Fotografía: JFH