Juan Carlos
Onetti, según recogió en un artículo de 1971 Félix Grande, expresó sobre Julio
Cortázar una opinión que estremece por lo acertado de su percepción: ante su
aventura poética, el genial uruguayo siente piedad y miedo, y dice: “Cortázar
está rozando con la mano el otro borde, el otro lugar, la otra piel de la
realidad donde todo es imprevisible y puede ser feroz”.
Tomemos “Axolotl”
(relato del que, por cierto, Francisco Machuca escribió hace poco espléndidamente en su blog). En un Coloquio Internacional organizado por la Universidad de
Poitiers en el mes de mayo de 1985 bajo el título Lo lúdico y lo fantástico en la
obra de Cortázar, Francis
Fontmarty hizo una interpretación apasionante de este cuento. Fontmarty partió
de la condición uterina de la pecera
que contiene a los axolotl; en el texto de Cortázar, un personaje se siente
atraído por estos animales mexicanos de manera tan intensa que acaba
convirtiéndose en uno de ellos, para contemplar desde dentro cómo su propia
cara se aleja del acuario. Este animal está relacionado con el mito
precolombino de Xolotl, mito que puede entenderse como una metáfora de la
metamorfosis creadora, de la mutación necesaria para entender lo otro, es
decir, el otro lado, esa constante…
Xolotl fue un
dios azteca que, no aceptando sacrificarse en el fuego regenerador para crear
el sol de la quinta humanidad, trata de escapar valiéndose de una sucesión de
transformaciones. Fontmarty nos dice que el juego de transformaciones y desdoblamientos
que nos ofrece la mitología funciona como un mito de creación; una creación que
en el caso de Cortázar es fundamentalmente literaria. La escritura es la
presencia de una ausencia / máscara. El vidrio de la pecera y el propio texto
poseen idéntica función: se trata de la ilusoria transparencia de una posible
comunicación que sólo se alcanzaría operándose en el lector una metamorfosis
visual que integre al escritor; es decir, la
identificación absoluta.
Julio Cortázar
Dice Morelli en Rayuela que “el lector debe vampirizar
al escritor, debe robarle el alma”. En “Axolotl”, el vidrio del acuario y el
texto actúan como espejo y reflejan lo insondable de nuestro ser: la escritura
es una forma de mutación, un retraerse cada vez más hacia uno mismo, un
desandar el camino de la especie hasta regresar al origen uterino: en realidad,
el aspecto físico del axolotl es el de un feto inmóvil en su líquido amniótico.
Pero, dice Fontmarty, conocerse a sí mismo es ante todo la manifestación de un
narcisismo fatal. Se cita una historia narrada en el capítulo 8 de Rayuela, sólo seis capítulos más
adelante que aquél en que la Maga había ejercido un lento narcisismo frente al
espejo: la propia Maga y Oliveira visitan un acuario y ambos recuerdan: “un pez
sólo en su pecera se entristece, y entonces basta ponerlo un espejo y el pez
vuelve a estar contento”.
Para Fontmarty, “regresar al acuario / útero remata el
descubrimiento contemplativo del propio ombligo. Pero ese narcisismo citado es
fatal, puesto que la escritura re-creativa es un juego mortal, un salto a lo
imposible, al más allá: al otro lado. “El escritor descubre la verdad
deslumbrante de su propio yo / él en el espejo de la escritura”. Por eso, el
cuento “Axolotl” acaba mostrándonos al mismo tiempo su yo narrador y el axolot,
ambos en el acuario.
Cortázar y Juan Carlos Onetti