Para su acostumbrada y breve reapertura anual elige el Loser esta vez la figura de un círculo que se cierra, sin que ello signifique el cierre definitivo del propio blog&bar, que quizá no se produzca nunca, o al menos eso espero, pues este lugar ya es parte de mí. Es un círculo que se cierra porque la primera entrada, allá por el 31 de marzo de 2011, trataba de un libro recién publicado, Pasadizos, del cual es autor quien ha venido regentando este local desde entonces, y ésta que es última por ahora trata, a su vez, de otro libro, Un mundo propio, que reúne precisamente una selección de los textos que aquí han aparecido a lo largo de estos más de trece años, y en los que siempre hubo una voluntad de hablar con el lector cara a cara, en la intimidad de la imaginación compartida que acepta jugar al juego propuesto: que hay una barra entre quien habla y quien escucha, y un cóctel entre ambos, que suena alguna música, que las paredes están adornadas con fotografías de perdedores cinematográficos, que este lugar a media luz es eso, un consulado, un refugio, un espacio para permanecer al abrigo de la mentira, del vertiginoso transcurrir del tiempo, del ruido, de la división…
La intimidad que propone un libro es otra distinta a aquella a la que acudí para tratar de vencer en quienes han tenido la generosidad de leerme aquí esa tendencia a la distracción que provocan las pantallas, esa lectura por encima, algo superficial, que inevitablemente se hace de un texto en un móvil, en un ordenador, incluso en un libro electrónico, yo al menos así lo siento y así se lo he oído a muchas otras personas. Aquel «In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro», de Tomás de Kempis, que casi todos conocimos citado por Umberto Eco en las primeras páginas de El nombre de la rosa, aquel pensamiento de no haber logrado hallar el descanso, después de haberlo buscado en todo, más que en un rincón con un libro, hablaba del libro tradicional, en papel, acaso incluso escrito por amanuenses, porque no cabía todavía imaginar ningún otro, claro está; y sin embargo, enunciado hoy, cuando hay ya otros artefactos para leer en ellos que no son ya unas hojas encuadernadas, enunciado en latín o en castellano o en cualquier otro idioma, se sigue teniendo la sensación de que al hablar de un libro en estos términos es en el libro de toda la vida donde verdaderamente encontrarás la concentración y el reposo. Hablo desde la experiencia de quien ha intentado esa concentración en un libro electrónico y no la ha conseguido, y de quien repasa superficialmente cualquier artículo en un diario digital, que en muchas ocasiones lleva en el encabezamiento la estimación del tiempo que ocupa su lectura, como para advertir que no será mucho, tranquilos; de quien picotea en ellos, y salta a otro artículo distinto mediante un enlace, y pierde el hilo, o ha de imprimirlo en folios si de verdad quiere enterarse plenamente de lo que dice.
En uno de los capítulos de su magnífico libro Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Nicholas Carr hace un recorrido por la evolución histórica de la escritura hasta llegar a lo que él llama «la página profundizada»: tablillas de arcilla o de cera en que se imprimían los signos de la escritura, rollos de papiro, el pergamino, y siempre una escritura continua, reproduciendo la forma en que se habla, y en cierto momento de la historia, a comienzos del segundo milenio, antes de la invención de la imprenta, la separación de las palabras, de tal manera que el lector pasa de tener que concentrarse en la tarea de identificar los vocablos en una línea larga a poder abstraerse en el contenido, en lo que se cuenta. Nace la lectura atenta, profunda, esa lectura que según describió T. S. Eliot sitúa al lector en «un punto de quietud en un mundo que gira»; es una concentración que, aplicada al acto de leer, supone una rareza para la mente humana, que ha de permanecer siempre consciente de lo que nos rodea, pues de ello podría depender salvar un peligro o captar una oportunidad. La lectura en silencio, concentrada, absorta, dice Carr, permite perderse en las páginas de un libro: el escritor se funde con el lector y el lector se hace libro. Insiste Carr en que las pantallas están anulando esa capacidad de concentración, y se refiere a cómo ávidos lectores declaran que cada vez tienen que esforzarse más para mantener la atención en la lectura de un libro como resultado del efecto que la lectura en digital está causando en nuestras mentes. Y es cierto: leer hoy es buscar ese punto de quietud del que hablaba Eliot en un mundo que gira a nuestro alrededor como un torbellino de distracciones.
Cada libro impreso es un objeto único, es tu libro o un libro que te prestan y acaso te olvidas de devolver o un libro tomado de una biblioteca pública al que las manos de tantos lectores han ido dándole la forma con que llega hasta ti, y en cuyas páginas podría pensarse que permanecen indicios inmateriales de quienes las recorrieron con los ojos antes que tú. En cada libro impreso y encuadernado se establece una complicidad inconsciente con el contenido (la ficción, el ensayo, los poemas, las reflexiones) a través de la relación entre el grosor creciente de las páginas leídas y el menguante de las que te quedan por leer: la lectura no tiene que ver con el tiempo que inviertes en ella, sino con el espacio que vas conquistando a medida que avanzas y que a su vez está vinculado a los espacios que el conocimiento o la fantasía van abriendo en tu interior.
Soy, ya se ve, un hombre de libros, desde muy niño, de ahí que haber llegado ahora a éste, ver en él las palabras que escribí para el blog, tenga mucho de culminación de un anhelo. Recuerda Borges en sus Otras inquisiciones una afirmación de Mallarmé: «El mundo existe para llegar a un libro». Así este mundo propio, mi mundo, en el que ando gozosamente perdido, perdido por elección y muchas veces sin poder evitarlo, un poco ensimismado -qué palabra, ensimismado, ¿verdad?-, un mundo interior creado con historias apasionadamente leídas, con películas o actores que dejaron en mí la perfección de una escena que luego creeré reconocer en la vida real o un gesto que imitaré irreflexivamente, creado con el canto de un mirlo, con las sensaciones que me despiertan ciertas piezas de música, con el hueco que abre a mis pies la pérdida de un amigo, con el juego de imaginar una película que no existe a partir de un cuadro y una obra de teatro, con las virtudes del silencio, con la añoranza por la tierra en la que se hunden mis raíces, con el recuerdo de un club de jazz ya desaparecido o de un programa de radio que dejó una huella imborrable en mí, con ciudades visitadas, y espejos, y museos, y que es un mundo que no pretende ser encierro, guarida de misántropo, sino que ha buscado siempre darse al exterior. Así he sido desde niño: alguien que busca contagiar a otros las emociones que he experimentado entre unas páginas, en una sala de cine, frente a una obra maestra de la pintura, dejándome llevar por la brillante interpretación de un concierto de violín. Casi nunca ha sido una mera reseña literaria, o una descripción más o menos bien compuesta de un paisaje o una experiencia, sino la pura y encendida transmisión de un sentimiento, y también, por qué no, la voluntad de compartir conocimientos adquiridos en cada una de esas íntimas aventuras que uno ha emprendido como parte de la construcción de ese mundo propio.
Por lo demás, el libro lo publica la Editorial Dos Aguas dentro de la iniciativa The Book Project, por la cual los beneficios que una obra genere van destinados a una causa solidaria o a un proyecto cultural. Creo justo que así sea. Ningún rendimiento económico le he sacado nunca al blog y entiendo que así debe ser ahora que el Loser es también un libro. He elegido la Asociación de amigos de la Orquesta Ciudad de Almería como destinataria de esos beneficios, no sólo por la gran labor que hacen en apoyo de la Orquesta y sus músicos, sino también en recuerdo de los años en que mi hija formó parte de las secciones Infantil, primero, y Joven después. Años de enorme enriquecimiento personal, tanto para mi hija como para mí. Al fin y al cabo, a ella está dedicado el libro.
Y puesto que es tanta la música que atraviesa Un mundo propio, existe un playlist en Spotify a manera de banda sonora…
Para más información o pedir un ejemplar: info@editorialdosaguas.com