jueves, 19 de mayo de 2011

Almería 66, de Francisco Ortiz


En un relato de Julio Cortázar titulado “Apocalipsis de Solantiname”, escrito a mediados de los años setenta, una época que fue para él de máximo compromiso social y político, se cuenta cómo alguien que muy bien pudiera ser el propio Cortázar regresa a París tras un viaje de dos meses por América Latina, lleva a revelar las diapositivas que ha hecho en este tiempo y cuando las proyecta en casa descubre que en lugar de los cuadritos pintados por campesinos que él había fotografiado (vaquitas en un prado de amapolas, un lago con botecitos como zapatos, una madre con dos niños en las rodillas, fiestas en los prados) lo que se ve es una sucesión de ejecuciones, cadáveres junto a chabolas, escenas de tortura, miedo… Un horror habitual para los latinoamericanos y que a él sólo le es dado ver en toda su crudeza en su casa de París. Su compañera llega de la calle, él le pide que mire aquello, incapaz de decirle nada, va al baño, vomita, llora, deja pasar el tiempo sentado en el filo de la bañera. Pero cuando regresa al salón, ella sólo ha visto lo que él fotografío: las vaquitas, el lago, la madre con los niños. Qué bonitas te salieron, le dice.

Éste es uno de los cuentos de Cortázar que más le gusta a Francisco Ortiz, no por lo que pueda tener de fantástico, ni por esa prosa hipnótica del maestro argentino, sino por lo inequívocamente comprometido de su planteamiento. Los cuentos de Francisco Ortiz recogidos en este libro, Almería 66, poco o nada tienen que ver formalmente con los de Cortázar, pero sí están vinculados en lo ideológico a aquellos que empezó escribir después de lo que él llamo su “toma de conciencia”. Estos cuarenta y cuatro relatos intensos y terribles, que en ocasiones transitan por el territorio de la pesadilla, son, de alguna forma, esa parte de la historia que pasaste por alto cuando la leíste en el periódico o la escuchaste en la tele, de tal manera que lo que hay de pesadilla no está en lo que nos cuentan o en la forma en que nos lo cuentan, sino en el hecho de que llegas a ellos tras un despertar, no al permanecer dormido.
 
Foto: Juan Sánchez
Tomemos, por ejemplo, esta noticia de hace apenas mes y medio: un hombre estrangula a su mujer, embarazada de cinco meses, y muestra el cadáver a sus familiares, que viven en Rumanía, a través de la webcam, advirtiéndoles, además, que está esperando a que la hermana de la víctima, de trece años, regrese a casa para matarla también. Los relatos de Almería 66 están escritos para denunciar el hecho inconcebible de que hayamos aprendido a digerir con naturalidad este tipo de historias reales. Podemos pasar de la página en que se nos relata algo tan espantoso a la página de deportes sin soltar la tostada, pero acaso encontremos insoportablemente perturbadoras estas historias de ficción. ¿Por qué? Porque no son algo que nos refiere una reportera junto al contenedor de basura donde el día antes hallaron un cuerpo: son algo que sucede ante nuestros ojos de lectores: es un hombre que asfixia a su propio bebé, un hombre que apuñala a su mujer al tiempo que apela al amor que dice tenerle, es la indiferencia con que un asesino a sueldo mata mientras trata de recordar los ojos de un amor de la infancia o el olor de los churros que comía de niño, es un jefe que abusa de sus empleados, un profesional del crimen que fríamente habla en televisión de los pormenores de su trabajo, en el mismo programa donde suelen entrevistar a políticos y futbolistas, y que habla exactamente como él sabe que los espectadores esperan que les hable; es un hombre que va a suicidarse y en un cuarto de baño se da cuenta de que aquélla es su última meada, es un grupo de racistas que irrumpe con extrema violencia en un albergue para mendigos, son seres humanos a los cuales la vejez, la enfermedad o el olvido de las instituciones públicas les empuja a quitarse la vida, es un secuestrado que jamás recupera una vida normal una vez liberado y reproduce en casa las condiciones humillantes de su cautiverio. Es una brutalidad esencialmente masculina, que se ejerce sobre las mujeres pero también contra otros hombres, alguno de ellos indefensos, débiles, otros igualmente violentos. En cuarenta y cuatro relatos caben más de un centenar de personajes, perfectamente dibujados con trazos muy breves, víctimas y verdugos que entran a formar parte de nuestras vidas en los minutos que tardamos en leer su historia, cada uno de ellos con su fragmento de tragedia, con su perversidad o su cólera o su terror dibujado en los ojos muy abiertos, con todo eso que está ahí mismo, tal vez en el piso de al lado, y no lo sabemos, no queremos saberlo.

Fiódor Dostoievski. 1821-1881
Francisco Ortiz ha escrito un libro profundamente transgresor, que no se ciñe a los límites de un género ni es complaciente con las modas literarias. Es, posiblemente, una de las personas que hoy más saben en España de novela negra, y digo novela negra y no policíaca, porque a este lector voraz no le interesan los procesos deductivos que conducen a la resolución de un crimen sino el hecho social en que ese crimen está envuelto. En estos relatos apenas se describen lugares, pero de alguna forma sabemos que trascurren sobre todo en barrios humildes, en los márgenes de nuestras ciudades, en espacios pequeños, donde los personajes rumian su soledad, su insatisfacción, su desengaño, su rabia; en bares con retretes sucios, en modestas habitaciones donde se ha llorado, en centros de acogida. La propia brevedad de los textos le añade aún mayor estrechez al entorno, de tal modo que las ventanas y los balcones aparecen reiteradamente como una salida que atrae fatalmente. Si la acción se desarrolla en un bosque, éste es un laberinto de árboles y maleza, y en las raras ocasiones en que un personaje llega a una playa o a la orilla de un río es después de arrebatar una vida. Y siempre, como un sonido de fondo en todos ellos, ese sentimiento opresivo de estar aislados, de estar solos, aun en pareja. “Yo estoy solo y ellos son todos”, se decía a sí mismo, abrumado y caviloso, el narrador de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski. Y he aquí, tal vez, la mayor influencia de todas cuantas puedan encontrarse en Almería 66, una influencia declarada, por lo demás: bien podría decirse que estamos ante una puesta al día de Crimen y castigo, que aquí ruge aquella tormenta interior en que se debatía Raskolnikov pero traída a nuestro despiadado siglo XXI y multiplicada por tantos personajes como viven y mueren en las páginas de este libro. Porque, en definitiva, tan importante es el sutil andamiaje social que sostiene a estas cuarenta y cuatro historias como la indagación psicológica que en ellas se hace.

Desde un punto de vista formal, sorprende la variedad de estilos, la polifonía de voces narrativas, la alternancia de tiempos verbales, en ocasiones en un mismo relato, como es el caso del cuento que da título al libro. Hay cuentos construidos con frases muy cortas y cuentos sin un solo punto, hay prosa poética y lenguaje coloquial. Hay complejas estructuras internas  adaptadas prodigiosamente a la reducida dimensión del relato, como mecanismos de relojería muy reducidos y muy precisos insertados en un pequeño cuerpo literario, y tal vez el mejor ejemplo de esto sea el relato titulado “El tiempo como enemigo”, un texto escalofriante donde el protagonismo va pasando de un personaje a otro con extraordinaria naturalidad hasta alcanzar un desenlace que es un nuevo comienzo, una especie de eterno retorno al espanto, de círculo de fuego en el que no hay salida. Este relato sirve también para ejemplificar el ejercicio de condensación narrativa que hay en todos ellos: su brevedad es el resultado de la  concentración de los recursos expresivos utilizados para desarrollar un argumento, no de una voluntad de fragmentar otra historia posible, más extensa y compleja. No en vano, en Almería 66, más aún que en su novela Última noche en Granada, publicada el año pasado, culmina Francisco Ortiz el largo proceso con el que ha ido destilando un estilo propio, años y años de escribir y leer con pasión solitaria y la disciplina de un samurái de la literatura, puliendo, cincelando el perfil de sus personajes para extraer de ellos una identidad auténtica, reconocible, tangible, la identidad de alguien con quien podríamos cruzarnos por la calle y cuyos conflictos nos resultaran igualmente auténticos, reconocibles, tangibles.

Foto: JFH

Nos hemos olvidado de que un acto de violencia, cualquier acto de violencia, es una pesadilla hecha realidad en algún lugar, en un instante preciso, para una o más personas, pero también que quien la ejerce es otro ser humano. Escribió Albert Camus en La peste: “Sé únicamente que hay en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno posible estar con las plagas”. No hay ni ha habido mayor plaga entre los hombres y las mujeres que la indiferencia ante el dolor ajeno, el que provocamos o el que sabemos que está siendo provocado por otros. Por todo ello, con Almería 66 su autor no pretendía escribir un libro más, sino zarandearnos, y eso es algo que lo convierte en un libro tan necesario hoy.


  De la presentación de Almería 66 en la ciudad de Almería, hoy, 19 de mayo

16 comentarios:

Marcos Callau dijo...

Tengo muchas ganas de leerlo, Juan. Deseo que esa presentación vaya estupenda. Un abrazo a los dos.

El Doctor dijo...

Una presentación excelente,amigo.Lástima no haber estado presente.Sin ninguna duda,dos buenos escritores y amigos.
Un abrazo.

betty_riocuarto dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Beatriz dijo...

¡enhorabuena al presentador y al presentado!

Un buen comienzo con unas hermosas palabras. No hay duda que en ellas reflejas la dignidad literaria de Francisco. La valía de un escritor.

Siento mucho respeto por el buenhacer de las personas
A mi me queda mucho camino por recorrer, apenas si hilvano palabras, pero soy fiel a aquellos que tienen siempre algo que enseñarme-

Un abrazo a ambos-

20 de mayo de 2011 16:17

Miguel Sanfeliu dijo...

Excelente presentación para un gran libro, Juan. Mi enhorabuena. Imagino que todo habrá salido de maravilla.
Un abrazo.

Marisa dijo...

Leyendo la presentación y análisis de este libro que se me vuelve muy apetecible, vuelvo a disfrutar del acto mágico y poderoso de la Literatura: su capacidad para mover conciencias, su fuerza para personalizar lo que este mundo despersonalizado nos enseña, su poder para hacernos cambiar la mirada hacia esa violencia tan habitual que, como dices, nos hemos acostumbrado a ella del mismo modo que de ver llover o de que amanezca.
Gracias por la presentación de este libro que leeré y por tu formidable análisis, Juan.
Siempre un placer leerte.

Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

Queridos amigos Marcos, Francisco, Beatriz, Miguel y Marisa: gracias, una vez más, por vuestros comentarios, sin los cuales cualquier cosa que yo escribiera aquí quedaría incompleta. Puedo aseguraros que la presentación de Almería 66 fue algo realmente especial porque entraba en juego una complicidad que viene de muy atrás y está cargada de significado. Un abrazo muy fuerte.

abril en paris dijo...

Una presentación poderosa y significativa porque no solo nos hablas del texto y su crudeza tambien del amigo.
Me cuesta mirar y oir el ruido que hacen todos esos montruos que destrozan vidas y corazones...porque no los reconozco, me son ajenos y a veces tristemente cercanos.

Un abrazo y felicidades por la presentacion y el amigo. :-)

Juan Herrezuelo dijo...

Abril: Cada día ocurren cosas horribles que escapan a la comprensión, actos monstruosos, sí, que nos cuesta reconocer como parte de nuestra condición humana. Vivir consiste en vivir sabiendo eso. Un beso.

Javier Muñiz dijo...

Hola, navegando por las letras, uno se encuentra joyas como esta, muchas gracias, felicidades y ánimo...si te gusta la palabra elegida, la poesía, te invito a mi casa,será un placer,es,
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
buen día, muchas gracias, besos irreverentes...

Myra dijo...

Hola, Juan. Da miedo pensar que estemos inmunizados ante según qué noticias por convertirse en asuntos cotidianos, del día a día.
Has hecho una estupenda presentación de el libro. Todo un tratado de sociología.

Un beso

Juan Herrezuelo dijo...

Don Vito: naturalmente que pasaré por tu espacio, de tan machadiano nombre. Porque los afectos y las afinidades son siempre cosa personal, nunca negocio... Lo otro se lo dejamos a los Corleones de hoy y de siempre. Gracias por tu visita y un gran abrazo.

Myra: cuánto me alegro de las reacciones a este texto, que no es sino el eco del libro al que sirvió de presentación: un libro que es un aldabonazo, un libro necesario del que, si los lectores de este país no están del todo dormidos, se hablará mucho. Un beso, amiga.

Raúl dijo...

Excelente texto para una presentación, Juan.
El libro, leído y disfrutado, es el actual Ortiz en esencia pura.

Juan Herrezuelo dijo...

Raúl: Si ya lo has leído, entonces sabes lo que he intentado de explicar, su valor como libro, su valentía como autor. Un abrazo y suerte en Alicante.

Clarice Baricco dijo...

Le tengo un afecto grande a Francisco y espero algún día tener su libro.
Muy buen texto y me agradó saber un poco más.
Abrazos fuertes.

Francisco Ortiz dijo...

Muchas gracias de nuevo, amigo.