Texto para el Encuentro: Literatura e imagen.
Aproximación
al lenguaje cinematográfico, celebrado el 6 de diciembre en
el
marco del XI Festival Internacional de Cortometrajes “Almería en Corto”
En esa novela colosal que es La montaña mágica, de Thomas Mann, hay una escena en
la que se describe de manera muy ilustrativa el efecto que causaba el
cinematógrafo a los espectadores de la primera década del siglo XX. La novela
se publicó por primera vez en 1924, pero esta escena en concreto se desarrolla
alrededor de 1908, y a pesar de lo mucho que el cine había evolucionado en esos
dieciséis años, el escritor alemán transmite una opinión muy poco halagüeña de
aquel invento. Para empezar, el local al que acude el protagonista, acompañado
de otros dos personajes del libro, está envuelto en una atmósfera viciada. Ante
los ojos de los presentes, unos ojos doloridos, añade el narrador, cientos de
imágenes se suceden apresuradamente, centelleando: son instantes fugaces,
fragmentos de presente para narrar en pasado una historia oriental, llena de
sensualidad y lujo y crueldad, con odaliscas semidesnudas y un tirano opresor y
un pueblo entregado al fervor religioso y verdugos de musculosos brazos… Y
aunque el protagonista de la novela piensa con desagrado que la técnica se ha
puesto al servicio de imágenes que envilecen la dignidad humana, comprueba que
a su alrededor los espectadores "parecen cautivados". La última imagen se desvanece al fin, las luces de la sala se
encienden y " “el escenario de aquellas visiones se revela como una
simple pantalla en blanco".
Esto parece confundir al
público, que no puede aplaudir, que sabe absurdo aplaudir y permanece así en un
silencio incómodo, las manos impotentes, los ojos cegados por una iluminación
que de pronto parece abusiva. Frente a todos ellos no hay nadie, no lo ha
habido en ningún momento, nadie a quien agradecerle la expresión de su arte
interpretativo, nadie a quien hacer salir a saludar con una ovación. En
realidad, el espectáculo del que han sido testigos había ocurrido en el pasado,
la reunión de los actores que lo habían llevado a cabo se había disuelto hacía
tiempo, y ellos, los espectadores, no habían visto más que su sombra, el
resultado de haber descompuesto sus acciones en brevísimas instantáneas con el
fin, dice Thomas Mann, de
poder ser reproducidas después "cuantas veces se quisiera a una
velocidad vertiginosa que, como por arte de magia, las transformaría de nuevo
en tiempo". En la oscuridad, la gente se había sentido turbada
ante los seductores rostros en primer plano que parecían ver pero no veían,
rostros a los cuales sus miradas no llegaban y cuyas sonrisas no pertenecían al
presente. El espacio y el tiempo estaban alterados: abolido uno, como detenido
el otro: el allí y el antaño se habían convertido en un aquí y un ahora lleno
de movimiento. Y de pronto, todo había desaparecido en la luz, la gente se
frotaba los ojos en silencio y con algo de vergüenza, anhelando sumergirse otra
vez en la oscuridad "para mirar de nuevo, para ver cómo aquellas cosas
pasadas volvían a hacerse presentes"
Con María Dolores García, Juan Antonio Porto y Pilar Quirosa
Ese estar sin estar, esa
mutación del pasado en presente, esa velocidad vertiginosa con que las imágenes
cinematográficas se suceden en una pantalla, ha sido definida por el pensador y
urbanista francés Paul Virilio como "la estética de
la desaparición puesta en escena por las secuencias"; la
"estética de la desaparición" estaría vinculada a otras revoluciones
del siglo XIX, y habría sucedido a la "estética de la aparición",
propia de la escultura y la pintura, donde las formas surgen de sus sustratos,
el mármol o el lienzo, y "la persistencia del soporte", es
decir, su permanencia física, tangible, "es la esencia de la llegada de
la imagen" hasta
nosotros. Por el contrario, el fotograma cinematográfico otorga movimiento a la
estética, y la velocidad de veinticuatro imágenes por segundo de la película
precisa una "persistencia retiniana". En realidad, la película no
existe como tal en la pantalla, sino en el interior de nuestros ojos. "Las
cosas", afirma Virilio,
"existirán más cuanto más desaparezcan". Dicho de otro modo,
el cine sustituye la presencia física de la obra de arte por una ilusión, y
nosotros aceptamos el espejismo, nos entregamos a lo que muy bien podría ser la
contemplación de un sueño. Pero eso sí: del sueño de otra persona.
Hasta el nacimiento y
expansión del cinematógrafo, los inventores de historias alimentaban la
imaginación de las gentes básicamente mediante la palabra. Con sus narraciones,
orales o escritas, ese tipo tradicional de inventor de historias buscaba, y aún
busca, dar forma reconocible a personajes, espacios o sentimientos valiéndose
de una hábil combinación de signos lingüísticos o de aquellos otros que los
representan mediante la escritura. No debemos olvidar que, más allá del lugar
común, una palabra equivale a tantas imágenes como lectores u oyentes tiene:
esta multiplicación es el privilegio del que gozamos los seres humanos en
virtud del pensamiento abstracto. Es más que probable que Thomas Mann no fuera el único escritor a caballo
entre los siglos XIX y XX a quien le desagradara como cosa vulgar y engañosa
ese nuevo espectáculo de imágenes en movimiento que tanto hechizo parecía
ejercer en el público. Pero a medida que avanzaba el siglo XX, literatura y
cine fueron estableciendo una complicidad cada vez mayor, y no sólo de manera
instrumental, esto es, mediante la adaptación para la pantalla de novelas,
relatos y obras de teatro, sino sobre todo en un plano subconsciente: puesto
que la afición a las películas y la afición a la lectura tienen un origen común
en la apetencia de conocer historias, incluso de participar en ellas con la
fantasía, nada más lógico que la concurrencia de ambas aficiones en una
persona. De ahí que hoy no sea ya posible que un hombre o una mujer se sienten
a escribir o a leer un relato situándose completamente al margen de la huella
que el cine ha dejado en todos nosotros.
Ahora no es infrecuente que
digamos de una novela que es “muy visual”, olvidándonos de que los grandes
escritores han creado desde siempre en los lectores una intensa sugestión de
“estar viendo” las escenas que ellos describían. La imagen ejerce un poder tiránico
en la mente, sin duda, y la influencia de los recursos propios del lenguaje
cinematográfico parece alcanzar incluso a obras literarias escritas antes de la
invención del cine. Para sentirse arrastrados por las vicisitudes relatadas en
una novela, los lectores del siglo XIX disponían tan solo con la corriente
tumultuosa de la imaginación, que no es poco. Nosotros leemos aquellas grandes
novelas y se nos figura que de alguna manera había ya en ellas los fundamentos
de una película: en la viveza de sus descripciones, en la fluidez de los
diálogos, en un ritmo que se ralentiza o se apresura según conviene a la
escena, y también en las estructuras que emplean para sostener las tramas, y en
recursos narrativos tales como la elipsis, por ejemplo. Leyendo Guerra y Paz vemos
materializarse inesperada y temiblemente el ejército de Napoleón entre la
niebla, al comienzo de la batalla de Austerlitz, y también la algarabía que una
fiesta navideña de disfraces provoca en la familia Rostov, los gorros y abrigos
de piel, los falsos bigotes pintados con corcho quemado sobre el labio superior
de las jóvenes, los trineos deslizándose velozmente de noche sobre la nieve, el
cielo estrellado, las risas, el amor brillando en los ojos de un húsar vestido
de mujer. Lo vemos. Y en las primeras páginas de Drácula nos
sobrecoge la inmediatez de ese tenebroso bosque de los Cárpatos, cuyas sombras
parecen rodearnos, y que conocemos a través de las innumerables versiones
cinematográficas que se han hecho del mito. Una de las escenas más conocidas y
admiradas de Madame
Bovary es aquella en que Emma acude a la catedral de Ruán para
encontrarse con un pretendiente y entregarle en mano una larga carta en la que
viene a decirle que nada puede haber entre ellos. El hombre, sin embargo, la toma
del brazo y la lleva casi en volandas hasta el exterior del templo, la
introduce dentro de un coche de alquiler y le grita al cochero que se dirija a
cualquier sitio. Durante varias páginas el coche recorre la ciudad con las
cortinas echadas, urgido el cochero desde el interior por la voz del hombre,
que en modo alguno permite que los caballos se paren: una de las escenas más
eróticas de la historia de la Literatura es, pues, una relación de las calles y
plazas de Ruán por las que pasa el coche una y otra vez para asombro de los
vecinos, sin que nos sea permitido atisbar lo que ocurre allí dentro.
Finalmente, el coche se detiene, una mano de mujer asoma por debajo de la
cortinilla y arroja al viento unos pedacitos de papel. Leída hoy, el cinéfilo
no podrá dejar de pensar que en Flaubert se daba una prefiguración
literaria de ese don de la insinuación visual que Ernest Lubitsch o Billy
Willder elevaron a categoría
de arte.
Un escritor, Antonio Muñoz Molina, afirmó en
una ocasión que el cine es la continuación de la Literatura por otros medios;
mucho antes, un maravilloso prestidigitador, George
Méliès, entendió que el cinematógrafo era la continuación de la magia por
otros medios, más aún, era el vehículo perfecto para la materialización de los
sueños. Estamos, pues, en ese territorio donde se encuentran la ficción y el
ilusionismo. Si la literatura nos abre hacia el paisaje de la imaginación a
través de la palabra, el cine nos lo representa mediante la sucesión de
imágenes; en los libros concebimos los espacios donde transcurren las
peripecias de los personajes –a los que acabamos acompañando- a partir de la
descripción por escrito que se nos hace de ellos; ante la pantalla asistimos a
la proyección de esos espacios con la fascinación de quien se entromete en los
sueños de otro y poco a poco va siendo atraído a ellos. Y son espacios
inmensos, de una inmensidad interior, eso sí, esa inmensidad que según escribió Gaston Bachelard es el movimiento del hombre inmóvil.
El guionista Juan Antonio Porto durante su conferencia (Foto: JFH)
Departiendo con Porto
Foto de familia. A mi izquierda: Yolanda Cruz, Pilar Quirosa, María Dolores García, Ignacio Martín Lerma, Juan Gabriel García, Miguel Ángel Blanco, Juan Antonio Porto y Jesús Salazar.
Foto de familia. A mi izquierda: Yolanda Cruz, Pilar Quirosa, María Dolores García, Ignacio Martín Lerma, Juan Gabriel García, Miguel Ángel Blanco, Juan Antonio Porto y Jesús Salazar.
17 comentarios:
Me alegra tu regreso, en especial con este fantástico texto, homenaje al cine y también a la literatura. Un abrazo.
MIGUEL SANFELIU: Gracias por tu visita. Estoy sin estar del todo, y estas semanas he usado el Loser sobre todo para tomar los pasadizos que conducen a los blogs amigos, como tu CIERTA DISTANCIA, necesitado de saber qué escribís. Un abrazo.
¡Qué feliz dia de domingo éste que nos devuelve a los amigos !
Tu texto tan interesante y bien escrito como es habitual en tí.
¡Gracias Juan! Un beso.
Esperarte, ha tenido su recompensa.
un abrazo.
Bien hallado, Juan. Por los Pasadizos se ve en buena compañía y en forma como Glenn Miller. Reivindico la frase de AMM. Es obvio, que es el método de traslación parte como la premisa de toda evolución. De la pintura a al Daguerrotipo. Y como dijo el maestro del Pozo, lo último será el fin de la estilográfica para la estampa del táctil en la web. Un abrazo
Hey! te echaba de menos. Ha sido un enorme placer leer tu entrada siempre aprendo de lo que escribes.
Un abrazo
Muy interesante, Juan. Es muy curioso ese pasaje de "La montaña mágica" Y sí, creoq ue seguiremos aceptando el espejismo del buen cine. La imposibilidad de leer y escribir hoy en día al margen del cine es un dato, al menos, para pensar durante un buen rato. Me ha guistaodo mucho la cabecera del blog, con esa barra de bar del Loser. Un abrazo.
No hay nada tan mágico como traducir unas letras a imágenes. Ver sin ser visto.
Me alegra tu regreso, Juan.
UN beso.
GRACIAS A TODOS por seguir ahí. Lo mío en estos momentos también es un poco “la estética de la desaparición”, un estar sin estar del todo, como he dicho, un visitaros puntualmente pero como de puntillas y por una pura necesidad de seguir sabiendo de vosotros, de lo que escribís, de lo que sentís... Después de más de año y medio de intensa actividad bloguera, pasar por vuestros espacios es ya “un hábito del alma misma”, que dijo Garcilaso.
La foto de cabecera, Marcos, es de un maravillosos local de Almería que para sorpresa de muchos ha reabierto sus puertas cuando ya se le daba por definitivamente perdido. Se llama “Por of Spain” y mi deseo es dedicarle una entrada algún día, pues se trata de un lugar perfecto para crear la sugestión de estar en el “Loser”.
Un abrazo múltiple, amigos.
Regresas al mundo virtual, a esta vida que se vive sin tacto, sin olor. Regresas cuando ya empezaba a ser constante tu silencio. Y llegas armado de palabras, de imágenes, con uno de esos textos que desprenden emociones, hablen de lo que hablen, digan lo que digan. Además, veo que le has lavado la cara al Loser... Tu despedida fue enigmática, pero tu retorno demuestra que ha sido muy productivo el reposo del guerrero. Un abrazo
Estoy tan de acuerdo con lo que acaba de escribir José Luis, que a punto estoy de suscribirlo y no añadir más.
Sin embargo,la ocasión bien lo merece. Un texto riquísimo en semblanzas y aromas de buena literatura e imágenes ensoñadoras. Vamos por que vuelves por tus magníficos fueros. Un abrazo.
Estupendo texto, muy visual en las referencias literarias-cinematográficas.
Alegría de tu regreso.
Reconozco a Porto, tertuliano de aquel programa que tanto echamos de menos: "Qué grande es el cine"
Un abrazo.
Gracias por vuestras palabras, José Luis, Víctor, Fernando. Por cierto, que Juan Antonio Porto es un hombre realmente entrañable, gran conversador y un apasionado absoluto del cine en general y del americano muy en particular (cosa en la que coincidimos todos, creo). Excelente guionista, además.
Me algre verte de nuevo y tus apuntes sobre la "Montaña Mágica".
Buena entrada, Ann@
Fantástico regreso, felicitaciones. Un texto enriquecedor y brillante, lo disfruté mucho.
Abrazo
Hola, querido amigo.
Y un fuerte abrazo de otro que está pero no está.
Los espacios de la imaginación;el lugar sin límites.Magnífico.A Porto siempre le escuché en el mítico programa de Garci y ahor te veo aquí con él.
Aprovecho para desearte unas felices fiestas,mi querido amigo.
Un muy fuerte abrazo.
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