El mecanismo
de la memoria tiene su propios resortes, y por lo que a mí respecta no hay un
solo 30 de septiembre, desde hace ya muchos años, que de manera automática no
recuerde que en tal día de un cada vez más lejano 1955 James Dean se mató en
una carretera de California a bordo de su flamante Porsche 550 Spyder. Uno de
los recortes de prensa más antiguos que conservo es un reportaje publicado en
el semanal de El País cuando se cumplían treinta años justos de aquel
accidente, con el título “El mito de una muerte”. Este año serán otros treinta
años más los que hayan pasado, y van sesenta: aquella rutilante promesa del
cine hubiera cumplido los cincuenta y cuatro en el 85, que no estaba mal, y
sería todo un anciano de ochenta y cuatro este 2015. Claro que ambas edades son
absolutamente inverosímiles en su caso, pues el destino le tenía reservada una
eterna parada en sus veinticuatro años.
A mis dieciocho
y diecinueve yo era, o pretendía ser, un poquito James Dean, y una parte de la
culpa la tienen aquel largo artículo y las muchas fotografías y semblanzas que
se publicaron por entonces en otros medios. Entre otras cosas, gracias a él aprendí
a aceptar mi miopía; tuve, incluso, una montura de gafas muy parecida a la de
Dean. También hizo que me reafirmara en el hábito de fumar tabaco negro,
Ducados, porque sus cigarrillos tenían el filtro de color blanco, como el de
los que se le veía fumar en las fotos, y que adquiera ciertos gestos desmañados
al andar y al apoyarme en las cosas. Su influencia, en cualquier caso, fue
infinitamente más extensa que la que pudo calar en aquel chaval alto y tímido
que vivía en Almería a mediados de los ochenta, y el James Dean style, estético e interpretativo, se ha
prolongado hasta el presente, cuando lo siguen imitando hasta los más recientes
ídolos juveniles, aunque bien es cierto que ya como una mera pose con fines
publicitarios.
Curiosamente,
el vigente atractivo del modelo de actitud que encarnó James Dean se debe a que
todo en él era rabiosamente auténtico, a la par que moderno, moderno no sólo
para su tiempo, sino incluso para el nuestro. Por regla general, resultan
ridículas las biografías de estrellas del deporte, la música o el cine que no
han cumplido aún los veinticinco. No es el caso de las innumerables que se han escrito
sobre James Byron –por Lord Byron- Dean, y todas ellas se justifican, precisamente,
a causa de su legendaria muerte. Tengo una de las primeras que se escribieron,
encontrada al azar en un mercadillo callejero, James Dean. El inadaptado,
de Yves Salgues, editorial Albor, Barcelona, 1957, significativamente traducida
al español tan solo unos meses después de su aparición en Francia (su título
original era James Dean, ou le mal de vivre). Es oportuno recordar que
los franceses de la Nouvelle vague, con Truffaut a la cabeza, fueron de los
primeros en sentirse fascinados por aquella nueva estrella de Hollywood desde
su aparición en Al Este del Edén, la única de sus tres películas, por
cierto, que se estrenó en vida del actor (rodó tres películas en apenas año y
medio; Rebelde sin causa se estrenó un
mes después de su muerte y Gigante un
año más tarde).
La lectura
hoy de esta temprana biografía novelada a cargo de Yves Salgues resulta muy
reveladora, pues evidencia que los detalles de su corta vida y los rasgos de
carácter que conocemos estaban ya perfectamente registrados antes de que se
cumpliera el segundo aniversario de su muerte: la pérdida prematura de su
madre, con esa escena macabra en que el niño le corta un mechón de cabellos a
su cadáver, su llegada con ocho años a la granja de sus tíos, que habrían de
cuidar de él, lo meteórico de su ascenso, desde un pueblecito de Indiana al
Nueva York del Actor’s Studio, con su bohemia y su periodo de privaciones, de
Broadway a Hollywood, de Gide a Steinbeck, y de una película de Elia Kazan a
una de Nicholas Ray; su matrimonio imposible con Pier Angeli, malogrado por una
mamma demasiado italiana; el Jimmy
Dean solitario, huraño, rudo, con pésimos modales y cambiantes estados de
ánimo, desaliñado siempre, impredecible, salvaje, vulnerable, irritante para
unos, magnético para otros; su afición a la música afrocubana, a la escultura,
a la fotografía, a las corridas de toros, su pasión por el bramido de los
motores y la velocidad, sobre dos ruedas o sobre cuatro, el “Litlle bastard” que
pintó sobre el aluminio de su nuevo Porsche y el Vive deprisa, muere joven y harás un bonito cadáver que se le quedó
grabado de Llamad a cualquier puerta,
dirigida por su amigo Nick Ray, el único de sus tres directores con el tuvo una
buena relación, y con quien planeó una futura alianza artística; los pormenores
del accidente, el nombre de su mecánico, que lo acompañaba, y el del tipo que
conducía el otro coche, el lugar del choque, la despiadada explotación de un
muerto llevada a cabo a partir de aquel 30 septiembre, el nombre del que compró
los restos del Porsche para tratar de aprovechar el motor y que no encontró
decente sacar beneficio a pesar de la multitud de admiradores que desfilaba
ante el jardín de su casa, donde lo había depositado; la historia de los agentes
de publicidad que se lo recompraron y no tuvieron tantos escrúpulos y lo
expusieron cobrando la entrada: por 35 centavos uno no solo podía ver el coche
destrozado, sino incluso sentarse al volante durante treinta segundos; los
rumores que decían que había sobrevivido al accidente y estaba escondido, la
mascarilla que colocaron en la Universidad de Princeton, los espiritistas que
aseguraban que oían su voz, el robo de la ropa que había vestido en el rodaje
de Gigante, las actividades de sus
clubs de fans, que en 1957 sumaban ya 84 en todo el país y reunían nada menos
que a 3.800.000 afiliados… Todo eso, y más, hasta enero de 1957, que es cuando
Salgues pone punto final a su libro.
No es mi
actor favorito, pero me reconozco rendido a sus tres interpretaciones y soy de
los que juegan (uno de tantos) a imaginar cómo habría sido su carrera, qué
películas habría interpretado y cuáles habría dirigido (era su aspiración),
cómo habría sido la competencia con los consagrados Brando o Monty Clift, a
quienes inicialmente había tomado de modelo, o la que se habría podido
establecer con Paul Newman, seis años mayor que él y que también trataba de
abrirse un camino en el cine, a quien le ganó el papel de Cal Trask en Al Este del Edén y que, a su vez, se
quedó con los protagonistas de Marcado
por el odio y El zurzo, que James
Dean no pudo ya rodar, o con Steve McQueen, otro rebelde cool, herederos ambos de la pasión por las carreras de coches que
le llevó a James Byron Dean hasta aquel cruce de la 466 (hoy 46) con la 41, en
Cholame, California, a 128 millas de Salinas, hacia donde se dirigía, y a unos
cientos de metros de donde hoy está ubicado un modesto monumento que le
recuerda y un restaurante de carretera llamado Jack Ranch Café. Podemos
imaginar que estamos allí, que hemos llegado en nuestro propio coche, que
paramos en el arcén y bajamos y estiramos los músculos y sentimos el aire en la
cara y miramos a nuestro alrededor…
30 de septiembre de 1955
9 comentarios:
Un icono de todo eso que mencionas y con solo tres películas en su haber, (creí que había hecho algunas más), eso demuestra el enorme poder que ejerce el cine. Me he sorprendido de lo poco que sabía de James Dean, por otra parte. Muy buen artículo, Juan, y muy oportuno.
Un abrazo.
Maravillosa semblanza, Juan.
¡qué fascinante seducción tienen los jóvenes rebeldes, como los loser!, en el caso de Dean todo pintaba que iba camino del éxito. Ahora ya no tenemos modo de saber si todo hubiera quedado ahí.
Según te leía esperaba encontrarme con la alusión a Newman (ya sabes lo que me ocurre a mi con Pablo Hombrenuevo), la posible amistad (hay un video que quizás conoces de la prueba para el papel que se llevó Dean, con sus bromas y risas) y lo que supuso para el uno y para el otro.
Hay vidas que se truncan demasiado pronto..ahora, como Marilyn, es un icono, un rostro, una pose, quizás un poster en alguna parte.
Hace unas semanas ví de nuevo Al este del Eden y me espera Gigante, tres interpretes con un magnetismo poderoso.
Un beso
SETEFILLA ALMENARA: Aparte de esos tres largometrajes, Dean grabó varias historias para la televisión cuando estuvo en Nueva York, para comer más que otra cosa. Pero cuando llegó a Hollywood era un perfecto desconocido. Un abrazo.
ABRIL: Conozco esas imágenes de la prueba para Al Este del Edén, pero creo que Kazan ya tenía decidido que Dean ERA Caleb Trask. La competencia entre ambos habría sido muy intensa, pero esos seis años de diferencia jugaban en contra de Newman en el escenario que planteaba la arrolladora llegada de James Dean, más joven y por tanto más próximo a las inquietudes y a la rebeldía de los adolescentes y veinteañeros de los cincuenta. Date cuenta de que se hubiera plantado en la década de los sesenta con treinta años, la edad que tenía Newman cuando aspiraba al papel de Al Este... ! Sé que te parecerá una herejía lo que voy a decir, pero puedo imaginarme perfectamente a James Dean en La gata sobre el tejado de zinc, con su gran amiga Liz Taylor, incluso –perdónperdón- en El buscavidas, y reconozco la extraordinaria labor de Paul Newman en esos títulos, cómo no. La pugna con Brando y Clift hubiera sido distinta. Clift sufrió al año siguiente su accidente de tráfico, que cambió su carrera (Dean hubiera estado magnífico en su papel de Vidas rebeldes); Brando se estaba acomodando: después de La ley del silencio, y a excepción de El Padrino, sus interpretaciones se vuelven algo espesas; se dice que la muerte de Dean y el accidente de Clift le perjudicaron en ese sentido. Tampoco hubiera estado mal la competencia con McQueen, casi de la misma edad, que tenía un papelito en Marcado por el odio y que no despegó realmente hasta el 60, con Los siete magníficos. Pero lo cierto es que ves hoy fotos de todos ellos de mediados de los cincuenta y es James Dean el que tiene un aspecto más contemporáneo a nosotros... En cualquier caso, el lugar que ocupa en la historia del cine es indisociable de su muerte. No hay otro caso parecido: estuvo nominado al Oscar dos años consecutivos a título póstumo. Y aquí lo dejo, que me embalo... Besos…
Estimado Juan, se nota tu admiración por James Dean y no dudo que era una estrella emergente, y todo eso que tan bien explicas. Un joven que bien podría pasearse ahora por Sunset Boulevard o por la Gran Via madrileña..
desde luego el papel tenía que ser para él, se ajustaba a la edad y además su gesto era el del personaje, Newman era mayor efectivamente y menos torturado, siempre tuvo que bregar con eso, demasiado guapo.. demasiado fino..se parece a Brando..etc..pero yo no puedo ver a nadie más que a él como Brick Pollit y desde luego como Eddie Felson..y desde luego que tuvo que mejorar mucho y librarse de muchos tics, algunos dicen procedentes del método, la prueba es que ganó muchisimo con el tiempo, en profundidad,en oficio.. como actor.
Pero citas a unos monstruos que además son iconos, mitos,cada uno tiene el suyo.
¡En fin, perdona! ¡como si hiciera falta que lo tuviera que defender..! ya sabes tambien me embalo..
Por desgracia lo de Dean nunca lo sabremos. Y sí, tiene su lugar en la historia del cine, la imágen jóven, jamás le veremos viejo porque la caracterización que le hicieron en Gigante no cuenta.
Otro beso, Juan y gracias por dejarme entrar en tu local..se está tan a gusto tomando un cóctel..
Querida ABRIL: compartimos admiración por Newman, aunque tú en más alto grado, sin duda. Mi actor es Montgomery Clift, y Paul está ahí, muy cerca. Llegó a convertirse en uno de los mejores actores de la historia, pero necesitó tiempo. Cuantas más veces veo las películas de James Dean más trato de imaginarme cómo hubiera madurado como actor. Diablos, a los 24 aún estás forjándote tu propia identidad, tanto más tus facetas interpretativas. Por lo demás, este local es tu casa, y como sé que no te gusta el alcohol te preparo un San Francisco. Un beso.
Wow!!! Qué diría uno de sus compatriotas. Yo también quise llevar su tupé y seguir sus pasos, pero nunca me lo habían contado así. Quiero decir así de bien. De hermoso. Una leyenda en tus manos. Un abrazo
"El principito y el pequeño bastardo", el título de _La noche temática_ que echaron dedicada a él la semana pasada en tve.
Saludos
TE confieso que jamás he querido ver ninguno de sus filmes. Su estampa la rechazo. Tuvo algo en él, que mi preconceptualización de lo masculino no encuentra. No sé, me repugnan las perfecciones masculinas y todos los moldes de cabello, facha y movilidad, estudiada ante el espejo.
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