Es como tocar la boca de la ciudad a la que amas, caminando
despacio y mirándolo todo: como tocar el borde de su boca, como ir dibujándola con
tus pasos y tus ojos, como si por primera vez la boca de esa ciudad se
entreabriera, y te basta recordar que estás despidiéndote de ella tal vez para
siempre, o que lo harás en apenas un par de meses, para deshacerte por dentro y
recomenzar a llorar. Uno hace nacer cada vez la ciudad que ama, y su boca de
calles que se abren a tu deambular, calles que se desearía no perder nunca y
que tus pasos y tus ojos eligen y dibujan en el plano de la nostalgia,
cartografía de calles elegidas para tu nacimiento hace ya tanto, perdidas
luego, recuperadas una o dos veces al año siempre, y que tal y como sabías que
ocurriría algún día coincide exactamente con las calles que no sonreirán más por
debajo de las que mis pasos y mis ojos dibujan.
Oh, Julio, cómo imaginar que aquel capítulo siete con que me
atrapaste para siempre en tu rayuela me serviría algún día para despedirme de
mi ciudad amada, para llorarla antes de lo que esperaba, de repente. Las
ciudades no corresponden al amor que se las tiene más que cuando sabemos
mantener vínculos con sus gentes, de otro modo son este cíclope indiferente que
no me dirige la mirada, son edificios que seguirán habitados, teatros que
anunciarán año tras año el programa de obras para las fiestas, monasterios
góticos tras cuyos muros dicen que le crece el cabello y las uñas a un Cristo
de madera, puentes de hierro, o mayores, o puentecillos romanos donde tardará
en inscribirse mi silueta ya no tan delgada, pero eso es otro número de la
rayuela, palacios de Diputación en cuyos patios seguirá sonando todos los
veranos música a cielo abierto, gárgolas catedralicias sujetando cámaras de
fotos, cigüeñas que están o no están, depende de la inutilidad de quienes se
dicen protectores del medio ambiente, criptas visigodas. Mi ciudad se va de mí,
no yo de ella, me deja perdido, sólo queda un último acto, y yo ya siento
temblar esa fecha contra mí como una luna en la superficie del río Carrión, por
donde, según aquella rumba, pasaba un submarino cargado de borrachos y todos
palentinos...
(Fotos: JFH)
5 comentarios:
Tu ciudad debe estar emocionada si ha leído esto. Un abrazo.
Precioso y hondo texto. Las ciudades son pieles a veces.
JOSE LUIS MARTÍNEZ CLARES: Sospecho que las ciudades solo se emocionan si hay un número suficiente de habitantes que se emocionan.
EMILIO CALVO DE MORA: Al final de lo que están hechas las ciudades es de memoria.
No son sólo las piedras, los monumentos,las luces, el ambiente de la hora del vinito o de las copas. Tampoco su actividad cultural o festiva, o sus tradiciones. Todo eso nos pudo atrapar cuando habitábamos un lugar. Pero cuando regresas tiene que haber alguien de los de entonces que siga allí y te acoja para que todo aquello vuelva a evocar parecidas emociones. Eso son, en mi opinión, las ciudades. Y qué bien dibujas nuestra amada Palencia!
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