Es
conocida la cita de George Orwell (yo mismo la he usado en un relato): «En una
época de universal engaño, decir la verdad constituye un acto revolucionario». Son
malos tiempos para disentir de las verdades oficiales, de manera que me tomo la
libertad de reelaborar completamente la frase: En una época de universal
distanciamiento social, reabrir por una vez un blog&bar como éste
supone un acto de acercamiento poético. Se trata, en cualquier caso, de cumplir
con la obligación autoimpuesta de no dejar un solo año, a pesar de todo, sin
publicar una entrada en el Loser, sin subir la persiana de este espacio para
tratar de evitar en la medida de lo posible que se lo coman del todo las telarañas
del silencio. Y qué mejor motivo hoy que la suma de poesía, amistad y reconocimiento
que me sugiere el poemario Perpetuum Mobile, de José Luis Campos Duaso.
A lo largo
de los años (y los años, y los años…), han pasado muchos libros por mis manos, digamos
un sinnúmero de libros, digamos casi una infinita biblioteca borgeana. He
disfrutado muchos de ellos como una concreta forma de placer, y he de decir que
algunos ayudaron a moldear mi carácter, algunos me abrieron caminos, algunos,
también, me cambiaron la vida. Pero, eso sí, recuerdo cada una de las veces que
tuve por primera vez en las manos el libro de un amigo. Fue mágico cuando no sabía
nada de él, del libro, quiero decir, o muy poco; cuando no lo había leído y me
sumergía en su lectura abierto a todas las sorpresas. Pero cuando he asistido a su composición, cuando fui leyendo los poemas según iban siendo escritos a
lo largo del tiempo, el momento de verlos impresos, recogidos al fin en un
libro, es sumamente emocionante.
Dejemos
que sea ahora el propio libro el que, desde su contraportada, con su voz, nos
diga qué es, a la manera en que en algunas obras de teatro un narrador nos sitúa
previamente en la acción ante el telón cerrado. Ha comenzado ya a decir que Perpetuum
Mobile es una obra con dos etapas bien diferenciadas; escuchémosle, está en
el escenario:
“La
primera parte (1990-1993), que finaliza en el poema “Las edades del otoño”,
respira un aire de continuidad, por su técnica y su temática, con respecto a un
libro anterior de su autor: Estelas de un funambulista
imaginario. Es un universo de estrofas inspiradas por la sensibilidad del momento:
el poeta decanta su conocimiento en el poema. La segunda, de una
extensión cronológica dilatadísima, recoge composiciones desde 1993 hasta el
presente. Aquí la relación entre el autor y su obra se invierte, de manera que
algunos de los poemas, desde su mismo proceso de creación, han influido de
manera notable de la trayectoria viral del autor. El poema decanta su conocimiento
en el poeta”.
Puedo asegurar
que Perpetuum Mobile no está aquí, hablándonos, ofreciéndonos sus versos,
porque sea el libro de un camarada, sino porque es un extraordinario libro de
poesía, que circulará más o menos entre los lectores, que llegará más lejos o
más cerca, nunca se sabe, pero que debería ser un libro que tuviera la
oportunidad de moldear caracteres, abrir caminos, cambiar vidas. Méritos le
sobran.
Poco podría
añadir yo que fuera más preciso que el texto de presentación. El destacado en
negrita es mío: bien se ve en esas palabras la evolución de la juventud a la
madurez. Baste decir que el primer poema remite “egónicamente” a un yo «de dentro
a fuera», y el
último al testigo, figura esencial en Campos Duaso: ese otro yo
que eres tú mismo, pero con otro punto de vista, con otra perspectiva. Hay
quien lo llama tomar distancia. Es pasar de lo ego-céntrico a lo ego-excéntrico,
entendido en su sentido geométrico, no como raro y extravagante; aunque también
podría ser, por qué no. Julio Cortázar escribió que «un problema es siempre una
solución vuelta de espaldas». El testigo te permite ver lo que, vuelto hacia ti mismo,
te es esquivo: la solución de frente.
Los poemas
de esa primera época rondan el tiempo de la Tertulia de la Calle Suipacha,
auténtico “Conversatorio” que a finales de los ochenta y principios de
los noventa fue vital para que un puñado de jóvenes, primero tres, luego, poco
a poco, más, compartieran su pasión por la lectura y su secreta dedicación a la
escritura. Mantienen, es cierto, una identidad común con los poemas de Estelas de un
funambulista imaginario (2012), pero llevados un paso más allá: el poeta se
enfrenta a otras responsabilidades mayores, la vida adulta reclama toda su
atención, el futuro nace «a manos de un niño», se insinúa ya, aunque de lejos, el otoño, y con
él la nostalgia de la infancia, que será frecuente en los poemas de la segunda
etapa: «En la
cuna de tu muerte se mece mi infancia» (pg. 30); «Nació con
tu infancia, / edificándote desde un pequeño cuerpo / primigenio» (pg. 45);
«… que
cayó en la trampa / de la seducción, de la retracción a la infancia» (pg. 56);
«Puedo aflorar
la voz de todas mis infancias” (pg. 58); “ebrio de infancias perdidas en el jardín
/ de una vieja aldea en ruinas» (pg. 66).
Podría detenerme
en cada uno de los poemas, dedicarles su espacio, pero este texto se haría muy
largo y yo me quedaría muy corto. Detenerme en un “Dejadme camaradas” que tiene
tanto de «amar
infinitamente los recuerdos». Detenerme en ese excelente poema que el autor escribió para
el acto de presentación de su anterior poemario, y que va desovillando un sugerente
condicional: «Si fuera
mujer / el tiempo que nos queda…». Detenerme en ese “Tratado de
aeromaquia” que tuve el honor de leer en el acto de presentación de la campana que los hermanos Campos Duaso, José Luis y Javier, donaron a la iglesia de Almócita en ocasión que me permitió cumplir un viejo sueño: participar algún
día en una pieza musical en directo del genial Juan Manuel Cidrón. Podría detenerme
largo y tendido y con un nudo en la garganta en el poema a la madre, en esa
dolora sucesión de «nunca más» que está entre lo más hermoso que he leído
nunca. Podría detenerme páginas y páginas en “El testigo” final, que sabiamente
enlaza con el segundo poema del libro, moto perpetuo:
«Yo
hemos muerto
muchas veces»
No es ya
el poeta quien decanta su conocimiento en el poema, sino al revés. El poeta
ofrece sus recursos expresivos al poema que quiere ser ya, que quiere nacer,
crecer en versos, multiplicarse en sentidos (sabiendo que «el poema
es superior a todos sus sentidos posibles», tal y como escribió José Ángel
Valente). Y será el poema quien acabe decantando su conocimiento en el poeta.
Pero, ¿quién es el poeta? Es el
testigo o el observado.
No quiero
acabar sin resaltar que la presentación de Perpetuum Mobile fue, al
mismo tiempo, puesta de largo de la Editorial Dos Aguas (https://www.editorialdosaguas.com/), de la que es
primer título. Digamos que el amor por la cultura en tiempos del coronavirus
parece regirse en ciertos casos como por algún manual de resistencia contra el
mal tiempo, al que hay que poner, como es sabido, buena cara, aunque sea enmascarada.
Con J. L. Campos en Instición (Almería) durante la presentación de Perpetuum Mobile. 25/07/2020 |
Y en Almócita, el 2 de agosto de 2019, el "Tratado de aeromaquia"
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