lunes, 2 de septiembre de 2013

Agustín Arenas, desde El Sur

Omero Antonutti en El Sur, de Víctor Erice


En esa galería de perdedores cinematográficos que va creciendo en las paredes del Loser, hay un lugar algo retirado en donde rumia su angustiosa soledad interior Agustín Arenas, aquel médico y zahorí que hubo de abandonar el Sur al acabar la guerra y se instaló en una ciudad amurallada del Norte, próxima a un río y envuelta perpetuamente en una melancolía de otoños amarillentos y blancos inviernos. Agustín vivió sus últimos años en una casa apartada de esta ciudad, con su mujer y su hija Estrella, a quienes en los periodos más sombríos y callados de su tristeza apenas prestaba atención. Este inexplicable desapego fue particularmente amargo para la niña, que estuvo fascinada por los poderes mágicos de los que su padre hacía uso a través de su péndulo de zahorí («mi padre era capaz de hacer cosas que a los demás les parecía un milagro»), y luego intrigada por el misterio de su pasado, en donde sin duda estaban las razones de aquel hermetismo suyo. Que Agustín le demostrara un día que ella poseía ese mismo poder, enseñándole a usar el péndulo, hizo de este objeto un lazo de unión entre ambos que se prolongó más allá del suicidio del padre.

Ladran los perros a la muerte en el inicio de esta obra maestra del cine, El Sur, de Víctor Erice, y una tenue luz va iluminando el dormitorio lentamente al tiempo que amanece tras la ventana. Digámoslo ya: memorable el trabajo de José Luis Alcaine en la fotografía. La luz es débil porque es de este lado por donde empieza la historia, del lado Norte, envuelto en sombras y silencio, como un cuadro de Caravaggio o de Vermeer. El padre está y no está, porque una parte de su vida sigue atrapada en el pasado, que geográficamente se sitúa al otro lado, en el Sur. Estrella, que tan vinculada a él se sentía a los ocho años, que rondaba la puerta cerrada de su estudio, que aguardaba expectante su llegada cada día y salía a buscarle a la carretera por la que se acercaba en su moto, quisiera saber más de él y de los suyos, de esa soledad y ese silencio y esa otra mujer cuyo nombre escribe una y otra vez en los papeles que guarda en el cajón: Irene Ríos. Pero él es un enigma indescifrable para ella.


La película continuaba en el Sur, que no era tan solo un lugar más allá de la imaginación o el deseo, sino real, un espacio en el que parecía desarrollarse otra historia simétrica, donde las sombras del Norte eran sustituidas por la intensa luz de Andalucía, donde un niño crecía creyendo que su padre murió al poco de su nacimiento y desconociéndolo todo de su hermana, de la misma forma que su hermana, en el Norte, ignoraba su existencia. Pero esa otra parte, esa continuidad natural de la película de Erice, nunca existió: queda tan solo apuntada en el relato de Adelaida García Morales en que se basa la película, y en el guión del propio Víctor Erice, para quien esta sublime obra del arte cinematográfico, tal y como los espectadores la sentimos, está y estará para siempre incompleta: primero una decisión del productor, Elías Querejeta, que apeló a problemas financieros, y después la gran acogida entre la crítica y el público, impidieron que la película se terminara: nunca vimos a Estrella en el Sur, nunca la vimos descubriendo que su padre tuvo un hijo con otra mujer, nunca vimos cómo este joven se enamora de ella sin saber quién es, nunca la vimos a ella entregándole el péndulo de su padre justo antes de separarse, ni enseñándole a usarlo como su padre le había enseñado a ella: Víctor Erice, al igual que Agustín (un extraordinario Omero Antonutti), hubiera podido también suscribir aquella frase de Salvatore Quasimodo con que se abre la novela Los mares del Sur, de Manuel Vázquez Montalbán«più nessuno mi porterà nel sud»: ya nadie me llevará al sur. Aun cercenada de una parte sustancial, la película es asombrosamente bella y conmovedora; pero muchas escenas que tenían su lógica correspondencia en otras escenas no rodadas han de ser interpretadas por separado e incrementan la sensación de misterio que envuelve a la película. 


He leído que la película de Erice y el relato de García Morales fueron creciendo casi al mismo tiempo, como si uno y otra, que entonces eran pareja, se hubieran planteado desarrollar una determinada historia cada cual a su modo. Hay diferencias entre el texto y la película, como no podía ser de otro modo, diferencias que enriquecen mutuamente las dos obras, la literaria y la cinematográfica («Te recuerdo en aquel tiempo más solo que nunca, abandonado, como si sobraras en la casa. Tu ropa envejecía contigo, os arrugabais juntos», escribe Adelaida García Morales). En la película, esa nostalgia del Sur no es sólo lamento por la pérdida de un antiguo amor, sino fundamentalmente por la pérdida del paraíso remoto de la infancia y la juventud, que es espacio y tiempo inaccesible ya para Agustín Arenas. En este sentido, en el fracaso que se deriva de la imposibilidad de aceptar el presente y de ser el padre que su hija desearía y merece, es en el que El Sur resulta tan especial para quien esto escribe.

En el texto de García Morales, publicado por la editorial Anagrama en 1985, Adriana (Estrella) sí viaja al Sur y descubre el secreto de su padre y conoce a su hermano, a quien no desvela su identidad ni la de Rafael (Agustín). En la película, estrenada en 1983 (cumple este 2013, pues, treinta años), esta parte sólo existe en el guión y en el emocionado relato que Víctor Erice ha hecho alguna vez del que hubiera debido ser el final de su obra: en la estación de Carmona, el hermano, que acaba de recibir el péndulo de zahorí que su padre le dejó a Estrella bajo la almohada la noche en que se pegó un tiro, le hace entrega a ella de un libro escrito por Robert Louis Stevenson, Islas del Sur (In the South Seas, en el original), el primer libro de viajes que leyó Erice, y en el tren que la lleva de regreso al Norte Estrella comienza a leerlo: los espectadores hubiéramos escuchado, en la voz de Fernando Fernán Gómez, un fragmento de ese libro, del que aquí selecciono un fragmento menor: 

«… la mayoría dejan que sus cabellos se vuelvan blancos en los mismos lugares donde desembarcaron; hasta el día de su muerte, a la sombra de las palmeras, bajo los vientos alisios, algunos acarician el sueño de un regreso al país natal que jamás cumplirán…»


Lo dejé allí, sentado junto a la ventana, escuchando aquel viejo pasodoble,
solo, abandonado a su suerte...


16 comentarios:

U-topia dijo...

Una película que siempre me ha subyugado. Esa extraña y emotiva relación entre padre e hija plagada de silencios y misterios.

La escena del baile cuando hace la comunión Estrella, que tierna y cuánto dice sin decir nada.

Una magnífica entrada Juan.

Un abrazo!!

Marcos Callau dijo...

Una película que tiene 30 años y que todavía no he visto. Pero dan ganas de verla y leer el relato, al mismo tiempo. Me ha gustado mucho tu texto y me quedo con tu descripción del norte: "del lado Norte, envuelto en sombras y silencio, como un cuadro de Caravaggio" Fabuloso. Abrazos.

Myra dijo...

Preciosa película. Hace muchos años que la vi.. Qué importante es la luz en estas películas que son como poemas.
Me han encantado esas frases que nos traes del texto de García MOrales:"Te recuerdo en aquél tiempo más solo que nunca...."

Preciosa entrada, Juan. Para recrearse en ella. Un beso.

Juan Herrezuelo dijo...

Efectivamente, LAURA, es una película de una belleza hipnótica, con escenas y personajes memorables, como el que interpreta Rafaela Aparicio, por ejemplo.

No tardes en verla, MARCOS, te va a llegar muy hondo.

El relato, MYRA, tiene apenas 50 páginas y es bellísimo también, de lectura muy recomendable, dirigido directamente al padre muerto: "Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá": es el comienzo.

José Luis Martínez Clares dijo...

El Sur es una de las películas más impactantes que recuerdo. Debería volver sobre ella. Abrazos

abril en paris dijo...

¡Cuántas cosas hermosas en un solo texto!y ¡qué bien nos las cuentas !
Silencios, luz y recuerdos.
Estas son las razones que tiene el cine y la literatura.

Un beso desde el norte hacia el sur luminoso

Isidre Monés dijo...

Que grande Victor Erice!! Y que grande aquel cine español de los 80!!

Hace años que no piso una sala de cine, pero como con los libros, que a cierta edad conviene releerlos, yo reviso películas españolas a menudo.
Con el cine clásico me pasa como con la poesia y la novela (no asi el ensayo) no soy capaz de leer traducciones, no me fio.
Reviso "El Espiritu de la colmena" tambien de Erice.
"El rio que nos lleva" de Antonio del Real, basado en la novela de José Luis Sampedro, y que despues de verla, compré la novela para acercarme un verano al Alto Tajo.
O el gran Jose Luis Cuerda, no puedo estar mucho tiempo sin revisar "Amanece que no es poco" obra maestra!!!!
Sigue hablando de cine, has conseguido que desee volver a ver "El Sur"

Mario Salazar dijo...

Muchas veces he planeado ver esta película y por una cosa u otra no he llegado a verla, pero lo haré en cuanto pueda, quiero ver toda la obra de Erice, uno de los más grande realizadores que hay en español, según siempre leo. Me ha gustado ese texto del que hablas, complementario, creo que todo lo que enriquece una película es fantástico, seguimos viviendo su recuerdo, y buscar más, afuera, y seguir llenando ese espacio "inicial", para nosotros que solemos partir muy a menudo del cine, es como queremos que sea, aunque el magma sea tan -y necesariamente- independiente. Buen texto. Exuda cinefilia, y siempre es bueno verlo con esa otra pasión humana, la literatura. Un saludo.

V dijo...

Extraordinario Juan. Sublime aproximación al irresoluble enigma del cine español.
Muchas, muchísimas veces me he preguntado sobre el valor del off como potente catalizador en una película. Es más, sin tardar mucho escribiré sobre ello. Este es un caso soberbio sobre el tema.
Todos sabemos lo que pasó y hasta donde llegó el celuloide magnífico de Erice.
En mi caso, he optado por dar relevancia al torrente lírico que aporta todo lo que el espectador no ve pero intuye, adivina, escudriña...Y ahí incluyo no solo al personaje enigmático que escribe la carta, y a los turbulentos enigmas familiares y políticos. También hay un aspecto ético y melancólico que tu apuntas maravillosamente. Un mundo de secretos por explorar que hacen de cada visión de la película una aventura en la que la conjetura se convierte en gozo. Pero, aun disfrutando del filme, faltaría más,voy más allá: esa segunda parte no filmada, se convierte en un auténtico enigma, un bosque de luces y sombras que convierte el final de la película en una auténtica bomba que ha de completar cada espectador. Y te aseguro, como muy bien sabes, que las posibilidades son tantas que llego a un extremo curioso: disfruto tanto de lo filmado como de lo no filmado, de lo que pudo ser. Es el poder enigmático del off visual en su grado más extremo, pues todos conocemos la amputación. Y eso, el sur que nunca veremos pero intuimos, también es cine. Un abrazo

Raúl dijo...

El amigo Machuca sabe mucho de este película, de esta obra grande. Tan grande como pausada. Hemos hablado alguna que otra vez sobre ese sur de Erice, más imaginado que visto, pero siempre sentido.
Una gran entrada la tuya, querido.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CLARÉS: No dudes en volver a verla. Está en nuestra Biblioteca Púbica de cabecera.

ABRIL: Silencios, luz... memoria... sueños... Sí, en definitiva eso es el cine, ¿verdad?. Y ese Norte desde el que me saludas es, ya ves qué cosas, mi Sur.

Abrazos, amigos.

Juan Herrezuelo dijo...

ISIDRE MONÉS: En los ochenta, ya ves, yo hacía cierto alarde de distanciamiento del cine español, sin pararme a pensar en lo mucho que me gustaban películas como La colmena, Los santos inocentes, las de Garci, aquel maravillosos Bosque animado, esa magnífica Remando al viento, Las bicicletas son para el verano, El viaje a ninguna parte, Luces de bohemia.... ¡Uff! Qué maravillas. ¿Quedará algo de lo que se está haciendo ahora? Tal vez el cine español actual empiece a gustarme dentro de 30 años...

Juan Herrezuelo dijo...

MARIO SALAZAR: Dejando de lado un puñado de cortometrajes, la obra completa de Erice se limita a tres películas, una que es tal vez la mejor película de los 70, otra que es tal vez la mejor de los ochenta y una de las películas más especiales que se realizaron en los noventa, "El sol del membrillo". Las tres de un intimismo que sobrecoge y emociona. Para mí es inexplicable que un director tan grandioso tenga una filmografía tan corta. A su lado, Terrence Malick es un director prolífico.
Saludos.

Juan Herrezuelo dijo...

V: Refiriéndose a ese carácter inacabado de "El Sur", escribió Muñoz Molina que en el arte hay accidentes que mejoran una obra, y menciona alguna catedral, los "Pensamientos" de Pascal, el "Libro del desasosiego" de Pessoa o el "Turandot" de Puccini. Cuando supe que a "El Sur" le faltaba una parte, yo la había visto ya tres o cuatro veces y me parecía una obra sublime. Posiblemente sólo Erice se duela, y con razón, de lo que no está. Los demás hemos incorporado a nuestras vidas las imágenes tal y como están. Por cierto, me gusta mucho esa voz en off de "El Sur" (la actriz María Massip), pero me imagino esa voz tal y como aparece en el relato de García Morales, dirigiéndose todo el tiempo a un tú que es su padre muerto. Tal vez no hubiera funcionado en la pantalla. Quién sabe. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

RAÚL: Se me escapó el texto que Machuca escribió sobre "El Sur". Lo he leído ahora y me emociona que fije la atención en el ese memorable personaje interpretado por Rafaela Aparicio. Gracias, amigo. Me voy a ese "Señor Presidente" tuyo que tan prometedoramente comienza.

Anna Genovés dijo...

Una película que recordaré por ese sabor agridulce de los deseos inconclusos...

Mi enhorabuena Juan; tu prosa es magnífica.

Saludos, Anna