jueves, 31 de octubre de 2013

Demasiada felicidad, de Alice Munro

El mayor elogio que en nuestro tiempo merece un libro de narrativa es, lo he comprobado,  que se lee muy fácilmente, que se lee de un tirón, o de una sentada. A menudo se oye decir que alguien lee un poco cada noche porque le despeja de un agotador día de trabajo. Bien, ésa no es la forma en que yo concibo la lectura. A mi juicio, la literatura no debe despejar la mente del lector, sino ocuparla. De ahí que continúe rehuyendo precavido ciertos autores y libros que pudieran encajar en ese elogio tan moderno de la facilidad. Pues bien, en ningún otro caso esta cautela mía ha resultado tan abrumadoramente injusta como en el de Alice Munro.

A lo largo de los dos últimos años he intentado varias veces acercarme a la obra de esta escritora canadiense, aunque sin duda no estaba acertando ni con el momento adecuado ni con la obra que más podía cautivarme. Munro venía muy recomendada por personas en cuyo criterio confío, pero los cuentos que trataba de leer no me decían nada. Pesaba en mi ánimo esa constante referencia al hecho de retratar personajes comunes con rutinarias existencias, y bueno, en fin, no necesito sumergirme en un  libro para saber lo que es una existencia rutinaria.  Hace diez días, sin embargo,  cayó en mis manos Demasiada felicidad (Lumen, 2010). Me bastó el primer relato, “Dimensiones”, para sentirme fatalmente atrapado en un verdadero prodigio literario. A ese cuento le deberé siempre el haberme facilitado el acceso al “universo Munro”, hasta entonces vedado para mí, un territorio narrativo que, sinceramente, no tengo la más mínima intención de abandonar por ahora. Después de este primer libro me aguarda un segundo, que es precisamente el último que ha publicado, y tras éste otro más, relatos también, claro, de 1990. Y es sólo el comienzo.

Alice Munro, nacida en un pueblo de Ontario, Canadá, hace 82 años, tal y como se ha repetido tanto estas semanas, fue una niña extremadamente rebelde, según sus propias palabras, y una jovencita que soñaba con ser escritora. Pero se casó, abandonó la universidad y se dedicó al cuidado de su familia. Sin embargo, el veneno de la ficción no se diluyó en el tedio infinito de las tareas domésticas, y no dejó de escribir. El primer titular de prensa que mereció, en 1961, fue “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”. Y así era, exactamente, aprovechando la hora de la siesta de sus hijas. Su deseo hubiera sido escribir novelas, pero la atención de la casa y de las niñas la obligaba a desarrollar sus historias de manera más breve. De la necesidad hizo virtud, y sin renunciar a todo cuanto quería contar en cada ocasión fue madurando una estructura, un estilo y un uso del tiempo narrativo que suponen todo un logro literario: el de contar en unas decenas de páginas lo que a cualquier otro escritor le hubiera ocupado el espacio mucho más dilatado de una novela.

Leer un libro de Alice Munro –leer el libro que acabo de terminar, Demasiada felicidad, y ahora presiento que cualquier otro- equivale a adentrarse en un complejo entramado de vidas humanas, cada una de las cuales se abre a otras vidas, a otros caracteres perfectamente dibujados, a otras honduras psicológicas que acaban penetrando en la conciencia del lector. La sencillez expresiva que uno cree percibir leyendo las primeras líneas de sus relatos o abriendo cualquiera de sus libros al azar, no sólo es aparente: es totalmente engañosa. Terminado el libro, después de haber pasado con fascinación de un relato al siguiente, el lector está habitado por una pluralidad de seres de ficción, pero también por mínimos instantes imperecederos que, por alguna razón, uno cree recordar como si los hubiera tenido delante de los ojos: esa mujer joven que ha perdido a sus tres hijos siempre será un rostro inexpresivamente asomado a las ventanillas de cualquiera de los tres autobuses que ha de tomar para visitar a su marido encarcelado; hay otra mujer, mayor esta vez, que hace cola en una librería para que una joven escritora le firme la novela en la que esa mujer ha creído reconocer algunas escenas de su propia vida, contadas desde una perspectiva distinta; hay el chasquido que hacen unas nalgas desnudas al separarse «de la lustrosa tapicería de la silla del comedor» en una casa opulenta; hay una viuda reciente charlando en su cocina con un desconocido cada vez más amenazante; hay una niña pintándose la cara con una brocha y un padre que se echa al hombro el cuerpo maltrecho de su hijo, que acaba de caer por un hueco de una montaña, y una niña de trece años sentada en el primer escalón de una larga escalera después de haber cerrado con llave la habitación donde agoniza un enfermo, y dos niñas a quienes todos toman por mellizas aunque acaban de conocerse en un campamento de verano, y un hombre gateando en un bosque, y una matemática de finales del XIX atravesando el crudo invierno centroeuropeo en tren.

Alice Munro. Foto: Derek Shapton

A Alice Munro algunos le llaman el Chejov canadiense. Yo no puedo opinar, no tengo elementos de juicio. Sí sé que al menos cumple con aquella máxima chejoviana, tan citada, según la cual si al comienzo de un relato -o en el primer acto de una obra de teatro- aparece un clavo en la pared -o una pistola colgada de un clavo en la pared-, al final ha de aparecer alguien colgado de ese clavo -o alguien ha de ser muerto con esa pistola: hay varias versiones-. Son muchos los casos en que esto es así en los macrocuentos de Munro: así por ejemplo, la primera frase de uno de ellos es una exclamación de tristeza y horror, puesta en boca de la madre de la narradora, y tras conocer en primera persona la vida entera de esta mujer, el cuento acaba colgando una monstruosidad de esa tristeza y ese horror. En realidad, en casi todos los cuentos de Alice Munro una anécdota de infancia atraviesa toda una vida para aparecerse al final y mostrarse como explicación de muchas cosas, y en eso se parece más a Ross Macdonald, maestro de la novela negra.

Y si esto no fuera bastante para trasmitir mi recién adquirido entusiasmo por la escritora canadiense, diré que incluso uno de los personajes de Demasiada felicidad «detestaba la palabra “evasión” aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real». Diablos, ¿no es eso lo que trataba de explicar yo al principio de todo esto?

16 comentarios:

V dijo...

No he leido ese libro en concreto. Pero si puedo decir que sin llegar a tu abulia o desconexión inicial con su mundo, me pareció siempre una buena escritora. Pero lejos de la excelencia que concedemos a los grandes maestros.
No he leido nada insulso ni que permita abrir la puerta de la indiferencia, al contrario. Pero jamás me ha parecido una escritora mayor.
Ahora bien,esto no deja de ser una simple opinión personal de un lector, que por cierto también prefiere absorver como una esponja y no solo distraerse. Que ocupados están algunos en que simplemente nos distraigamos...
Tomo nota pues de este título y lo anoto ahora mismo. Se agradece la recomendación. Un abrazo

Hermi dijo...

Hay que elegir muy bien lo primero que se lee de un escritor. Me ha pasado con ésta igual que a ti: no encontraba en sus cuentos nada que me llamara la atención. En concreto fueron sus cuentos del libro Las lunas de Júpiter. También me ocurrió que venía de recomendaciones entusiastas de personas que me interesan como lectoras pero… está claro que no acerté con ese primer título. Pero siempre se puede rectificar. Me ocurrió con Jünger. Leí “Sobre los acantilados de mármol” y no entendí absolutamente nada. O si lo entendí me dio exactamente igual. Luego me recomendaron encendidamente sus diarios y caí rendido para siempre en sus redes. Los he leído todos. Sus siete volúmenes. En este caso haré lo mismo con la Munro y buscaré desde ya su Demasiada felicidad.
Un saludo

Juan Herrezuelo dijo...

Amigos V y HERMI: llevo leídos tres relatos de su último libro, “Mi vida querida”, y a pesar de todo lo bueno que se ha dicho de él, mis impresiones están muy lejos del entusiasmo que despertó en mí “Demasiada felicidad”, tan lejos que ni siquiera puede llamarse entusiasmo, y en el caso del primer relato la sensación ha sido de franca desilusión. De no ser por lo mucho que me gustó el otro libro, probablemente no hubiera progresado mucho más en mi lectura. Es decir, que mis encendidos elogios se ciñen a “Demasiada felicidad”, que sí recomiendo vivamente: bastará con el primer relato para entender lo que digo. Abrazos.

José Luis Martínez Clares dijo...

A veces los premios sirven para algo. Yo no me había planteado leer a esta autora hasta hace unos días. Ahora presiento que me estoy perdiendo algo. Abrazos

abril en paris dijo...

"Demasiada felicidad"..umm nunca es demasiada, pero quisiera entenderlo y tú has conseguido que quiera acercarme a la escritora a la que ya tenia echado el ojo..
Comparto la apreciación. Leer tiene que ser algo más que tomar un somnífero ( no estoy en contra de leer por placer, sin sufrir, y dejarse llevar ) pero eso es otra cosa.

¡Gracias como siempre, por tu entusiástica recomendación, Juan!
Ya te diré.

Besos

Marcos Callau dijo...

De acuerdo, Juan. Un libro debe mantener la mente ocupada. Anotamos "Demasiada felicidad" como punto de contacto con esta autora canadiense de la que todavía no he leído nada. Gracias por tu recomendación. Tus recomendaciones, he de decir, que siempre son acertadas. Abrazos.

ethan dijo...

Tengo que hacer como tú, adentrarme en el mundo de esta escritora. Y es que lo sencillo a veces es complicado.

Adrian dijo...

Pues a mí me fue mejor. Sin saber nada de ella, leí un par de cuentos que me... ¿cómo decirlo? renovaron. Sus cuentos son ecos de intimidades, de secretos, de dichas nunca apagadas listas para ser avivadas, son, son, para utilizar un término de moda y con la pretensión genuina de utilizarlo bien, cuánticos. Excelente. Y me la había perdido hasta hoy. Lo emocionante es que la siguiente pregunta es: ¿qué más estaré dejando pasar?

Rossina dijo...

Dudo que pueda hallar en Bs As alguna edición de este libro que tan bien recomiendas. Desde que atrapa tu "prólogo" hasta que me haces recordar la cierta satisfacción que da el hecho de que aún haya mucho por descubrir en un autor. Hay veces que llegamos a completar todo lo escrito y ahí no hay más escapatoria que la relectura.

maría josé tirado dijo...

Yo aún no he leido nada de ella, aunque siento que caeré en la tentación, sobre todo tras leerte tan entusiasmado. Pienso que cada autor y cada libro tienen un momento adecuado para el lector, la magia es que coincida el libro adecuado en el momento adecuado ;). Saludos!!

Juan Herrezuelo dijo...

Amigos JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CLARÉS, ABRIL, MARCOS, ETHAN, ADRIAN, ROSSINA, MARÍA JOSÉ TIRADO: a los que amamos la lectura nada nos gusta más que recomendar un libro que nos ha entusiasmado, un autor que abre un nuevo camino de placeres literarios en nuestra vida. ADRIAN, al que doy la bienvenida al Loser, explica a la perfección lo que se siente leyendo a Munro. ¿La felicidad puede llegar a ser demasiada? Me conformo con que aparezca de manera suficiente. Cuando alguien titula así un libro, el lector tiende a analizar cómo aparece tal o cual concepto en sus páginas. La reflexión más importante que Munro hace de la felicidad en éste no está en el último relato, el que da título al conjunto, sino en el segundo, “Ficción”: “Casi parecía que tuviera que producirse un ahorro aleatorio y, por supuesto, injusto en los gastos emocionales del mundo, como si la gran felicidad de una persona –aunque fuera pasajera y endeble- pudiera derivar de la gran infelicidad de otra”.
Da que pensar, ¿verdad?
Un abrazo a todos.

Dylan Forrester dijo...

Certera apreciación sobre la autora, espero leer su obra por aquí, ya me la van recomendando muchos.

Saludos.

Francisco Ortiz dijo...

De nuevo vuelvo a este libro y de nuevo leo algunos relatos que leí hace ya un tiempo y los veo con otros ojos, los descubro como por primera vez y siento fascinación y agradecimiento ante un talento tan sencillo y tan depurado que me recuerda al de otro grande de las letras, nuestro Baroja, con quien Munro comparte el movimiento en avance continuo y la inmediatez de lo narrado, que hace pensar en que son autores que han tocado la vida y no la han amasado para reducirla a mera sustancia literaria, que la han respetado en su complejidad y su invitación a profundizar sin vanas retóricas. De nuevo vuelvo a este libro -y avanzo desde el lugar donde me quedé - gracias a ti, quien más y mejores recomendaciones me ha destinado a lo largo de estos no pocos años ya de degustaciones de historias en tinta y papel.

Juan Herrezuelo dijo...

FRANCISCO ORTIZ: Cuánto me alegra, especialmente, que te haya gustado a ti este libro. No quise hacer referencia a lo mucho que el mundo narrativo de Munro, sobre todo en lo que concierne a unos personajes tan rabiosamente humanos, me recordó al de tus relatos en “Almería 66”; no quise hacer ese apunte precisamente para no condicionar la lectura –o relectura- que tú hicieras de ellos, pero puse, eso sí, el guiño de Ross Macdonald. Tu apunte barojiano me parece muy acertado. Ese es el camino, como decimos tantas veces.

Belkys Pulido dijo...

Compramos Las lunas de Júpiter y me he quedado realmente sorprendida. No entiendo la grandeza premiada y me resultan insoportables los cuentos o novelas donde la gente habla y habla, parecieran estudios antropológicos. Para leer el mundo tal cual está nuestra existencia y punto. Lo literario sobredimensiona y al menos Las luna de Júpiter me han resultado un fiasco.

Yadir Gomez dijo...

Es la primer libro que leo de Alice, pero de hecho igual que tú siento que tengo que leer más.
Demasiada Felicidad me hizo acordar bastante al Libro de la risa y el olvido de Milan Kundera donde se construyen varias versiones de una novela (breve)...

Saludos.