lunes, 18 de noviembre de 2013

Albert Camus: verdad y libertad

                                                            Foto: JFH

Al comienzo de su última e inacabada novela, El primer hombre, Albert Camus nos presenta al protagonista, Jacques Cormery, en el cementerio de Saint-Brieuc, frente a la tumba de su padre, muerto durante la Primera Guerra Mundial antes de que él cumpliera un año. Cormery lee las fechas de nacimiento y muerte, calcula la edad, 29 años, piensa en su propia edad actual, 40 años, y repentinamente la idea de que el hombre enterrado bajo aquella lápida es más joven que él, su hijo, le sacude físicamente; se siente invadido por la ternura, la compasión, la piedad, el vértigo: quieto entre las tumbas –ocupadas todas ellas por jóvenes muertos en la misma guerra, padres de hombres encanecidos-, le confunde la quiebra de un orden natural del tiempo, la inexistencia de tal orden fluvial, su sustitución por la locura y el caos: hijos que son más viejos que sus padres.

Estas últimas semanas he asistido a varios homenajes tributados en mi ciudad al escritor Albert Camus. En algún momento recordé esa escena que tanto me impresionó cuando la leí en 1995, a mis propios 29 años. El manuscrito de aquella novela –autobiográfica, por lo demás- fue encontrado entre los restos del coche en el que Camus se mató en enero de 1960, cuando contaba 46 años. Disfrutando de un vaso de pastis  –tal vez algunos más- en la tarde noche del día siete de noviembre, fecha en que se cumplía el centenario de su nacimiento –y también el primer aniversario de la librería Zebras, que organizaba el acto-, caí en la cuenta de que ahora yo soy un año mayor que Camus: un hijo que supera en edad a uno de sus padres literarios.

Admiro desde hace mucho a Albert Camus, pero estos días en que he profundizado más en su obra y, sobre todo, en su vida y su pensamiento, las razones para admirarlo se han multiplicado. Más que una mera grandeza literaria, la suya fue –es- una grandeza intelectual y ética. Una figura como ésta resultaría inconcebible hoy, quizá incluso resultaba enorme en su tiempo, de ahí que le fuera concedió el Nobel antes de cumplir los 45; he vuelto a leer, con un estremecimiento de emoción, la carta que con tal motivo le escribió a su maestro de primaria, Louis Germain («… cuando supe la noticia pensé en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto»); y he leído por primera vez el discurso que pronunció en Estocolmo en aquellos ceremoniosos días: persuadido de que, por su juventud, la suya era una obra «todavía en formación», y consciente de pertenecer a una generación destinada a enfrentarse a grandes retos («impedir que el mundo se deshaga», «restaurar entre las naciones una paz que no sea la de las servidumbres, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura»), aseguró comprender que el honor del premio recaía en realidad en esa generación.

En aquel discurso memorable, Camus trazaba el que a su juicio debe ser el papel del escritor; desde luego, no estar aislado, no estar separado de nadie, ser uno mismo entre todos, estar con quienes sufren la Historia y no con quienes la hacen («Quién a menudo ha escogido ser artista por sentirse diferente, no tarda en darse cuenta de que no nutrirá su arte y su diferencia sino reconociendo su semejanza con todos»). En este texto establece también las dos responsabilidades que comporta el oficio de escribir, y su grandeza: «el servicio a la verdad y el de la libertad»; de estas responsabilidades surgen dos compromisos: «la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión». Y uno no puede sino preguntarse qué ha sido hoy de estas responsabilidades y estos compromisos.

Para finalizar estas dos semanas de homenaje y recuerdo, un magnífico gesto de amistad y bibliofilia puso en mis manos la edición especial de El extranjero que hizo circular Alianza Editorial este mismo año, con traducción de José Ángel Valente y dibujos de José Muñoz. Describo mi emoción mediante la fotografía que encabeza este texto.

Hubiera querido proyectar aquí mismo, en el Loser, el documental que vi el jueves 14 en un acto organizado conjuntamente por la librería Zebras y la Alianza Francesa, Albert Camus, una tragèdie du bonheur (Albert Camus, una tragedia de la felicidad), un testimonio realmente iluminador sobre el autor. He preferido, sin embargo, abrir un pasadizo e invitar a todos cuantos aman la literatura a recorrerlo con un pastis en la mano y verlo ahí, al otro lado, entrando por AQUÍ. 


11 comentarios:

U-topia dijo...

Pese a que he leído poco de Camus, siempre he admirado justamente lo que resaltas, su compromiso con la realidad, su coherencia e integridad.

Me guardo el vídeo y lo veré con tranquilidad.

Un abrazo!!

José Luis Martínez Clares dijo...

Es esta una de mis lecturas pendientes. La figura de Camus es un ejemplo de trayectoria humanística. Bravo. Un abrazo

V dijo...

doble pecado el mío. No solo lo he leido poco, sino que además no he seguido tu ejemplo y me he perdido un acto sobre su figura...
En fin...Lo que planteas sobre la edad y sus paradojas me parece interesantísimo, y muchas veces lo he pensado respecto de cantantes y escritores que murieron a temprana edad y a los cuales uno lee con una edad muy superior a la que ellos tenían cuando escribieron el texto o compusierion la canción. Este delicioso texto invita a indagar más sobre su obra. Un abrazo.

Hermi dijo...

De Albert Camus he leído varios de sus libros. El mito de Sísifo (sobre el tema crucial de si la vida merece la pena vivirla o no), La peste, El verano, un librito de micro relatos que editó hace años Alianza y que habla sobre todo del Mediterráneo, de la necesidad de superar la tragedia de la gran guerra. Pero sobre todo, la lectura que siempre tendré presente es El Extranjero. Siempre la comparo con un cuadro impresionista: hay una atmósfera, una luz que irradia de la novela que siempre permanecerán ahí.
Muy buena entrada, Juan.

Isidre Monés dijo...

Ahí me has dado. Con Kafka, Camus son mis dos escritores de cabecera, y "El Extranjero" la novela (corta, claro está)que más veces he leído. Siempre aparece algo nuevo, alguna frase, alguna escena, la relación del vecino con su viejo perro perdido. "Espero que esta noche no ladre ningun perro" la hipocresía:
"Se le condenó por no haber llorado en el entierro de su madre" la frase de Mersault al cura "Todas sus certezas no valen un cabello de mujer"
Las horas en Marengo.
Los personajes secundarios.
La maravillosa descripción del paso de la tarde desde el balcón,sentado en la silla apoyando los brazos en el respaldo, como vió que lo hacía el tendero.
El calor, el sol, el sudor y la sal de golpe en los ojos, la playa,el mar como plomo derretido.
"Luego he disparado 4 veces, sobre el cuerpo inerte.Fueron 4 golpes breves, con los que llamaba a la puerta de la desgracia"
Visconti rodó una buena película con Mastroiani como un Merssault convincente.
Muñoz dibujo una especie de cómic maravilloso en blanco y negro.

Camus es quiza el único autor de frases o aforismo que no me resulta cargante, suya es esa:
Nacer pobre es de las pocas cosas que uno puede oegullecerse"

Ahí me has dado, Juan!

P MPilaR dijo...

¿Pero cómo, sin errar, logrará un escritor permanecer aislado
o si de islas circundantes siente apenas vacíos?

No lo sé.
Camus tal vez sí.

fuerte abrazo, Juan

El Doctor dijo...

Me sigue fascinando esa historia de Meursault, un tipo desplazado al que todo se la suda: su madre muere - se la suda -; mata a un árabe en una playa argelina - se la suda -; es condenado a muerte - ni siquiera se defiende, es decir, que se la sigue sudando. La primera frase de la novela ya lo dice todo: "Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé." El tío ni siquiera sabe el día que murió su madre. Hay algo de lo que nunca nos damos cuenta: todos los grandes perdedores, los asesinos perdidos, los antihéroes que están de vuelta de todo de la literatura contemporánea son herederos de Meursault. Son Sísifos felices, rebeldes que no se dejan engañar fácilmente, nihilistas optimistas, inocentes hastiados: en resumen, paradojas ambulantes que siguen respirando pese a la inutilidad de todo.

Por cierto,perdona el tono del comentario,por un momento me he creído Meursault.

Un fuerte abrazo,amigo.

Anna Genovés dijo...

Un homenaje a un gran escritor... No me cabe la menor duda de que todo hijo cuyo padre fenece a una edad temprana se hace la misma pregunta. Lo viví en mis carnes.

Revisaré la novela. Gracias.

Un abrazo, Anna

abril en paris dijo...

Asignatura más que pendiente pero dispuesta a aprobarla. He pasado a través de ese pasadizo y he disfrutado, primero con el texto y luego el documental, Juan, y de nuevo tengo que sentirme agradecida por guiarnos.

Un beso

Raúl dijo...

Es la única novela de Camus que he leído.
Me enfrenté a ella demasiado joven, demasiado como para dejar enredarme en ella, que es lo que obras tan excelsas requieren: rendición incondicional. Así que solo la leí, sin disfrutarla
Un sabio libertario, este gran escritor.

Anónimo dijo...

Bella novela la de Camus, leída hace tiempo, quizás, debiera retomarla nuevamente. Eso y "El hombre rebelde", que también anda en mi biblioteca.

Abrazo grande