lunes, 3 de abril de 2017

Danny Rose


Que el bueno de Danny Rose es un perdedor casi nadie lo pondría en duda, y sin embargo entre la gente del espectáculo, y sobre todo en el gremio de los cómicos neoyorquinos, todo el mundo conoce una historia divertida con la que recordarle. En realidad, los cómicos nunca se hubieran referido a Danny como un loser: era un tipo sin suerte, simplemente. Quiso ser humorista, de los llamados comediantes en vivo, como el propio Woddy Allen que inventó e hizo suyo el personaje en 1984, solo que no pasó de animador de fiestas para octogenarios y acabó por hacerse agente de artistas, qué otra cosa le quedaba. Eso sí, qué artistas. Sus representados ocupaban el nivel más bajo del show business: un bailarín de claqué cojo, un xilofonista ciego, un malabarista manco, un pingüino que patinaba vestido de rabino, una mujer autodidacta que interpretaba música deslizando los dedos por el filo de varias copas con agua, un doblador de globos o un ventrílocuo tartamudo del que ni siquiera Danny Rose quiso hacerse cargo en un principio, pero al que después de una paliza propinada por la mafia, de la que Danny fue involuntario responsable, acogió en el grupo de disparatados faranduleros a los que representaba.

A pesar de todo, Danny Rose creía realmente en aquellos números y se dejaba la piel por ellos cuando negociaba un contrato. De tanto en tanto uno de sus artistas conseguía tener éxito, y entonces, indefectiblemente, éste lo abandonaba. Él no lo veía venir. Nunca lo vio. Ya he dicho que era un buen tipo. Más que un agente, era un amigo y un confesor para sus representados, haciéndoles creer en sus posibilidades e intentado sacar lo mejor de ellos, que nunca era mucho más de que lo que ya mostraban a simple vista: Repite frente al espejo las tres palabras, les decía: estrella, sonrisa, firmeza. Y funcionaba. Al menos eso pensaba él. Y no, nunca vio venir la ingratitud.


Era un hombrecillo nervioso hasta la úlcera de estómago, con gafas de gruesa montura y un frenético lenguaje no verbal, con unas manos empeñadas en dar forma a cada una de las palabras que soltaba con su incontenible labia. No decía déjeme decirle una cosa, decía déjeme introducir un concepto en esta coyuntura, y las manos iban, venían, introducían, conceptuaban. Cierto día, alguien contó en una tertulia de cómicos y agentes celebrada en el pequeño delicatesen Carnegie Deli de Nueva York la historia más divertida de Danny Rose, y tal vez la más larga, aunque nunca se sabe; además, a ratos resultaba más triste que divertida. Tenía que ver con Lou Canova (Nick Apolo Forte), un crooner italoamericano con exceso de peso y cierta inclinación a la bebida y la infidelidad conyugal que veinticinco años atrás había conocido un fugaz éxito y que ahora trataba de reflotar su carrera con el apoyo indeclinable de Danny Rose. Para un concierto en el que se jugaba el todo o la nada, Canova le pidió a Danny que llevara consigo a su amante, Tina, Tina Vitale (Mia Farrow). El esforzado agente se sorprendió, creía que su matrimonio iba bien, que había dejado los líos de faldas, pero aceptó el encargo: qué no haría por su mejor artista la noche más importante de sus vidas. Lamentablemente, la temperamental Tina estaba vinculada con la mafia, y Danny Rose  acabó perseguido y casi liquidado por un par de gánsteres al ser confundido con el tipo que mantenía una relación con ella. Al final todo terminó bien. Salvo por ese pequeño detalle de la ingratitud de la que solía ser objeto, claro. Pero él siempre salía adelante. Sus artistas sin fortuna nunca le abandonaban. Y era un tipo querido en la profesión.


En una filmografía tan extensa como la de Woody Allen, las opiniones acerca de cuáles son sus mejores películas o qué época, qué década, es la que acumula más títulos brillantes, diferirán entre sus incondicionales. En lo que a mí respecta, Broadway Danny Rose es una de las que más me han gustado siempre, desde que la vi en cine hace más de treinta años. Rodada en un magnífico blanco y negro, como esa auténtica joya cinematográfica que es Zelig, estrenada el año anterior, este emotivo homenaje a los cómicos más humildes precede en la década de los ochenta a títulos como La rosa púrpura del Cairo, Hannah y sus hermanas, Días de radio, September, Otra mujer y Delitos y faltas, palabras mayores todas ellas. Y es que no fue una mala década para Allen la de los ochenta. ¿La mejor de su carrera? Posiblemente la que reúne un mayor número de películas redondas.

Maestro en conseguir el Oscar para sus actrices, bien pudo haberlo obtenido Mia Farrow, su pareja en aquella época, por su papel de Tina Vitale. Desde luego, es la única ocasión en toda la filmografía de esta actriz en que el espectador no echa de menos un saquito de sal al alcance de la mano para añadírsela puñado a puñado a su interpretación (y cabe recordar que entre los personajes que ha encarnado está el de la madre del hijo del diablo). Una actitud descarada y algo vulgar y las grandes gafas oscuras que ocultan sus ojos casi todo el metraje obran el prodigio de vigorizar su trabajo en Broadway Danny Rose, como si fuera su mirada la responsable de la habitual sosería de Farrow. Sin duda también ayudó a la composición del papel el haber visto en vídeo cientos de veces el Toro salvaje de Scorsese, según confesión propia. De todas maneras, no es descartable que ésta sea la verdadera Mia Farrow. Si sumamos Frank Sinatra (Danny Rose tiene una foto de Sinatra en su apartamento, un cuchitril de loser, según le dice Tina), Farrow y la posibilidad de que la mafia le rompa las piernas a Woody Allen por su causa, casi da como resultado un film profético, al menos en relación con cierta leyenda urbana. Afortunadamente, ningún hampón acabó ni con Danny Rose ni con Allen: no los metieron en un armario y aspiraron el aire del interior con una pajita, no convirtieron sus cabezas en un instrumento de viento ni tampoco levantaron ningún edificio de oficinas en el puente de sus narices, procedimientos todos ellos seguidos por la Cosa Nostra en sus ajustes de cuentas según el genio neoyorkino escribió en “Para acabar con la Mafía”, texto recogido en su hilarante libro Cómo acabar de una vez por todas con la cultura.  


10 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Tu preferida es la única que me falta de Allen. Tendré que remediarlo. Poco puedo añadir, por tanto. Tan sólo que, si a alguien no le gustase el cine, acabaría siendo un perfecto cinéfilo después de leer alguno de tus textos. Un abrazo

Marcos Callau dijo...

Buenas madrugadas, Juan. YO también considero los ochenta la mejor década de Allen. Efectivamente, "Broadway Danny Rose" es de sus películas más interesantes. Yo idolatro también "Zelig" y siento debilidad por "Días de radio". Sobre lo de Sinatra, como siempre, mucho mito me temo. Sí es cierto que Frank llamó por teléfono a Woody Allen y le amenazó con "roperle las piernas si volvía a tocar a Mia" Y es que Mia Farrow había llamado previamente al cantante para decirle que Woody le había pegado. De ahí a la Mafia hay un trecho... Un placer como simepre, leerte. Un abrazo!

V dijo...

Es dificil entrar en cual es su mejor cosecha...depende mucho de estados de ánimo y apetencias...esta es una de sus muchas delicatessen narrada a un ritmo muy especialmente cuidado, con un swing muy particular. Tal vez por ello quede un tanto tapada por títulos más conocidos y sin ermbargo más canonicos. Aqui estamos ante un Allen mayor, un encuentro entre forma y fondo que ajusta como un guante a un ejercicio surreal, onírico, vitamínico a la par que melancólico. Unas delicia recuperarla a través de tus letras. Un abrazo

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTINEZ CLARES: Mi favorita es Zelig, que vi el año de su estreno en las mejores condiciones: en cine y versión original subtitulada; en ninguna otra de sus películas, a mi juicio, el calificativo de genio está mejor empleado. Entre otros muchos méritos (la idea del camaleón humano es excelente) está el que contenga la que creo que es la única imagen en movimiento de Scott Fitzgerald (miento, conozco otra, brevísima). Un abrazo

Juan Herrezuelo dijo...

MARCOS CALLAU: También a mí me gusta mucho Dias de radio (¿Conocía Woody las Historias de la radio de Sáenz de Heredia? Eterna pregunta… De las relaciones de Sinatra con la mafia escribiste una serie muy iluminadora en tu blog. Yo también había oído lo de “romperle las piernas”, que puede ser hasta cierto. Lo otro sale en una de esas biografías que buscan aportar algo nuevo, aunque sea indemostrable, y a ser posible escabroso, para justificarse a sí mismas, supongo. Abrazos.

Juan Herrezuelo dijo...

V: Mi apreciación tan positiva sobre la década de los ochenta puede deberse a que es la época en que las vi todas sus películas en cine, y eso debe influir de alguna manera. Todas menos September, que no vi entonces (creo que es la única que me quedaba) y que disfruté la semana pasada: delicioso entramado de historias de amor en su vertiente más seria. Broadway Danny Rose es sin duda una obra de madurez, con un blanco y negro todavía mejor que el de Manhattan (que es mucho Manhattan…) Un abrazo.

abril en paris dijo...

Cada uno de nosotros tenemos nuestro Woody Allen favorito, aquel que más conecta con nuestra idealizada visión del mundo o de las neuras que nos provoca.
Esa dècada sin duda es "prodigiosa"...pero he de reconocer que tengo debilidad por Manhattan y en ello influye mucho Gershwin y su Rhapsody in blue...y desde luego la magnifica fotografia de ese Nueva York protagonista.
Si despues de leerte alguien no siente ganas de ir al cine se lo tiene que " hacer mirar".

Un beso, Juan

ethan dijo...

Broadway Danny Rose es una de las buenas, sin duda. En una filmografía tan extensa y de tanta calidad, eso es decir mucho. Me gustan la mayoría de las cintas de Allen de la época Mia Farrow. Creo que la Rosa púrpura del Cairo estaría en la cima, pero es difícil decantarse por una u otra.
Ese falso documental que es Zelig, también me encanta.
Abrazos.

Juan Herrezuelo dijo...

ABRIL: tienes razón, hay un Allen para cada uno (casi literalmente...), para cada carácter, para cada momento. Mi primer Allen fue Sueños de un seductor, dirigida por Herbert Ross, en un cine de Burgos, creo que a los 16 años o así. Quien me llevó, un familiar de más edad, me dijo que el protagonista parecía estar basado en mí. No te digo más... Me cuesta recordar los títulos de los noventa, y a partir del siglo XXI empieza una irregularidad donde demasiadas veces siento que se queda como a las puertas de algo, incluso lejos de las puertas de algo. Además, confieso que me gustán más sus películas si actúa como intérprete, y creo que no hay muchos que lo digan. Un beso.

Juan Herrezuelo dijo...

ETHAN: es que se trata de eso, de que el conjunto más brillante, a mi juicio, de sus películas coincide con Mia Farrow. De donde cabría pensar que su influencia fue buena, a pesar de cómo acabó la cosa. La rosa púrpura fue un bombazo, la vio todo el mundo, y si se compara con sus últimas películas se diría que Allen ha caído en una cierta desidia. Hannah y sus hermanas es magnífica, creo recordar que ganó el oscar con ese guión. Y me gustó mucho Otra mujer, en su vertiente Bergman. Un abrazo.