En un artículo que escribí el verano pasado para un periódico local señalaba que Michael Thomas dirige la Orquesta Ciudad de Almería sin valerse de la acostumbrada batuta, acaso porque así lo hayan pactado sus manos con el violín y el arco: guardar una fidelidad de manos desnudas en la materialización de la música, o quizá para no privar a una de ellas de la libertad de que goza la otra en cada indicación delicada o impetuosa. Frente a los músicos y de espaldas al patio de butacas, la figura de Michael Thomas resulta tan apasionadamente expresiva en los movimientos con los que moldea la armonía que surge de la suma de todos los instrumentos, tan involucrada en cada uno de los instantes de cada una de las obras que la orquesta interpreta, que uno diría que mientras dura el concierto permanece a medio camino entre la presencia corporal y la transmutación en música: Michael Thomas es, en efecto, la música que dirige cuando se crece en la tarima con los brazos alzados, al inclinarse delicadamente para marcar la atenuación de un pasaje, en el perfil atentísimo que nos muestra cuando se vuelve a un lado o al otro para ayudar a matizar la espléndida revelación de los violines o de los chelos.
Esta semana he tenido el privelegio de volver a verlo interpretando, en su condición de violinista
solista, Las cuatro estaciones, de
Antonio Vivaldi, junto con varios músicos de la OCAL a los que, dentro del
mismo programa, dirigió previamente en la Suite
burlesca de Don Quijote en Sol mayor, de Teleman. En la palabra
interpretación cabe una cuidada puesta en escena acorde con el marco en que
tuvo lugar, las XXXIV Jornadas de Teatro del Siglo de Oro de Almería; es decir: un
vestuario barroco, luz de velas, versos de Shakespeare relacionados con las
estaciones del año, leídos por una actriz en el papel de Anne Hathaway, la
esposa del Bardo de Avon –de cuya muerte se cumplieron 400 años en 2016-, y una
determinada manera de hacer suyos, de traducir a su propia sensibilidad, los
doce movimientos en que están divididos estos cuatro conciertos del compositor
veneciano.
A esta obra le debemos muchos el
haber aprendido a amar desde niños la música clásica. Naturalmente, la he escuchado
infinidad de veces, tres de ellas en directo (Ara Malikian en su espectáculo
para niños y el propio M. Thomas en el 2012), y siempre es la misma emoción de
recuperar algo que se siente como parte de uno mismo, así de interiorizados tenemos algunos pasajes concretos. A través de Michael Thomas –y a través del
conjunto de los músicos que lo acompañan- volvimos a identificar en la primavera
el canto de los pájaros, el
cristalino rumor de un arroyo, el eco de una tormenta, la plácida siesta de un
pastor, la danza campestre; en el verano, un sofocante, denso, fatigoso calor, el
canto de la tórtola y el jilguero, los truenos que anuncian tormenta estival,
su impetuoso estallido, la oscuridad repentina, los rayos haciendo trizas
luminosas el cielo; en el otoño, con la alegría de la cosecha, reconocemos la
danza de los campesinos, la embriaguez de uno de ellos, ralentizando con
torpeza beoda el arco y desequilibrando al violinista, el sopor del vino, y más
tarde la partida de caza, los perros corriendo hacia el bosque amarillo; en el
invierno, el tiritar de frío, el calor que se busca golpeando con los pies el
suelo, la tormenta de nieve, la lluvia al otro lado de la ventana mientras en
el interior danza el fuego en la chimenea, el cuidado con se camina sobre el
hielo, el viento tras la puerta al regresar a casa.
Mágica música inmortal, y mágica la interpretación de Michael Thomas y el resto de los músicos de la OCAL. El bis, acabado el concierto, me proporcionó la oportunidad de grabar al intérprete en el trance de desencadenar furiosa y apasionadamente una gran tormenta de verano.
Mágica música inmortal, y mágica la interpretación de Michael Thomas y el resto de los músicos de la OCAL. El bis, acabado el concierto, me proporcionó la oportunidad de grabar al intérprete en el trance de desencadenar furiosa y apasionadamente una gran tormenta de verano.
Fotos y vídeo: JFH
5 comentarios:
Te he comentado alguna vez mi total incapacidad para la música clásica. Por eso admiro tanto la forma en que la sientes y cómo nos lo cuentas. Un abrazo
JOSÉ LUIS MARTINEZ CLARES: Así de divertida puede ser la música clásica: para que lo veas que tus peques (con la niña, sobre todo), el Invierno (Vivaldi):
https://www.youtube.com/watch?v=fMGcLYfoYqU
Qué maravilla. Este texto lo siento muy cerca porque escribir sobre lo sentido con la música es vivirla dos veces. Ayer pasé la tarde pintando en casa el lienzo que me traigo entre manos y escuchando, por supuesto, los nocturnos del señor Chopin. Venga, esta tarde al retomar los pinceles me pongo a Vivaldi, y a la OCAL, con el señor Thomas. Salud.
SETEFILLA: Lo primero que he hecho esta tarde nada más encender el ordenador ha sido buscar la Pasión según San Juan, de Bach. Hace una semana que no me puedo quitar de la cabeza los primeros nueve minutos y medio. La -llamada- música clásica tiene una doble virtud: la de poder ser escuchada de fondo mientras se realiza un trabajo artístico o intelectual, y dejar que se filtre a la obra, o la de ser escuchada en el más amplio sentido de la palabra, con unos auriculares bien ceñidos y los ojos cerrados. Y entonces... uau! Qué viaje.
Un abrazo.
Mágica y eterna. Maravillosa pieza que nos transporta. Un lujo, Juan
Gracias por añadirlo a tu local..nos sentamos cerca y cerramos los ojos.
Un beso en clave de sol.
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