domingo, 10 de julio de 2011

Fast Eddie & Cincinnati Kid


En el Loser basta recorrer unos pocos metros y sortear algunas mesas para acceder a lo que parecen ser diferentes coordenadas espacio-temporales: puede tratarse de una partida de dardos, o de billar americano, o incluso de cartas, nunca por dinero –al menos no de una manera evidente-, y nunca, tampoco, sin que sea necesario interrumpir una buena mano o dejar en suspenso una carambola para salir a la calle y fumarse un cigarrillo: en el Loser no rigen más leyes que las razonables. La música (pongamos Coltrane, por ejemplo, o Ray Charles, la que sea que suene en ese momento en el local), se suma al juego con la íntima precisión de una banda sonora, como si uno se la llevara consigo.

Entre los carteles de cine que adornan las paredes del Loser hay dos que aluden, en cierta forma, a estas distracciones que ofrece el establecimiento, pero también, por qué no decirlo, a ese aroma a perdedores que es nuestra seña de identidad: los de El buscavidas y El rey del juego, mucho más conocida ésta última por su título original, The Cincinnati Kid. En muchos sentidos, Cincinnati Kid es al póquer lo que El buscavidas al billar, sin que ello signifique que ocupen un mismo lugar en la historia del cine: The Cincinnati Kid (Norman Jewison, 1965) es una buena película, El buscavidas (The hustler, dirigida por Robert Rossen en 1961) es una absoluta obra maestra del arte.





Ambas parecen sostenerse sobre la misma parábola budista, la del joven y arrogante arquero que tras ganar a cuantos oponentes le salían al paso quiso vencer también a un maestro Zen reconocido por su  destreza en el manejo del arco. Éste aceptó su desafío, y el joven comenzó acertándole, primero, al ojo de un animal que estaba a considerable distancia, e inmediatamente después, con otro disparo, a esa primera flecha, que debió de quedar dividida en dos finísimas tablillas. Ufano, le retó al viejo maestro Zen a que mejorase el tiro, y éste, impasible, le pidió al joven que lo siguiera, le llevó a lo alto de un desfiladero, cruzó hasta la mitad un tronco que a manera de puente comunicaba ambos bordes del abismo y allí desenfundó su arco, tensó la cuerda sin titubear un instante y clavó la flecha en el árbol que había elegido. El joven, atemorizado, ni siquiera se atrevió a intentarlo. “Eres hábil con el arco”, le dijo el viejo maestro, “pero no lo eres con la mente”.  

Paul Newman y Steve McQueen son ese joven arrogante. Interpretan a Eddie Felson, (“Fast” Eddie, o “Relámpago”, en la versión doblada) y a Eric “The Kid” Stoner, invencibles, respectivamente, en el billar y en el póquer. Ambos se ven obligados a jugar partidas con tipos que no son rivales para ellos, y, perseguidos por su reputación, a jugar a veces en tugurios donde no les conozcan: en uno le rompen a Felson los pulgares, en otro Kid ha de defenderse con una cuchilla de afeitar y escapar por la ventana de un retrete. No necesitan hacer trampas, aunque “Fast” Eddie recurre al truco de fingir que su destreza con el taco es inferior a la que en realidad posee y así engañar a algún incauto (eso es un “hustler”).  A ninguno de los dos se le ocurriría tratar de vender su alma al diablo para ser el mejor: están convencidos de ser los mejores. Lo que desean ardientemente es desafiar al diablo y vencerle.

Jackie Gleason y Edward G. Robinson son el maestro Zen, y algo de mefistofélico hay en ellos.  Gleason es el Gordo de Minnesota (Minnesota Fats), un jugador de billar que lleva quince años sin perder una partida, y que a pesar de su corpulencia juega, dice Eddie Felson, como si tocara el violín. E. G. Robinson es Lancey Howard, “El Rey” (“The Man”, en el original), un maduro y elegante tahúr que no sólo ha vencido siempre a sus oponentes, sino que destruye su carácter en partidas de póquer que pueden durar días. El Gordo de Minnesota hace su primera aparición en la película ascendiendo unas escaleras, como emergiendo de las profundidades; viste de una manera igualmente atildada, esboza una corta sonrisa que no se corresponde del todo con la expresión de sus ojos, fijos, astutos, penetrantes. Su apodo, “Fats”, parece un anagrama del de Eddie Felson, “Fast”, como si la sinuosa serpiente de esa ese siseara en sitios distintos. Edward G. Robinson, por su parte, rara vez sonríe, y su mirada también es fija, penetrante; luce una blanca barba de chivo, tiene gustos refinados en el vestir, el comer y el fumar; en cierto momento, antes de comenzar la partida de póquer descubierto, se le ve aislado del resto de personas que hay en la habitación, pues casi todos ellos fueron ya derrotados por él en una ocasión anterior, y aunque a lo largo de las muchas horas que dura aquella partida hay momentos en que sus fuerzas parecen flaquear (la edad no perdona), en la última jugada es la viva imagen de la invulnerabilidad, y su rostro una máscara endurecida que se ilumina con la llama de una cerrilla.

Los dos principales personajes femeninos en El rey del juego son meramente arquetípicos (la inocente novia de Kid frente a una voluptuosa Ann-Margret), pero en El buscavidas nos encontramos con uno de los seres más conmovedores que jamás se hayan visto en una película, una Sarah Packard (interpretada por Piper Laurie) solitaria, alcohólica, culta y en extremo sensible, mucho más lisiada del alma que del pie que arrastra, que acude a la universidad martes y jueves y el resto de los días bebe, que se enamora y se ilusiona y al poco tiempo se da cuenta de que la relación que mantiene con Eddie-Newman se resume en “un contrato de depravación, sólo tenemos que bajar las persianas”.


Pero es otro personaje de El buscavidas quien pronuncia las palabras que cualquier cliente del Loser puede leer si se acerca lo bastante al cuadrito que hay junto a la caja registradora, y ése es Bert Gordon (memorable George C. Scott), un tipo que es “dueño de todos los mañanas porque los compra baratos hoy”, codicioso, sin escrúpulos:

-Eddie - le dice a Paul Newman-, eres un perdedor nato. Sabes encontrar la mejor escusa para perder. No hay problema en perder con una buena escusa. Pero ganar, ésa también puede ser una gran carga. Con una escusa te puedes librar de ella. Sólo hay que saber compadecerse. Es uno de los mejores deportes de interior: la compasión, a todos les gusta. En especial a los perdedores natos.

Para sentenciar más adelante: “No basta con tener talento, también hay que tener carácter” (equivalente a aquel “Eres hábil con el arco, pero no lo eres con la mente”), frase que, bueno, algun día tal vez quien esto escribe se haga bordar en todas sus camisas.

12 comentarios:

Emilio Calvo de Mora dijo...

Voy disfrutandoa a pasos grandes este loser que habla el mismo idioma que me habla a mí, el que me enciende, el que me turba, el que me deja en estado de shock, el que me hace sentirme libre dentro de mi cabeza y el que, ay placer de los placeres, me pide raciones incesantes de jazz, de cine negro, de mesas de billas en blanco y en negro y de escritura limpia, metódica, adictiva y hermana, como la tuya, Juan, amigo. Un abrazo. Mi Eddie estuve también, hace años, en mi Espejo: te envío el texto complementario.

http://cinepoesiajazz.blogspot.com/2007/11/el-buscavidas-la-vida-es-un-juego.html

Marcos Callau dijo...

Hola Juan. Como de costumbre, paseando por estos pasadizos de perdedores. Tengo que recuperar y revisar estas dos películas. Me encanta cómo describes ese ambioente, los rasgos de los personajes y esa música de fondo (Coltrane no Charles, es igual, los dos son igualmente insuperables)Un fuerte abrazo.

El Doctor dijo...

Extraña coincidencia,amigo;mis dos películas favoritas por excelencia.Por una parte el gran Newman,y,por la otra,el gran McQueen.El buscavidas es realmente un prodigio cinematográfico con esos personajes mágicos y esos billares que no volveremos a ver jamás.Ese ambiente tan bien retratado,esa fotografía que no deja pasar un rayo de sol,porque los buscavidas tienen miradas de luz de tapete y respiran humo de tabaco.Amigo,hoy sería imposible realizar una película semejante.
El rey del juego.Sólo con los títulos de crédito ya sabes que será la película de tu vida.La historia del gran perdedor,amo a los perdedores como esa obra maestra de John Huston que es Fat City.Los actores secundarios están fenomenales:Karl Malden,Edward G.Robinson o Ann-Margret.
Sí,amigo,emocionado ante esta entrada monstruosa en donde emparejas a dos películas míticas,en donde se refleja lo que todavía era el cine,es decir,lo más grande.
Nunca puedo olvidar la mirada de Jackie Gleason "El gordo de Minesota",es tan inolvidable como la escena final de El rey del juego,cuando Robinson le dice que mientras él viva seguirá siendo un segundón.
Un fuerte abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

EMILIO: Me hablas de una sensación equiparable a la que experimento en El espejo de los sueños (regreso de allí ahora mismo), donde uno se refleja con un, pongamos por caso, JTS Brown, sin vaso y sin hielo, en la mano y el contoneo de una melodía de jazz en el alma. Es evidente que nos vamos reuniendo por aquí amigos con bastantes afinidades, de ahí el placer de reencontrarnos cada poco. Un fuerte abrazo.

MARCOS: Yo las he visto las dos hace muy poco, para saber el terreno que pisaba al hablar sobre ellas. He perdido la cuenta de las veces que he visto El buscavidas, y siempre se queda uno como hipnotizado en las imágenes, en su filosofía interna, en esa evidencia de que nos están hablando de mucho más que de billar. Un abrazo.

FRANCISCO: Bueno, no sé si sabes que El rey del juego empezó a dirigirla Sam Peckinpah y que el actor elegido para hacer el papel que luego hizo Robinson fue Spencer Tracy. Hubiera sido otra cosa, y, sinceramente, no creo que hubiera sido mejor. La música es de antología, y la gota de sudor en la patilla de McQueen cuando se levanta la última carta también. Mientras escribo estoy tarareando la música, cantada al final por Ray Charles. Y ahora el Help Me Make It Through The Night, la canción de Fat City, una joya del cine con losers dentro. Y sí, hoy sería imposible realizar una película como El buscavidas, que parece tener vida propia, que parece suceder en su propio espacio y tiempo, que es una sensación que tuve también cuando vi por primera vez Rumble Fish, de Coppola. Un abrazo.

abril en paris dijo...

He pasado por aqui un par de veces y hasta éste momento no me sentia con ánimo para comentar..

Magnífica reseña sobre dos peliculas tan interesantes como liricas al hablarnos de lo más profundo del ser humano, sus miserias y ambiciones.
Pero está dicho todo y de esa forma tuya tan especial y romántica..¡ tan de loser ! "No basta con tener talento.."
(Lo de las camisas es una gran idea )

Te agradezco muchisimo tus amables palabras en unos momentos muy tristes para mi y para los amigos blogeros .. ( ya sabes de qué va ésto, somos una "panda" de locos virtuales ..pero en la 'nube' tambien pasa eso de 'prendarse' de la gente )

Mi humilde aportación sobre The Hustler y Newman la dejo en éste enlace por si quieres pasar.

http://elapartamento-enparis.blogspot.com/2010/09/las-h-de-newman-mas-alla-del-metodo-1.html

Un beso y mi afecto sincero, gracias Juan.

Raúl dijo...

Hay obvios paralelismos, es cierto, pero una diferencia sustancial en cuanto a los antecedentes de cada uno de los personajes. Así, Cincinnati arrastra (él lo sabe, pero no quiere pensar en ello) un marchamo de desgracia, que le imposibilita, a pesar de todas sus victorias. Mientras que, como todos los pillos -más vanidosos que talentosos-, Eddie tan sólo es un aspirante a mediocre.
De mi observación sobre Kid, aporto como prueba el arranque de la película: no podía encontrarse mejor escenario para su primer reto (la moneda con el limpiabotas), que el de la tapia de un cementario; con lo que ya de inicio queda marcado con una x su postrero destino.
Tengo un tanto más olvidada la película de Rosser, pero esa fotografía tan devastadora, creo que da pistas sobre lo que quiero decir.

Juan Herrezuelo dijo...

ABRIL: Puedes creer que no quise extenderme en el elogio (más que merecido) hacia la interpretación de Paul Newman precisamente para darte pie a que lo hicieras tú, si lo encontrabas oportuno, y que el título de la entrada juega con el Butch Cassidy & Sundance Kid del que tú nos hablabas hace unos meses, recordándonos que McQueen pudo haber hecho el papel que hizo Redford. Y me fui de fin de semana. Y no podía imaginar que lo leerías en circunstancias tan tristes para ti (como para tantos otros). El afecto y la sintonía de que me hablas en tu blog viene del principio, te lo aseguro. Un fuerte abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

RAÚL: Muy buena esa observación sobre la tapia del cementerio en el caso de Cincinnati. Por eso uno no puede dejar de ver una y otra vez estas películas, porque están hechas de pequeños detalles cargados de significado. Respecto a Eddie Felson, yo te invitaría a volver a ver El buscavidas: no es únicamente un pillo y desde luego tiene talento. Ocurre que el carácter que le falta para convertirlo en triunfo lo adquiere en la tragedia, y ya no puede demostrarlo más que en una última partida, tarde. Respecto a la fotografía, qué decir: Machuca hace, unas líneas más arriba, una perfecta descripción. Un abrazo.

Raúl dijo...

Machuca y yo hemos hablado varias veces de estas dos películas (no te miente cuando te dice que están en su Olimpo personal) frente a dos pintas de cerveza; la última de ellas, creo recordar, en un pub pseudoirlandés próximo a su domicilio, un día antes de que partiéramos a Alemania.
Volveré a ver "El Buscavidas". Claro.

El Doctor dijo...

Mi querido Juan,acabo de leer Un armario lleno de sombra con sumo placer.Gamoneda me ha remontado a muchas cosas a las cuales soy sensible,como por ejemplo a la obra de mi admirado Francisco Umbral Memorias de un niño de derechas en donde también empieza abriendo un baúl y en él va encontrando retazos de memoria proustiana.También volví a ver esa obra maestra de Carlos Saura La prima Angélica.Como te digo;soy sensible a estos temas a pesar de haber nacido en 1964.Me tocó nacer en una provincia de tedio y plateresco,de interior,todavía anclada en los derroteros de la guerra y posguerra,en mi caso,fui hijo del tardofranquismo,volviendo a Umbral.Había mucho rencor al son de las ruedas de los carros por calles todavía no asfaltadas.Casas lúgubres y oprimidas,colegios de cuyas ventanas contemplábamos la monótona lluvia bajo la mirada atenta de Primo de Rivera,Franco y el Cristo crucificado.
Ay,quizá quedamos con viento favorable en una terraza del Mediterráneo para departir,como dijo otro grande Manuel Vicent,más grande que Aguirre, el magnífico.
Gracias por la recomendación.Es maravilloso el intercambio de lecturas,un viaje que va desde El desierto de los tártaros a la sombra de un armario.Es la grandeza de la literatura.
Gracias también por hacerlo posible.
Un fuerte abrazo,amigo.

Juan Herrezuelo dijo...

FRANCISCO: Quisiera haber sumado una tercera pinta de cerveza a aquellas de las que da cuenta RAÚL ARIZA (ya nos contarás, Raúl, de tu revisión de “El buscavidas”). Yo buceé en ese armario de Gamoneda con la emoción de escuchar su voz lenta mientras leía, y luego pasé a su poesía sin ser lector habitual de versos, y al llegar a “Descripción de la mentira” quedé hechizado.
Nací en aquella pequeña capital de provincias que tan bien había retratado Bardem diez años antes, donde poco se podía hacer salvo pasear Calle Mayor arriba Calle Mayor abajo, y sin embargo fui feliz durante los doce años que pasé allí: es mi paraíso perdido. Atrás quedó también la Fortaleza Bastiani después de haber habitado en sus páginas durante una gozosa semana: intuí por aquel texto tuyo que sería un libro memorable, y así fue para mí.
Un fuerte abrazo dominical, y otro para Raúl.

Carla dijo...

Descubro tu blog y me quedo viéndolo.

Gracias.

Saludos.