Hace tres o cuatro años escuché en la radio del coche un bellísimo texto sobre distintos tipos de vientos. Yo estaba recorriendo mi barrio despacio, tratando de encontrar un hueco donde aparcar el coche, y quedé tan embebido en la voz del locutor (se trataba de Radio Clásica) que dejé pasar más de un espacio libre, como si deteniendo el coche pudiera disiparse una parte de la magia. El fragmento pertenece a la novela El paciente inglés, de Michael Ondaatje (traducción de Carlos Manzano, en Plaza & Janés), y he querido transcribirlo aquí desde el mismo día que abrí por primera vez las persianas del Loser. Recientemente, un viento de fin del mundo, como diría García Márquez, barrió la ciudad en que vivo durante varios días, y me acordé de aquel hermoso pasaje, que parece salido de la pluma de Italo Calvino. Así soplan sus palabras:
«En el sur de
Marruecos hay un viento en forma de torbellino, el aajej, contra el que los
fellahin se defienden con cuchillos. Otro es el africo, que a veces ha
llegado hasta la ciudad de Roma. El alm, viento otoñal, procede de Yugoslavia. El arifi, también llamado arefo rifi, abrasa con numerosas lenguas. Ésos son
vientos permanentes, que viven en el presente.
»Hay otros
menos constantes, que cambian de dirección, pueden derribar a un caballo y su
jinete y se reorientan en sentido contrario al de las agujas del reloj. El bist roz azota el Afganistán durante ciento setenta días... y entierra aldeas
enteras. Otro es el caliente y seco ghi-bli, procedente de Túnez, que da vueltas y más
vueltas y ataca el sistema nervioso. El hahooh es una repentina tormenta
de polvo procedente del Sudán que se adorna con brillantes cortinas doradas de
mil metros de altura y va seguida de lluvia. El harmattan sopla y después se
pierde en el Atlántico.
»Imbat es una brisa marina del África
septentrional. Algunos vientos se limitan a suspirar hacia el cielo. Hay
tormentas nocturnas de polvo que llegan con el frío. El jamsin, bautizado con la palabra árabe que significa «cincuenta», porque
sopla durante cincuenta días, es un polvo que se levanta en Egipto de marzo a
mayo: la novena plaga de Egipto. El datoo procede de Gibraltar y va acompañado de
fragancias.
»Otro es —, el viento secreto del desierto, cuyo
nombre suprimió un rey después de que su hijo muriera arrastrado por él. El nafhat es una ráfaga procedente de Arabia. El mezzar-ifoullousen, violento y frío, procede del Sudoeste; los bereberes lo llaman «el
que despluma las aves de corral».
»El beskabar —«viento negro»— es otro viento sombrío y seco procedente del
Nordeste, del Cáucaso. El samiel —«veneno y viento»— procede de Turquía y se
aprovecha a menudo en las batallas. Tampoco hay que olvidar los otros «vientos
envenenados»: el simoom, del norte de África, y el solano, cuyo polvo arranca pétalos preciosos y causa vahídos.
»Otros son
vientos locales, vientos que pasan a ras del suelo como una inundación,
descascarillan la pintura, derriban postes de teléfono y transportan piedras y
cabezas de estatuas. El harmattan recorre el Sahara con polvo rojo, polvo
como fuego, como harina, que entra y se coagula en los cerrojos de los fusiles.
Los marineros llamaron a ese viento el «mar de las tinieblas». Brumas de arena
roja procedentes del Sahara han llegado hasta lugares tan lejanos como
Cornualles y Devon y han producido lluvias de lodo tan intensas, que se han
confundido con sangre. «En 1901 se habló de lluvias de sangre en muchos lugares
de Portugal y España.»
»En el aire hay
siempre millones de toneladas de polvo, como también hay millones de metros
cúbicos de aire en la Tierra y más seres vivos dentro del suelo (gusanos,
escarabajos, criaturas subterráneas) que pastando y viviendo sobre él. Herodoto
registra la muerte de diversos ejércitos envueltos en el simoom, a los que no se volvió a ver. Una nación «se enfureció tanto con ese
perverso viento, que le declaró la guerra y avanzó en perfecto orden de batalla
para resultar rápida y completamente sepultada».
»Las tormentas
de polvo revisten tres formas: el remolino, la columna y la cortina. En el primero
desaparece el horizonte. En la segunda te ves rodeado de «djinns danzantes». La
tercera, la cortina, «aparece teñida de cobre: la naturaleza parece arder».
The Wind, Yusuf Islam (conocido anteriormente como Cat Stevens)
Ondaatje señala al final de la novela que "la información que figura en el
cuaderno de notas del paciente inglés sobre la naturaleza de ciertos vientos
procede del maravilloso libro Heaven’s Breath de Lyall Watson".