viernes, 30 de diciembre de 2011

Sobre Pasadizos

Para acabar el año de mis Pasadizos, traigo aquí tres reseñas del libro que se me quedaron en el tintero:

La escritora Pilar Quirosa-Cheyrouze, allá por el verano, en la revista Foco Sur:





Del poeta José Antonio Santano, en Diario de Almería


Más recientemente, en Culturama, firmada por Carlos F. Romero.


Qué lejos queda ya aquel 24 de marzo en que presenté públicamente el libro, por la mañana en compañía de Justo Navarro, por la tarde mano a mano con Francisco Ortiz y en presencia de Miguel Naveros. Y cuánto me alegra que los relatos hayan gustado a quienes se han acercado a ellos. El tiempo vuela, la gratitud permanece. 



Miguel Naveros, Justo Navarro y JFH

viernes, 23 de diciembre de 2011

jueves, 15 de diciembre de 2011

De verdades y mentiras (una ficción literaria)


Mi primer contacto con la llamada blogsfera fue indirecto y ajeno a mi voluntad. Ocurrió en el verano del 2008. Participé en un Curso de Verano de la Universidad de Almería llamado Poesía e Internet, que incluía como actividad práctica la elaboración de un blog donde fueron publicándose, al tiempo que cobraba forma, algunas de las intervenciones. Mi participación en aquel Curso fue fruto del azar: meses antes, el poeta Juan José Ceba y yo conversábamos en el trascurso de una cena acerca de los graves inconvenientes que conlleva la desaparición del correo postal, sustituido por el electrónico, cuando el escritor Miguel Naveros nos propuso convertir nuestras opiniones en un juego literario. Naveros conocía bien mi admiración por Julio Cortázar y también la de Ceba por Fermín Estrella, poeta almeriense emigrado con nueve años a la Argentina, donde ocupó todos los puestos posibles en Educación, desde maestro a Viceministro, y donde llegó a ser elegido miembro de la Academia de Letras. El juego consistiría en lo siguiente: puesto que existen indicios de que Estrella tal vez pudo ser en algún momento maestro de Cortázar, Ceba y yo deberíamos meternos respectivamente en la piel de ellos dos e intercambiar una serie de cartas ficticias donde el uno y el otro dieran cuenta de su preocupación por el futuro del género epistolar.

Me divertí enormemente elaborando los textos. Al fin y al cabo, se trataba de disfrazarme de Julio Cortázar, un disfraz literario, claro está. Si se hubiera tratado de caracterizarme físicamente a la manera de un actor, me habría puesto una poblada barba oscura, me habría elevado unos dos centímetros –Cortázar medía 1,92- y me habría puesto unas lentillas de un “inconfundible verde lacustre de legítimo cronopio”, como los describió Ana María Matute. También habría tratado de imitar en la exposición su voz, su suave acento argentino, pronunciando la erre a la manera francesa, que él pronunciaba así no por su larga estancia en París o por haber nacido accidentalmente en Bruselas, sino simplemente porque tenía frenillo. Como era un disfraz literario, tomé su estilo y sobre todo utilicé literalmente muchos párrafos de varias de sus obras, que al pasar a aquel blog, o revista poética (Gone with the wind, se llamó), no fueron transcritos en cursiva, de modo que no es posible detectarlos fielmente. En cualquier caso, su procedencia viene indicada a pie de página.

Nuestra llamémosle ponencia (palabra excesivamente seria para tratarse de un juego) fue programada bajo el nombre de De verdades y mentiras (una ficción literaria) y tuvo lugar en la tarde del 15 de julio de 2008. El blog no prolongó su vida más allá de la clausura del Curso, y su contenido se perdió en la inmensidad de la red de redes como una gota en el océano. Hoy abro dos largos pasadizos hasta aquellos textos:



                                                    



jueves, 8 de diciembre de 2011

Paisajes de película

Desierto de Tabernas (Almería)


Toda película encierra en sí misma al menos dos películas: Una tiene un guionista que aparecerá en los créditos, la otra se escribe sola y es la historia del rodaje, de sus avatares, de los tediosos pormenores con que se fueron hilando los recursos técnicos, los trucos interpretativos y la simulación de los escenarios; la primera es una enorme mentira y el espectador ha de jugar a creérsela para poder seguir la trama hasta el final. La segunda es cierta y absolutamente privada, a pesar de la desordenada multitud que la protagoniza: en esta segunda película, la que no verá nadie, los enamorados son dos actores que apenas se hablan entre escena y escena, las más heroicas heridas surgen del habilidoso pincel de un maquillador, los pueblos son un entramado de fachadas apuntaladas y los paisajes rara vez se corresponden con los lugares que nombran los personajes: dentro de esa gran y hemosísima mentira que es el cine pudo ser posible, por ejemplo, que para trasladarse de una ficticia estación de ferrocarril en La Calahorra (Granada) al hoy llamado Rancho Leone, en Tabernas (Almería), fuera necesario atravesar Monument Valley (Arizona). La película se título en España Hasta que llegó su hora; trabajaban Henry Fonda, Claudia Cardinale, Charles Bronson y Jason Robards: no recuerdo sus nombres falsos ni tampoco cómo llamaban a los lugares donde se desarrollaba la acción; Tucson o Sonora o El Paso, vete a saber.

Fonda, Cardinale, Leone, Bronson y Robards
 
Así como los actores han de meterse en la piel de distintos personajes a lo largo de su carrera, las ciudades o provincias señaladas por la industria cinematográfica como referente de exteriores pueden transformar su entorno para adaptarse a las exigencias ambientales de una película. No es el desierto o una playa o una placita de toros la que cambia su aspecto, claro, sino el director de fotografía o quien quiera que diseñe la puesta en escena, pero eso no impide que el paisaje sea algo vital, expresivo, sorprendente incluso a pesar de su condición inmutable. Sólo quienes vivimos en Almería, somos capaces de identificar al instante una rambla de Tabernas o La Peineta de Mónsul, podemos reconocer nuestro entorno aunque la película sea una de vaqueros o bélica o de romanos, aunque sea modesta o suntuosa, de la misma forma que sólo la familia y los amigos de un actor conocen su verdadera personalidad y pueden disociarla con justicia de la urdimbre de imposturas que ha ido tejiendo a lo largo de tantos argumentos dispares.

La cartografía de nuestros sueños está trazada a través de un buen puñado de paisajes cinematográficos, y algunos nos son próximos física y sentimentalmente, incluso aunque no los hayamos pisado: nos reconocemos en ellos, en la ondulante sucesión de colinas sedientas, en los plomizos meandros de una torrentera, en la abigarrada tramoya de un poblado que desconcierta al viajero por su aire de anacrónica y fantasmal urbanización en medio de la nada, en un cortijo extendido sobre un breve llano de cuyo aljibe tal vez bebió alguna vez Peter O’Toole o George C. Scott o Yul Brynner, en una duna, en el mar adormecido, en una torre, en un acantilado familiar, y en la luz, la luz siempre, rotunda, dilatada, abrasiva, espejeante.

 Mónsul