Un nuevo mes
de agosto acaba, y con él todo lo que trae cada año: el Viaje (Castilla del
corazón y Asturias del alma, escenarios de una infancia cada vez más y más lejana),
la Familia, la Tregua… Se insinúa ya la rutina que en un abrir y cerrar de ojos
devorará nuestro tiempo como si estos días pasados hubieran sido un sueño. Lo
confieso: no he escrito una sola línea en todo el mes, pero he leído una buena
parte de las muchas que contiene La montaña mágica, esa enorme novela en la que el paso
del tiempo, precisamente, juega un papel fundamental; no he escrito, es cierto,
pero he fotografiado: sintiéndome un poco aquel Robert Kinkaid, de National Geographic,
que apareció un buen día de 1965 por el condado de Madison, en Iowa, para
fotografiar unos puentes de madera -uno de mis personajes cinematográficos
favoritos-, he paseado con una cámara en la mano, atento a esa imagen singular
que pareciese surgir de pronto sólo para mí.
Así, dialogué
con esta cigüeña durante diez minutos, aunque más allá de las palabras,
únicamente con la mirada: la suya en la mía, la mía en la suya…
... Y sorprendí al
llamado Campesino ibérico como oteando hacia el principal símbolo monumental de
la ciudad de Palencia, el Cristo del Otero…
... Y traté de
captar el zureo que sonaba en el vientre de este palomar solitario…
... Y el eco afantasmado del
que un día contuvo este otro palomar ahora en ruinas…
... Y cedí la
cámara a otras manos para incorporarme como figura a este grafiti que nos
asaltó por sorpresa en la ribera del
río, tan cerca de la torre almenada de San Miguel…
... Y ya en
Asturias, tomé esa curva del camino…
... Y me vi reflejado en esa gota de lluvia que temblaba, casi una lágrima, en el aterciopelado
borde de un pétalo…
Fotos: JFH