El crítico Ricardo Senabre definió a Justo Navarro como “autor para paladares delicados”, y con ello venía a señalar que la suya es una prosa “cuidada, precisa, de gran sobriedad, culta”, carente, añado yo, de copiosas salsas de retórica que disimulen el sabor primordial de la historia que narra o pretendan intensificarlo más allá de lo que la propia historia necesita. Estos rasgos de estilo, por cierto, son extensibles a su obra como poeta y como traductor. Esta primera semana de mayo llega a las librerías su nueva novela, El espía, y sus lectores habituales nos preguntamos ya qué pieza añadirá a ese universo literario propio que va completando libro a libro.
El crítico Ricardo Senabre definió a Justo Navarro como “autor para paladares delicados”, y con ello venía a señalar que la suya es una prosa “cuidada, precisa, de gran sobriedad, culta”, carente, añado yo, de copiosas salsas de retórica que disimulen el sabor primordial de la historia que narra o pretendan intensificarlo más allá de lo que la propia historia necesita. Estos rasgos de estilo, por cierto, son extensibles a su obra como poeta y como traductor. Esta primera semana de mayo llega a las librerías su nueva novela, El espía, y sus lectores habituales nos preguntamos ya qué pieza añadirá a ese universo literario propio que va completando libro a libro.
Justo Navarro es uno de esos raros ejemplos de escritor que hoy en día no busca su inspiración en la lista de los diez libros de ficción más vendidos. Lo suyo es ir introduciendo variantes enriquecedoras en la indagación constante y atenta a la que somete las relaciones humanas, preferentemente en el ámbito familiar, donde el presente suele ser consecuencia del pasado. Parte de su técnica narrativa consiste en favorecer la intromisión en la intimidad de sus personajes, describiendo una sucesión de gestos cotidianos -ese tipo de pequeños actos que realizamos de manera rutinaria cuando estamos solos- entre los que va insertando otros gestos más intrigantes –que también solemos hacer cuando nadie nos ve, pero que son mucho menos rutinarios y nos representan con la fidelidad secreta de los espejos en cuyo interior nos desnudamos-.
En sus novelas encontramos con frecuencia que la acción se desarrolla en un espacio que parece estar siendo físicamente desmontado (una casa rodeada de obras de construcción, un hotel que va a ser demolido, un consulado diplomático sometido a una rápida mudanza), y donde la conciencia de la muerte hilvana los conflictos que el argumento deja al descubierto: “¿No debería la gente saber cuál es su cumpleaños final? No digo que lo sepa desde siempre: lo podría saber en el momento de apagar las velas de la tarta” (Hermana muerte, 1989). “Te crees que todo va bien y te estás muriendo sin darte cuenta” (Accidentes íntimos, 1990). “El primer dolor es por el dolor que sabes que no te abandonará nunca, el dolor de no poder estar ya, ahora mismo, en otro tiempo sin dolor: como el dolor al recibir el anuncio de una enfermedad mortal y dolorosísima que está todavía en la primera fase” (El alma del controlador aéreo, 2000).
En El espía, y de acuerdo con la sinopsis que la editorial Anagrama ha difundido, Justo Navarro parece abordar abiertamente la novela de género, y sus lectores, ya he dicho, nos preguntamos de qué manera habrá adaptado la trama a su particular mundo narrativo. La respuesta, el 5 de mayo.
“Italia, Segunda Guerra Mundial: el poeta americano Ezra Pound participa desde Radio Roma en la batalla de propaganda contra los aliados y contra los judíos. Pero el fervor nazifascista de Pound a través de las ondas despierta las sospechas de los servicios de contraespionaje italianos. La radio, “cajón del diablo”, era ya una máquina de arenga, adoctrinamiento y movilización de masas, artefacto bélico y arma de espías. ¿Transmiten los programas radiofónicos de Pound mensajes cifrados al enemigo? ¿Fue el genio de la literatura un agente doble o una simple y patética figura criminal? O quizá la realidad sea doble y ambigua, «una desolación de espejos», como decía el poeta Eliot, amigo de Pound, y repetía otro personaje de esta historia, el futuro genio de la CIA James J. Angleton, para referirse al universo del espionaje. Esta es la historia que el autor de novelas de misterio Carlo Trenti le cuenta por escrito a su amigo y traductor J. N., residente por casualidad en Pisa durante los mismos meses en que lo fue Pound, pero más de sesenta años después. Allí, prisionero en un campo penitenciario para soldados de los Estados Unidos, Ezra Pound esperaba juicio, acusado de alta traición.”