jueves, 16 de febrero de 2012

F. Scott Fitzgerald revisitado (1)



El gran Gatsby, la tercera novela de Francis Scott Fitzgerald, publicada por primera vez en Estados Unidos en 1925, protagoniza en España una circunstancia insólita: el lector español puede elegir hoy mismo nada menos que entre siete*** traducciones diferentes. Las más recientes aparecieron hace apenas unos meses (en algunos casos semanas): la de Miguel Temprano García en RBA, la de Justo Navarro en Anagrama, la de José Luis Piquero en Paréntesis, y la de Pablo Ingberg en Losada. Éstas conviven en los estantes de las librerías con la de José Luis López Muñoz, que Alfaguara reeditó en el 2009, la de E. Piñas para Plaza & Janés, que Debolsillo reeditó por última vez, creo, también en 2009, y la de Julia Pérez Martín para Mestas Ediciones, en 2004. Además, una editorial llamada Rey Lear publica estos días un libro bajo el título Tres historias en torno a Gatsby, que reúne tres relatos en los que Fitzgerald habría ensayado algunas de las materias que luego trataría con mayor hondura en su inmortal novela. Lo de reunir un número variable de relatos de Fitzgerald con ésta o aquella excusa no es nada nuevo en los últimos años: distintas editoriales lo han hecho, combinando estos con aquellos según distintos criterios. Cualquiera de ellos puede ser encontrado casi con toda seguridad entre los cuarenta y tres que aparecen, traducidos por Justo Navarro, en los dos magníficos tomos editados por Alfaguara hace quince años, y si no entre aquellos otros que siempre se consideraron menores por lo meramente alimenticios y fueron incluidos en los dos míticos tomos de El precio era alto (Bruguera, en los lejanos 1981 y 1982, con traducción de Marcelo Cohen), entre los que había, no obstante, joyas tan exquisitas como “Íntimos desconocidos” (hace un año se comercializó en España una reedición por parte de la editorial argentina Eterna Cadencia). Se han recuperado también ensayos autobiográficos, en pequeñas, y para mí desconocidas editoriales, como Gallo Nero, que publica Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año, o Zut, con Mi ciudad perdida. Y si nos alejamos apenas diez años, nos encontramos con dos estupendos libros: Hemingway contra Fitzgerald, de Scott Donaldson (editorial Siglo Veintiuno), y uno de los mayores tesoros que poseo (sentimentalmente, claro): la amplísima correspondencia entre Zelda y Scott Fitzgerald, en un grueso volúmen publicado por Lumen Y si retrocedemos... En fin, déjemoslo. La nómina bibliográfica resulta realmente abrumadora. ***


 Siete traducciones de El gran Gatsby

Este renovado interés por Fitzgerald no parece limitarse, obviamente, a nuestro idioma. En 2007, Gilles Leroy ganó el Premio Goncourt con una novela titulada Alabama songcentrada en la figura de Zelda Fitzgerald (guardo un pésimo recuerdo de su lectura: odié tanto el despreciable retrato que Leroy hizo de Scott que fui incapaz de enjuiciar la novela en su condición de obra literaria). En 2008 se estrenó la película El curioso caso de Benjamin Button, basada en uno de los pocos cuentos “fantásticos” que escribiera, película que a mí me gustó mucho la primera vez que la vi y mucho menos la segunda: al parecer, hace tiempo que las películas que vienen rodándose agotan en un primer encuentro con el espectador todo cuanto son y todo cuanto podría esperarse de ellas. Más inquietante resulta el hecho de que el tipo que dirigió esa cosa titulada Australia, un tal Baz Luhrman, se haya atrevido con una nueva versión de El gran Gatsby, precisamente, y, si hemos de hacer caso a ciertas noticias, nada menos que en tres dimensiones (¿con qué objeto?). Leonardo Dicaprio se ha enfundado en el impecable traje blanco de Gatsby (me gusta la idea), y un Tobey Maguire extrañamente parecido al propio Fitzgerald (según las fotos que he visto) es Nick Carraway, ese personaje que es a un tiempo parte activa en la trama, testigo y narrador. De la biografía cinematográfica de los Fitzgerald que Nick Cassavetes, al parecer, pudo haber rodado en 2008 con el título de Hermosos y malditos, y en la cual los huesos Keira Knightley se iban a meter en la piel de Zelda, de tal proyecto, digo, nunca más se supo (o yo, al menos, no he sabido).

 Dicaprio y Maguire en el Gatsby que llegará a las pantallas a lo largo de este 2012

F. Scott Fitzgerald estuvo dotado con un enorme talento literario, el cual, en palabras de Ernest Hemingway, “era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa”. Es posible que tardara en “tomar conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas”, incluso es posible, en efecto, que en ocasiones no supiera “hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo”. Pero antes de que tal cosa llegara ocurrir, fue capaz, a los veintiocho años, de concentrar en El gran Gatsby toda la intensidad disciplinada, metódica e inspirada de ese talento para concluir su obra perfecta, una de las mejores novelas del siglo XX. Antes de Gatsby  fue el éxito, después una lucha constante contra la adversidad y la disipación que no le permitió ya volver a usar su talento de la misma manera. Yo prefiero su siguiente novela, Suave es la noche, precisamente porque no es perfecta. Pero es a ese extravagante y misterioso millonario de los años veinte, capaz de inventarse completamente a sí mismo con el fin de alcanzar la posición social que le hiciera merecedor de la mujer a la que ama, es a Jay Gatsby a quien  le debe el lugar privilegiado que ocupa en la historia de la Literatura.


*** P.D. septiembre 2012: por increible que parezca, una nueva traducción de El gran Gatsby se suma a las mencionadas aquí apenas unos meses después de publicada esta entrada: la de Susana Carral para la editorial Reino de Cordelia. ¿Alguna vez convivieron en las librerías ocho traducciones de una misma novela?

*** Junio 2013: Alianza Editorial edita la ¡novena! traducción de El gran Gatsby, a cargo de Ramón Buenaventura, quien en una nota preliminar confiesa que él hubiera preferido traducir el título como Gatsby el Magnífico (????) 

*** Junio 2015: Insólito: la editorial Akal publica una DÉCIMA traducción de El Gran Gatsby, con traducción a cargo de María José Martín Pinto. Sin palabras. ¿Qué magia esconde la prosa maravillosa de esta novela, que una y otra vez se intenta captar en nuestro idioma? 

sábado, 11 de febrero de 2012

La excepción que confirma el poema


LA AGONÍA DEL CREPÚSCULO


Todas las despedidas se ocultan en la noche
unánime;
y todas las noches en una despedida,
respondió el espejo.
Pero ya los ojos eran simetría de una ausencia,
eran la mirada desde ese estanque
que una mano
aproximada
perturbaría en ondulaciones de mercurio;
eran ya soledad allí donde rondaba el pulso herido de Lorca,
allí mismo, tras los márgenes,
en signos dudosos de vida
más allá de este espejismo.

A este lado han pasado veinte años y esta noche.
El silencio ha cerrado sus puertas a mi espalda
y la lluvia es como la inminencia de un rostro en la ventana,
como una mano resbalando en el cristal
mientras afuera el viento embravece marejadas en las ramas,
tempestad de hojas batidas,
temblar de postigos.
Yo, una oscuridad inmóvil y asediada.
Pero no hay bajo las sábanas un niño,
aquél  en quien el miedo establecía colonias de vigilia,
sino este adulto y este dolor físico y este escuchar
 en verso futuro.

Al alba perdura el dolor
y en el dolor un tramo de letargo:
dormido está el cuerpo del brazo al índice,
y en convenio de agonías crepusculares
escribo sosteniendo el lápiz
entre el pulgar y la nada.

Este volver fue, al fin,
ya veis,
llegar al vientre fibroso de un dedálico universo
-pecado de transcripción poética-,
y aquí me afirmo,
aquí tan oscuro,
aquí fatalmente,
en el centro de todos los deseos
aún no doblegados.

                                                     Noviembre 2010




En toda mi vida no he escrito más de cinco poemas. Éste nació como homenaje a aquel primer título que pactamos en la primera época de la Tertulia de la Calle Suipacha, “La agonía del crepúsculo”, a partir del cual tres de nosotros debíamos escribir un cuento. El pacto incluía también, como evoqué ya aquí, una primera frase y una determinada escena. Por razones que hoy se me escapan, cuando envié mi versión al premio de narrativa Villa de Benasque, en su edición de 1989, le cambié el título por “Vida más allá de este espejismo”, y con este título, con esta nueva y simulada identidad, pasó también al libro Desde el lugar donde me oculto.

Que hace año y medio yo me atreviera con una forma de expresión literaria en la que mi voz siempre me ha sonado titubeante tuvo mucho de voluntad de jugar sobre el juego, de intentar una variación sobre aquel desafío y, sobre todo, de mostrarles mi afecto y mi reconocimiento a los viejos camaradas Francisco Ortiz y José Luis Campos.

Al publicarlo aquí lo libero magnánimamente de la pena a cajón perpetuo a la que había sido condenado.

Foto: JFH

martes, 7 de febrero de 2012

Las ciudades especuladas


La Ciudad de hoy muy bien hubiera podido estar incluida entre las invisibles que Marco Polo le describía a Kublai Jan en aquel memorable libro de Italo Calvino: de esta soleada urbe, a la que se llega bien cruzando desiertos vagamente cinematográficos, bien atravesando campos cubiertos de plásticos espejeantes, bien como fin de una singladura breve por un mar tan azul como lo quiso el deseo de los dioses que nacieron y murieron en sus márgenes, cabe preguntarse si está en proceso de construcción o de destrucción. El viajero que llega no puede asegurar si lo que ve está siendo ya por fin la Ciudad o si está dejando de serlo. Grúas de edificación conviven con grúas de derribo, y lo que nace es tan distinto de lo que se reduce a escombros y desaparece que cabe imaginar una ciudad que se desmantela para ser otra. Y cabe imaginar también las razones para un cambio de identidad tan decidido.

Hay calles en las que se percibe o se intuye lo que la Ciudad fue, trazos paralelos al puerto que van ascendiendo, como renglones de un libro de historia, hasta la vieja fortaleza árabe, y el papel de ese libro está amarillento y parece vulnerable al tacto y aun a la vista, y hay una especie de vago olor a pulpa en descomposición, que es olor a tierra mojada y bajo una sombra perpetua, como si el imaginario libro urbano no hubiera sido abierto en muchos años. Sin embargo está el sol, está la luz implacable, absoluta, la luz sin aristas ni fisuras, desmintiendo la idea de sótano o caverna que le es propio al moho.

Por qué esta zona antigua y estas casas imponentes no constituyen la parte noble de la Ciudad es un misterio tan extraño que ni siquiera sus habitantes pueden explicárselo al viajero. Ocurre que hacia el centro, hacia las arterias principales, a una casa de dos plantas, tres a lo sumo, en cuya fachada abandonada apenas quedan rastros de sus vivos colores de antaño, le sigue anexo un edificio alto y feo y por completo a contra estilo; ocurre que al llegar al centro neurálgico, el viajero ve a un lado una bellísima construcción centenaria inusualmente elevada para su época, bellísima hasta en su nombre, que los habitantes pronuncian con admiración y algo de nostalgia, De las Mariposas, haciendo esquina como la proa de un buque recién rehabilitado, y al otro lado un búnquer romo, de una rara ultra modernidad sin carácter, como piedra gris sin labrar, de ventanas que quisieran ser realmente ventanas y no pudieran por lo aparentemente hermético, por lo aparentemente azogado.

Sólo entonces constata el viajero que la ciudad toda es un hormiguero de coches. Hasta ese momento el tránsito caótico y lento de vehículos le había parecido consecuencia de la estrechez de las calles del casco antiguo: ahora la superficie de la ciudad parece uno de esos puzzles de piezas cuadrangulares que se desplazan en sus guías hacia arriba, hacia abajo o a los lados gracias a que hay un solo hueco que permite buscar un orden, un sentido al dibujo: los coches no parecen ir mucho más allá del espacio que ocupaba su predecesor y son sustituidos por el coche de atrás o por el de al lado, y así se forma esa ficción llamada tráfico rodado. Tal vez no sea exactamente así, claro. De hecho, los habitantes saben que no es así. Pero lo cierto es que la impresión que se lleva el forastero es la de unas calles invadidas por un magma lento de chapa y cristal y caucho.

Y aunque el viajero cree estar ya en zonas de la ciudad completamente nuevas, aún se obstinan en aparecer cuando menos se lo espera uno casa bajas, de altos dinteles y una sola ventana, alta también, y enrejada, y es en esas apariciones donde el viajero entrevé la Ciudad de hace no tanto, la Ciudad de casi siempre, esa ciudad colonial que permitía ver el mar y la sierra desde cualquiera de sus esquinas, la ciudad llana de anchos bulevares y empinadas callecitas, de burguesía y obrerismo, de silencio, de ese silencio en que se trazaba el menudo rodar de una bicicleta, el cascabeleo de un coche de punto, el ronquido aislado un automóvil por cada muchos paseantes.

A aquel ayer le sustituyó este futuro que envejece cada día en una vertiginosa y laberíntica incertidumbre: es esta ciudad en la cual la sombra del viajero reconoce lo peor de la suya y de todas las ciudades.


Fotos: JFH

miércoles, 1 de febrero de 2012

Piano Man

Como bar de copas, el Loser estaría más cerca de ser el local que describe Billy Joel en Piano Man que aquél en el que vino a naufragar el triste pianista de la versión que más tarde escribió Víctor Manuel para que Ana Belén la cantara de forma espléndida. Durante años creí, erróneamente, que esta segunda canción era traducción al español de la otra, cuando en realidad son dos canciones distintas con la misma música y cierta parecida atmósfera de sábado noche y micrófono que “huele a cerveza”.

La canción de Joel, de 1973, cima de las songs for losers y de las bar songs (términos que yo no conocía hace cuatro meses, por cierto), es una de las más bellas que jamás hayan sido escritas dentro del rock o pop/rock; en ella, un joven pianista describe en primera persona la concurrencia habitual del piano bar en el que toca: el anciano que sentado cerca de él “le hace el amor a su gintónic”; John, el tipo de la barra, rápido con las bromas y a la hora de dar fuego, pero que lamenta no haber llegado a ser una estrella de cine; Davy, que está en la marina y probablemente lo esté siempre... Han venido a verle a él, y quieren olvidarse de sus vidas durante un rato.

El local que conocemos en la voz de Ana Belén (magnífica letra también, de 1980) es considerablemente más sórdido, un antro sofocante (“el calor se podría tocar”) que apesta a “humo y sudor”, donde “borrachos con babas” le recuerdan al pianista “quién fue” y ya no es. Él es en esta historia el centro del relato, un “viejo perdedor”, un hombre “vencido por una mujer”, un “náufrago” al que “le tiemblan las manos” y cuyas canciones, que él interpreta con una “emoción empapada en alcohol”, saben “a derrota y a miel”. Una historia desoladora sin paliativos, el triste desenlace profesional de quien fuera un “joven maestro al piano”.

En realidad, la canción original de Billy Joel tiene una base autobiográfica: a los 23 años, tras un infortunado primer disco en solitario (Cold Spring Harbor, 1971), Joel se fue a Los Ángeles, donde, bajo el nombre de Bill Martin, actuó durante seis meses en un piano bar llamado The Executive Room (¿el equivalente a “La oficina”, tan común en las ciudades españolas?). Fruto de aquella experiencia nació Piano Man, cuyo rotundo éxito hizo posible, entre otras cosas, que Joel no volviera actuar como pianista de bar.

Son, pues, dos viajes inversos: el uno arranca en los titubeantes inicios de una carrera que posteriormente habrá de resultar triunfal; el otro es el final de un camino amargo que condujo al fracaso. 

El Loser se complace en presentar en riguroso YouTube no las dos canciones, como tal vez sería más razonable, sino dos versiones de la original de Billy Joel: la primera, subtitulada, en reciente directo (Tokyo 2006), con objeto de conocer la historia; la segunda, con sonido de estudio y una expresiva puesta en escena. Y es que este Piano Man es, lo ha sido siempre, una de mis canciones favoritas.