domingo, 12 de mayo de 2013

Resérvame el vals, Zelda (2): la novela


Primera edición, de 1932









Un teniente rubio a quien le faltaba una insignia subió los escalones (...) Parecía disponer de un apoyo celestial por debajo de los omóplatos que alzaba sus pies del suelo en estática suspensión, como si gozara secretamente de la facultad de volar pero caminara por concesión a las convenciones.

Zelda Fitzgerald
RESÉRVAME EL VALS
Román y Bueno editores, 2012



Scott Donaldson, uno de los biógrafos literarios más relevantes de Estados Unidos, cita en un libro dedicado a Scott Fitzgerald una carta escrita en 1919 por Zelda Sayre -más tarde Fitzgerald-, en la que le decía a su prometido que esperaba no probar nunca suerte en cuestiones artísticas, pues era mucho más agradable estar segura de que podía hacerlo mejor que otros que intentarlo y no lograrlo. Esta actitud la mantuvo Zelda durante los primeros años de matrimonio. No fue, sin embargo, una mujer a la sombra de su marido, el escritor famoso que a sus 23 años se había convertido, con su primera novela, en portavoz de una nueva generación de jóvenes norteamericanos. Scott compartía con ella la celebridad: eran los Fitzgerald, bellos pero aún no malditos, que atraían la atención de todos y acudían a todas las fiestas. Así, en mayo de 1923, la revista Hearst's International publicó a toda página esta conocida foto, que Zelda llamaba su «Elizabeth Arden Face»:


Ella, además, escribió aquella década artículos y algún cuento, que Scott corregía y que publicaban con los nombres de ambos porque de ese modo les pagaban mucho más. Se aburría durante las largas horas que Scott pasaba escribiendo, pero luego él le leía sus manuscritos y ella aportaba sugerencias: le convenció de que su segunda novela no tuviera final feliz, y de que el mejor título para la tercera, de todos cuantos él barajaba, era El gran Gatsby. No es sólo que muchas de las experiencias vividas por ellos dos acabaran formando parte de alguno de los cuentos o novelas de Scott, es que ocasionalmente él usaba para sus libros fragmentos de las cartas de Zelda, e incluso de su diario, que ella ponía a su disposición.

En 1927 esto cambió. En algún momento de las ocho semanas que pasaron en Hollywood a comienzos de año, Scott se permitió un devaneo romántico con una jovencísima actriz. Zelda, que en el verano de 1924 tuvo en la Riviera su particular romance con un aviador francés, enfureció de tal modo que arrojó por la ventanilla del tren que les devolvía al Este aquel reloj de platino y diamantes que él le regalara cuando eran novios. La aventura de Scott le hizo ver que dependía de su marido, y a mediados de año empezó a practicar ballet, no como una forma de ocupar su tiempo, sino con la determinación de labrarse una carrera profesional. Había recibido clases siendo niña, entre los 9 y los 16 años, que abandonó para ocuparse de sus múltiples y excitantes compromisos sociales. Ahora, a los 27 años, primero en Estados Unidos y luego en París, con madame Egorova, Zelda se entregó de manera obsesiva y extenuante al ballet. Practicaba constantemente, incluso si había invitados en casa, y poco a poco fue dejando de interesarse por cualquier otra cosa, al tiempo que Scott bebía cada vez más. «Tú te estabas volviendo loca y lo llamabas genialidad, yo me estaba destrozando y lo llamaba cualquier cosa que tuviera a mano», le escribió él más tarde. Lo cierto es que era ya demasiado mayor para convertirse en una primera bailarina, tal como se había propuesto, y su febril dedicación a la danza acabó bruscamente y para siempre cuando en 1930 se hundió en su primera crisis nerviosa.

Zelda Fitzgerald, 1900-1948
Tras pasar quince meses en un sanatorio mental en Suiza, ella y Scott regresaron a Estados Unidos. Zelda se plantea entonces la posibilidad de dedicarse seriamente a la literatura. Escribe algunos relatos y comienza una novela, pero una inesperada recaída en su enfermedad interrumpe su trabajo y sume a Scott en la desolación: él había retomado a su vez esa novela en la que venía trabajando desde la publicación del Gatsby, siete años atrás, y que constantemente había tenido que interrumpir para escribir los relatos que costeaban su tren de vida y con los que sufragaba los elevados gastos médicos de Zelda; la situación debía de resultarle angustiosa, pues estaba convencido de que toda su fortuna dependía de esa novela.

A comienzos de 1932, Zelda ingresó en una nueva clínica psiquiátrica, en Baltimore, y fue allí donde en un mes terminó Resérvame el vals. La leyenda dice que Scott montó en cólera porque ella envió el original a su editor antes de que él tuviera ocasión de leerla, y porque uno de los personajes principales se llamaba Amory Blaine, como el protagonista de A este lado del paraíso, su primer libro, pero sobre todo porque, tratándose indisimuladamente del argumento de sus propias vidas, aquella novela contenía escenas de las que él también estaba ocupándose en el desarrollo de la que luego sería Suave es la noche. A su juicio, si la de Zelda se publicaba tal y como la había escrito, la suya parecería después una elaborada copia de la de ella. Entendía que cuanto habían vivido juntos, lo bueno y lo malo, era «su material» literario, y que, en definitiva, él era el escritor profesional, el que ocupaba una posición destacada en las letras americanas y el que sostenía a la familia con su trabajo.

La parte más oscura de la leyenda de los Fitzgerald surge de esta actitud de Scott. Sin embargo, se ha exagerado su oposición a la novela de Zelda. Una vez que suprimieron algunos pasajes, no demasiados, y que el nombre de Amory Blaine fue sustituido por otro, el propio Scott volvió a enviarle Save Me the Waltz a su editor, asegurándole que era una buena novela, tal vez muy buena, «la expresión de una personalidad poderosa». Pero aunque Scott temía el efecto que en su mujer pudieran tener las expectativas de fama y dinero, lo cierto es que no hubo nada parecido a un éxito editorial; al contrario: se publicó en octubre de 1932, y no gustó a la crítica ni interesó a los lectores. El fracaso de esta novela le hizo entender a Scott que en modo alguno merecía la pena arriesgar su propia y brillante carrera como escritor permitiendo que Zelda invadiera los espacios autobiográficos comunes en que se movía parte de su obra de ficción. Los médicos, además, consideraron que la estresante rivalidad desatada entre los dos agravaba los efectos de la demencia que sufría Zelda, y ella, tras escribir una farsa teatral titulada Scandalabra, acabó por volver su atención hacia la pintura.

Baltimore, 1932

Fue, tal vez, el momento más crítico en su relación. A partir de este incidente debieron de ir tomando conciencia, poco a poco, de que no viajaban ya en el mismo barco, pero tampoco, todavía, en barcos distintos: vivían tristemente flotando a la deriva, entre los restos de un barco naufragado, agarrados a los recuerdos de su perdida juventud. Zelda alternaba periodos de frágil lucidez con recaídas en su esquizofrenia, y sentía que se alejaba cada vez más hacia el fondo del desvalimiento. Scott, sobre todo tras la publicación de Suave es la nocheen 1934, perdió buena parte de su autoestima y empezó a verse a sí mismo como un plato agrietado. Aquel mismo año, en fechas próximas a la salida de la novela, se organizó una exposición con los cuadros de Zelda. Los periódicos que dieron cuenta del evento se refirieron a ella como «sacerdotisa de la era del jazz», «personaje fabuloso», «casi mítica». Sin embargo, tampoco su obra pictórica, aun poseyendo indudables cualidades, despertó gran entusiasmo. Al final, sus temores de juventud se vieron cumplidos: lo intentó todo y con todas sus fuerzas, pero acaso lo intentó cuando ya era demasiado tarde para ella.


Times Square, 1944. Zelda Fitzgerald
....

Según cuenta Nancy Milford en su extraordinaria biografía de Zelda, publicada en 1970, ella encontró el título de su novela en un catálogo de discos RCA Victor. Es muy posible que se tratara de este The Waltz You Save For Me, de Wayne King -el rey del vals estadounidense-, grabado por primera vez el 7 de noviembre de 1930...




Voy leyendo poco a poco el libro, como no queriendo apurarlo demasiado pronto; compruebo ya que posee una exuberancia verbal que tal vez -sólo tal vez- hubiera debido ser contenida, pero que, en cualquier caso, resulta muy estimulante. Se respira en su primer capítulo una lánguida sensualidad sureña que se traduce en la sucesión constante de descripciones pletóricas de ingenio y de una excitante penetración olfativa, visual, táctil, un acercamiento tan sensitivo a sus propias percepciones de las cosas que lo narrado se disuelve en la boca como un sabor y resuena en nuestros oídos como el eco de lo que alguna vez estuvo en los suyos. Son metáforas brillantes o extravagantes que se pisan los talones unas otras, como si Zelda hubiese optado por aquella escritura automática de André Breton y el resto de surrealistas. Yo conocía esta capacidad suya para la comparación poética, que en ella debía de resultar inmediata e incluso sencilla, una manera de comprender lo que la rodeaba y de convertirlo en palabras, tal y como se comprueba leyendo sus cartas. Hay en Resérvame el vals, como en tantas primeras novelas -sobre todo si son autobiográficas, como lo es ésta- un desmedido apetito de contar, y de contar de forma original. No cabe duda de que a Zelda le faltó esa larga disciplina que convierte unas inmejorables condiciones para la literatura en un trabajo realmente sólido, pero aún así Resérvame el vals, leída hoy, es un festín para los sentidos, un festín desordenado y sin protocolos ni etiquetas, si se quiere, pero festín. De alguna manera, la novela de Zelda Fitzgerald está emparentada con La noche del cazador, la película que dirigió Charles Laughton, no en cuanto a género, desde luego, sino por el hecho de tratarse de obras insólitas, únicas, extraña y perurbadoramente bellas, inclasificables y sobre todo primeras y últimas para quienes las crearon. Acaso es que me ciegue el afecto, como le cegó a Scott al ensalzar tan generosamente las cualidades del libro, o cuando afirmó que, de no haberla él conocido, Zelda hubiera llegado a ser un genio. 

Riviera francesa, 1926

19 comentarios:

Myra dijo...

He disfrutado mucho esta entrada. Me encanta esa primera edición de la novela de Zelda y, por lo que te he leído, parace que su lectura transimite la misma maravillosa languidez que contiene las notas de ese vals.

Un beso de admiración.

José Luis Martínez Clares dijo...

Si está emparentada de alguna forma con con la cinta de Laughton, debe tratarse efectivamente de un auténtico festín, agrandado, si cabe, por la trascendencia que conlleva todo lo que sabemos efímero.
Se te nota el amor por lo que escribes, pero escribir sin amor es una inaceptable pérdida de tiempo. Abrazos, amigo Juan.

V dijo...

Me sumo a lo que acaba de decir Jose Luis.
No me extraña que siendo así lo vayas saboreando poco a poco, degustando un licor de regusto único, como lo fue esta pareja. Muy necesario el rescate de esta mujer excepcional que no vivía a la sombre de...Un abrazo.

abril en paris dijo...

Las historias que nos gustan no quisieramos que terminasen nunca, no al menos muy deprisa. Hay que saborearlas , consigues entusiasmar a los demás, que te leemos con el misma curiosidad/pasión que tú lees a los Fitzgerld.
De ese placer hablamos al escuchar al mismo tiempo que leemos, las notas de ese vals.

Un beso

P.d. Sigo buscando el libro de Zelda, mientras acabo de salir del Gran Gatsby

abril en paris dijo...

P.D. El la amaba y seguramente por eso creia en ella con esa fuerza.
Parece que Zelda tenia un pequeño "deficit de atención"..o es la locura que hacia estragos en ella ¡pobre!

Juan Herrezuelo dijo...

MYRA: Me gusta mucho ese vals (aquí en grabación posterior, de 1941), la sensación de pista casi vacía, el suelo cubierto de confeti y una última pareja bailando a media luz y como olvidada de todo, meciéndose el uno al otro al lento son de una orquesta ya fatigada después de horas de fiesta...
Gracias siempre por tus palabras. Un beso.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CLARÉS: La atrevida vinculación que establezco entre la novela de Zelda y la perturbadora película de Laughton no tiene nada que ver con la temática, ya digo, sino con el hecho de que a través de ambas se advierte que las mentes que las crearon funcionaban de otra manera, tenían inquietantes recovecos: el lenguaje que utilizan (uno el visual, otra el literario) es radicalmente original, de ahí que no funcionaran en su tiempo. El problema es que mientras las imágenes no necesitan ser traducidas, el texto de Zelda sí, y es evidente que una parte del constante juego de metáforas -muchas de ellas con aire de greguería- se pierde al pasarlo al español, incluso cuando, al menos aparentemente, la traducción es tan notable como en el caso de "Resérvame el vals".
Un abrazo grande.

Juan Herrezuelo dijo...

V: No es posible leer esta novela de una sentada -a menos que el lector acepte perderse lo que se oculta en los intersticios de los diálogos, en la repentina transición de una escena a otra, en los márgenes de las descripciones poéticas... Sin duda fue Zelda una mujer abrumadoramente especial, capaz de mantener con Scott excitantes juegos intelectuales y de ingenio surrealista en conversaciones que duraban noches enteras. A la flapper le aportó el disfraz de su desenfado, pero era una personalidad muy compleja. Scott no sólo no la quiso a su sombra, sino que era plenamente consciente de que lo que había en él de personaje estaba indisolublemente asociado a ella, y lo que había de literatura -que era un ancho caudal de genialidad- se enriquecía con la peculiar perspectiva que Zelda tenía de todas las cosas.
Abrazos.

Juan Herrezuelo dijo...

ABRIL: No hacemos otra cosa que compartir con pasión aquello que nos apasiona, tú en tu apartamento abuhardillado, yo en este blog-bar, tú entre pinturas, yo acodado en la barra, con un trapo al hombro y un libro en las manos. La relación entre Scott y Zelda fue desde luego muy intensa, pero también muy conflictiva. Se dijeron cosas terribles y también cosas bellísimas. De una carta de 1934, de él a ella: “Pero Cisne, flota delicadamente, porque eres un cisne, porque los dioses te concedieron un favor especial al darte la exquisita curvatura de tu cuello, y no importa que te lo hayas fracturado al chocar contra algún puente construido por el hombre, porque ya se ha curado y sigues navegando. Olvida el pasado, la parte que puedas de él, y da la vuelta y nada de regreso hacia mí, hacia tu casa, que será tu puerto para siempre jamás, aunque a veces pueda tener el aspecto de una cueva oscura iluminada por las antorchas de la furia…”
Bueno, lo dejo que me embalo. Pero ya ves.
En cualquier caso, no quisiera transmitir la impresión de que ambos talentos literarios eran equiparables. No lo fueron, no lo son. Scott es un escritor inmenso. Yo te recomendaría “Suave es la noche”.
Un beso.

BEATRIZ dijo...

Valiosísima aportación! me ha encantado porque tiene tiempo que busco leer a ambos autores, pero me quede atorada en Sartre y otros filósofos.

Enlazare tu blog para volver.

Saludos.

Jon Alonso dijo...

Amigo,Juan.Ya la tengo en mis manos y voy devorandola poco a poco,relamiendome con ese estilo que tan sagazmente has descrito.Gracias por el post y caer en las dendritas de Zelda.Un abrazo

Juan Herrezuelo dijo...

BEATRIZ: Espero que cualquier otra experiencia lectora en que te sumerjas esté a la altura existencial... Los Fitzgerald lo están. Un saludo y bienvenida al Loser.

Juan Herrezuelo dijo...

J. C. ALONSO: Confío en que te guste tanto como me está gustando a mí. Yo voy por el capítulo 3, el mejor por ahora, donde Zelda desarrolla un material que era exclusivamente suyo, que Scott nunca llegó a usar y que en cualquier caso no hubiera podido hacerlo con tan estremecedora precisión: la obsesión por el ballet, el sufrimiento del cuerpo y de la mente, la tensión de los músculos, el sudor, los celos entre bailarinas, la relación con los espejos y el suelo y el aire y la música (“esas mazurcas de Chopin que suenan como si él creyera que no podías componerlas”, escribió Zelda en una carta: es la lucha de alguien por crearse un mundo propio, y el aislamiento al que esa lucha puede conducir. Ninguna biografía podía trasladar mejor cuál fue para Zelda el verdadero significado del baile en ese tramo ilusionante y atormentado de su vida, ni qué se escondía en ello. La novela es todavía mejor de lo que me pareció al principio.

Anónimo dijo...

No conocía esta obra. En cuanto pueda me hago con ella. despues de tu entrada estoy deseando leerla. un saludo

Anónimo dijo...

Excelente entrada e historia, toda una invitación a la lectura, espero que la disfrutes y será otra de las que tendré que agendar, para leer

abrazo

José Luis Martínez Clares dijo...

Imagino que ya tendrás noticia de ello, pero en Lumen han publicado las cartas de Zelda y Francis. Te dejo enlace, amigo Juan:
http://www.casadellibro.com/libro-querido-scott-querida-zelda-las-cartas-de-amor-entre-zelda-y-f-scott-fitzgerald/9788426413390/878058

Juan Herrezuelo dijo...

CONCHA HUERTA: Seguro que te sorprenderá.

HORACIO BEASCOCHEA: La terminé. Ha sido una experiencia increíble, porque llevo toda mi vida oyendo hablar de este libro y al fin lo he incorporado a lo ya vivido.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTINEZ CLARES: Se trata de una oportuna reedición. Lumen las publicó en el 2003, y lo compré entonces, of course. Es uno de los tres libros más valiosos que poseo. Lo que sí es novedad son las cartas a su hija Scottie, que publica Alpha Decay. Estoy deseando pillarlas.

El Doctor dijo...

Un precioso recorrido a través de una época ya perdida para siempre.Fíjate qué clase de glamour tocando el cambio,es decir,el crak del 29 por parte de la gente adinerada.Creo que hoy vivimos unos tiempos similares a lo que toca el derrumbe de un proceso histórico.Siempre les digo a mis amigos y familiares que esto no es una crisis sino el fin de la civilización tan y como la hemos conocido a lo largo de un siglo y nadie sabe lo que viene.Después de la Revolución francesa (ahí empezó todo)se sabía lo que iba a venir,pero nosotros no.Tenemos un mundo horrible y terriblemente hortera.A lo que iba (me pierde las digresiones)Hoy los nuevos millonarios son tan cutres que no dejarán ningún vestigio de nada,solo un mundo de ruinas.Los Fitzgerals,las Zeldas, los bailes,el jazz desenfrenado,y,lo más importante,por citar a Musil,el hombre sin atributos en el vacío más absoluto.En todo esto pienso cuando te leo,cuando leo a Fitzgerald y cuando escucho esa música de los locos años veinte.Eran ingenuos,sí, pero ¿qué somos nosotros?

Un fuerte abrazo,amigo mío.