viernes, 7 de marzo de 2014

Hambre de lectura

Sucede que acabada Anna Karenina sentí de golpe una desmedida necesidad de más lectura, como si los libros así de monumentales no sólo no saciaran nuestro apetito a la manera de un gran banquete, sino que, por el contrario, lo abrieran. En lugar de pasar inmediatamente a otro libro, mi voracidad me arrojó a las páginas de varios libros a un mismo tiempo, igual que si tomara a puñados comida de varios platos. Así comenzó febrero: retomé Amistad de juventud, de Alice Munro, en el relato en que lo había dejado para viajar a la Rusia de Tolstói; recuperé mi viejo ejemplar del Lugar siniestro este mundo, caballeros en memoria de su autor, Félix Grande, para leer alguno de sus cuentos veintitantos años después de que entraran a formar parte de la materia de que está compuesta mi pasión por la literatura; me interné en El mar de John Banville, en el que tanto me apetecía bracear desde que mi amigo Paco Ortiz me insistiera en que su prosa iba a sorprenderme muy gratamente; recorrí las primeras líneas de un libro que había llegado a mis manos en Navidad y que amenazaba con conmoverme hasta la misma raíz de mi capacidad para sentir en mí el dolor experimentado por otros, Diálogo con la muerte (Un testamento español), de Arthur Koestler; y en esta pura orgía de prosa vuelta hacia el pasado quise permanecer en contacto también con el presente releyendo a ratos un libro de poesía que me gustó mucho hace algo más de dos años, Palabras efímeras, de José Luis Martínez Clares: un poema tiene la virtud de no darse nunca por entero, de multiplicar sus significados con cada lectura, de nacer siempre ante nuestros ojos como recién escrito, como escrito en ese preciso instante en que al leerlo de nuevo, o por primera vez, al detenernos de pronto, con admiración, en un verso concreto, no hacemos sino intuir la hondura de sus secretos. «En los espejos de la memoria / van muriendo todas las variantes de la inocencia», dice Martínez Clares en un excelente poema en cuyos versos queremos ver reflejados los ojos resplandecientes de la señorita Kubelik; y en cierta manera de eso tratan todos los demás libros que pretendía a devorar a la vez: de asomarse al ayer de diferentes maneras. 

Tuve que poner orden en mis lecturas cuando los  personajes de unos libros aparecían en otros: al fin y al cabo, el relato de Alice Munro por el que recomencé su libro, “Agárrame fuerte, no me sueltes”, parecía tener extrañas conexiones con la novela de Banville: una mujer (Hazel) y un hombre (Max) emprenden un viaje hacia un lugar del pasado, en el primer caso del pasado de su marido muerto, en el segundo de su propio y lejano pasado, pero con el dolor más cercano de una viudez reciente. Decidí dedicarme primero a El mar, cuyo estilo, en efecto, me sedujo poderosamente, y acabado éste -y sin dejar de administrarme todos los días al menos un poema de efecto en absoluto efímero- comencé disciplinadamente la lectura del libro de Koestler…

Pero eso es ya otra historia.


8 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Por la parte que me toca, no hace falta que confirme cuánto me satisface que alguien me lea, máxime si quien me lee es Juan Herrezuelo y, para colmo, lo hace entrelazándo mis versos con la prosa de esos monstruos que menciona. En fin, los buenos libros tienen esa virtud/defecto: despiertan un apetito difícilmente mitigable. Ése es tal vez el secreto mejor guardado de la Literatura, esa red de carreteras que tú, amigo Juan, explicas tan bien con tu poética teoría de los pasadizos. Un abrazo

abril en paris dijo...

Uno se siente ansioso y acumula libros como el que teme pasar tiempos de penumbra y hambrunas.Para mí, en éstos momentos de mi vida, tener cerca mis libros, es sentirme un poco más acompañada.

Un beso cómplice

Myra dijo...

En este momento tengo en mi mesilla de noche 4 libros, todos comenzados a leer pero ninguno terminado, el último de Zweig. Mi hambre de lectura me lleva a comenzar uno y otro y otro...pero no sé muy bien porqué motivo no consigo acabarlos.
Y hoy me apetece mucho empezar a releer "Servidumbre humana" de Somerset Maugham, un libro que leí hace muuuchos años y me encantó. Pero no sé si antes debería acabar los empezados...

Un beso entre libros.

Beatriz dijo...

leyendo " El lector" de Pascal Quignard (un excelente ensayo sobre la sed de leer) en una hoja que me acompaña siempre en mis momentos de lectura apunte esta cita que él atribuye a Dante "...al extender las manos encima del hogar se percibe un calor único que sube de las múltiples brasas"
De modo que cada brasa- escribe
Quignard- cada obra, cada autor al sumarse a las otras, contribuye a esa combustión general que, de ese modo, no se interrumpe y resulta continuamente enriquecida

Un abrazo Juan. Siempre un placer pasearse por tu rincón

Juan Herrezuelo dijo...

"Palabras efímeras" es un excelente poemario, JOSÉ LUIS. Lo leí de la biblioteca y ahora le estoy dando vida al ejemplar que me llevé del IEA, mi ejemplar. Un libro no leído es un libro que espera lo que en el Génesis se llama el soplo de vida. Y cómo me gusta la hondura de los homenajes al cine clásico y al tren que hay en sus páginas... Un abrazo, amigo.

Juan Herrezuelo dijo...

Amigas ABRIL, MYRA, BEATRIZ: cuánto une la pasión por la lectura, ¿verdad? No os conozco pero puedo imaginaros sentadas en un sillón de lectura bajo la luz de una lámpara, con vuestro libro en la mano, en silencio o con una música suave de fondo, sumergidas más allá de sus páginas. No entiendo cómo hay gente que vive al margen de esta experiencia. Leo compulsivamente desde niño, ahora ya de una manera casi irresponsable en un adulto y como si fueran a prohibirlo -y somos tan pocos y es un acto tan subversivo que no lo descarto-. Un beso.

Marcos Callau dijo...

Y un poema nunca está terminado, aunque también es necesario, como en pintura, saber detenerse a tiempo. Ocurre con las grandes lecturas, siempre. Despierta el hambre de nuevas lecturas, quizá buscando de nuevo el placer literarioq ue se acaba de experimentae. Bonito texto, Juan. Abrazos.

Setefilla Almenara J. dijo...

Qué bendito placer ese de escribir sobre los libros que leemos, y qué bien se queda uno tras hacerlo,¿verdad? A mí lo de leer dos libros al mismo tiempo no me gusta porque cuando leo un libro dejo que su universo impregne mis actos cotidianos. He venido hasta esta entrada desde el blog de Martínez Clares, desde el apartado "Dijeron de mí". El caso es que estoy leyendo su poemario Palabras efímeras en estos días veraniegos y también a mí me está gustando mucho. Tu reseña es estupenda. Un saludo, Juan.
Sete.