lunes, 5 de mayo de 2014

Centenario Cortázar III: París por el lado de abajo

Hay ese instante en que se empieza a bajar la escalera de una estación de metro de París y al mismo tiempo la mirada abarca todavía la calle con sus figuras y el sol y los árboles, y se tiene la sensación de que los ojos van cambiando de lugar a medida que se baja, que en un momento dado se mira desde la cintura y luego desde los muslos y casi enseguida desde las rodillas, hasta que se termina viendo desde los zapatos, hay un último segundo en que se está al nivel de la acera y los zapatos de los transeúntes, como si todos los zapatos se estuvieran mirando entre ellos, y el techo de mayólica de la galería se vuelve un plano de transición entre la calle vista al ras de los zapatos y su anverso nocturno que bruscamente se traga la mirada para sumirla en una oscuridad caliente de aire viejo”... 
                          ...Así hemos descendido con el personaje Hèléne, y a través de la novela 62. Modelo para armar, a ese otro lugar que para Cortázar era privilegiado dentro de un París mítico, junto con ese farol que hay cerca de la estatua de Enrique IV, en el Pont Neuf, y con las galerías cubiertas del barrio de la Bolsa, cuya magia queda plenamente en evidencia en el que tal vez sea el cuento más complejo del maestro argentino, “El otro cielo”.

Imagen tomada de corporate-sound.com


Entre estaciones, el viajero habrá que entregarse a las correspondencias, o los cambios, o las combinaciones, depende del país, según explica Cortázar, pero siempre con ese significado de transformación. Nuestros Hades urbanos, dice, allí donde se da la mutación, la metamorfosis, en el bonaerense subte –de subterráneo-, en el uderground o subway o metropolitan o cualquiera de las nomenclaturas que designan ese inframundo donde la noche es infinita y se prolonga en los tentáculos de los túneles, con esos planos del metro que son como esqueleto o árbol mondrianesco, pasajes donde el tiempo está alterado y sucede la anulación de la libertad y “Pasajeros y trenes se mueven dentro de una relojería predeterminada”, sucede “la atracción del laberinto, recurrente maesltrom de piedra y metal”, sucede que acaso el hombre que baja no sea el mismo que sube a la superficie.

De esa alteración del tiempo dio fe Johnny Carter, el saxofonista de “El perseguidor”, quien perdió su instrumento en el metro de París mientras andaba fascinado con el hecho de haber accedido a otra duración: en el minuto y medio que transcurre entre la estación Saint-Michel y la de Saint Germain-des-Prés él estuvo pensando un cuarto de hora: un cuarto de hora en un minuto y medio. Que “la rutina, la somnolencia favorable dentro de la colmena de indicaciones y recorridos infalibles” favorezca “en algunos viajeros la irrupción de lo insólito” se le manifestó a Cortázar el día en que, viajando de pie en un vagón atestado, sintió sobre su mano apoyada en la barra la mano distraída de una mujer joven; en el cuento “Cuello de gatito negro” el contacto de esa mano, enguantada, se prolonga hasta poco antes de la estación Montparnasse-Bienvenue.

Foto: Chris Marker. Passengers

Pero en el metro de París yo buscaría sobre todo el itinerario de mi cuento favorito de Julio Cortázar: “Manuscrito hallado en un bolsillo”. Bastará bajar a la estación Etienne Marcel, como el narrador, y estar atento a todas las estaciones que vayan pasando, que en el cuento son Saint-Sulpice, Saint-Placide, Montparnasse-Bienvenue, Raspail y Denfert-Rocherau. Es el azar como juego (no un juego de azar), igual que arriba, en la superficie, sólo que ahora sometido a un implacable ritual: buscar a una mujer dentro de claves despiadadamente prefijadas, buscarla primero frente a él y luego en el reflejo en la ventanilla, “donde la oscuridad del túnel pone su azogue atenuado”, dos mujeres, dos nombres; sonreírle al reflejo y esperar que el reflejo reaccione, y entonces dar comienzo al juego, cuya regla es “simple, bella, tiránica”: confiar en que el destino de la mujer (“eso que en los medios de transporte también se llamaba destino”) coincida con alguna de las combinaciones decididas por él previamente, y entonces ganarse el derecho a hablarle… 

Las dos rutas cortazarianas diseñadas por el Instituto Cervantes de París acaban frente a la tumba de Cortázar, en el cementerio de Montparnasse. También lo estaba la mía, lo sigue estando. Se trataría de ascender a la superficie en la estación Denfert-Rocherau, la misma donde el narrador de “Manuscrito hallado en un bolsillo” rompe su propia regla y sigue los pasos de Ana/Margrit (en realidad Marie-Claude) y la aborda en la calle (“No puede ser que nos separemos así, antes de habernos encontrado”). Ya arriba, en la calle, sé que estoy cerca del cementerio, son apenas unos pasos. En el plano que he estudiado todo parece cerca, pero esta vez estoy seguro. Dicen que la tumba donde Julio Cortázar descansa junto a su última pareja, Carol Dunlop, es la más visitada. En la lápida hay siempre una multiplicidad de objetos heterogéneos que los visitantes depositan allí como homenaje, piedritas, billetes de metro, flores, lápices, dibujos. La emoción no es sólo por estar tan cerca de esta tumba entre tantas otras tumbas, sino por acompañar figuradamente a Cortázar cuando él mismo viene a hablarle a su Osita, enterrada allí dos años antes que él, con sólo 36 años: “Estaremos de nuevo tan juntos, Osita”…

Carol Dunlop y Julio Cortáza. Foto: José Alias (Tiempo de viajes y Rayuelas)

8 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Cuando vayas al cementerio de Montparnasse, déjale sobre la lápida estos tres capítulos que has escrito. Tiene todo el derecho a tenerlos cerca. Un abrazo, amigo Juan

Juan Herrezuelo dijo...

Amigo JOSÉ LUIS, sobre la lápida de Carol y Julio yo dejaría "una flor amarilla", pues en el relato que lleva tal título se propone una hermosa teoría sobre la inmortalidad. (Desconocía que la flor amarilla era la preferida de García Márquez). En cualquier caso, antes de ese viaje a París, siempre en suspenso, ya me gustaría a mí patearme contigo esta otra ciudad más cercana en tertulia ambulante. Un fuerte abrazo.

Laura Vicente dijo...

Acabo de leer los tres textos que has escrito sobre uno de los escritores que más he leído (y más amo y admiro) y sobre la ciudad europea que primero me cautivó y que más he visitado: tres veces. La primera vez con 22 años viví en París treinta maravillosos días con mi pareja en un diminuto apartamento que nos dejó un amigo suyo. Las otras dos veces en años posteriores, la última hace unos ocho años estuve quince días.

Cortázar es el escritor de cuentos que con menos recursos es capaz de crear universos complejos que impactan al leerlos. A mi no me gustan los cuentos, prefiero la novela, pero sus cuentos son impresionantes y me gustan tanto como sus novelas.

Mi regalo de las publicaciones que se están haciendo este año de aniversario es: Córtazar de la A a la Z. Un álbum biográfico y con él ando disfrutando de fragmentos, fotos, escritos y mil y un detalles sobre su vida.

No he visitado nunca su tumba pero la próxima vez que vaya a París (ya empiezo a necesitar volver) quizás lo haga.

Me alargo demasiado. Hermosos textos has escrito.

Un abrazo.

Marcos Callau dijo...

Está claro que sería más conveniente dejarse llevar por esas calles de París en tu compñía antes que aceptar la ruta del Instituto Cervantes. Creo que tú lo vivirías el doble, algo así como Johnny carter viviendo un cuarto de hora en un minuto y medio. Alargar el tiempo por París, recorriendo las rutas de Cortázar debería ser de obligado cumplimiento. Abrazos Juan.

El Doctor dijo...

Y como en aquel cuento de Julio Cortázar, en el que decía que no todos los que bajan al metro vuelven a la superficie.Bello texto,amigo.A estas alturas no hace falta que te diga lo que siento cada vez que escribes cosas de nuestro amigo común Julio,bueno,de lo que sea.Siempre vamos andando a Deshoras, salvo el crepúsculo.

Un fuerte abrazo

V dijo...

Pues desde luego que has conseguido favorecer la irrupción de lo insólito. Túneles, reflejos, Chris Marker captando al ser en lo subterraneo...y luego ese recorrido tan vital para llegar a esa estación final. Auténtico paseo de la mano por otra ciudad y otro sentir...gracias por todo ello, un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

LAURA VICENTE: Los cortazarianos se dividen entre quienes prefieren sus cuentos y los que prefieren sus novelas. Él estaba entre los primeros. El libro "De la A a la Z" está esperando, envuelto, el momento en que me sea regalado. Saludos.

MARCOS CALLAU: Yo me perderé, seguro, disfruto haciéndolo; en algún momento desembocaré en un lugar familiar, miraré el nombre de la calle... En cualquier caso la inicativa del Cervantes es digna de elogio. Tienen las de Machado, Unamuno, Buñuel, Vargas Llosa, Fuentes, Vallejo, Paz... Un abrazo.

FRANCISCO MACHUCA: Ah, amigo Paco, es que ese "Texto en una libreta" sucede en el metro de Buenos Aires, y me lo tengo reservado... Sé que estás entre los que queremos tanto a Julio, hasta el último round. Un fuerte abrazo.

V: Ese Chris Marker, al que no conocía, tiene una serie fotográfica sobre pasajeros del metro de París que hubiera hecho las delicias de Julio. Para mí, un descubrimiento casual. Abrazos.

josé alias dijo...

Estimado Juan
Sólo decirte que al foto de Julio y Carol que cierra tu entrada es d emi autoría... para más información

http://deviajesyrayuelas.blogspot.com.es

saluenas
jalias