viernes, 13 de enero de 2017

Episodios Nacionales, primera serie (I)

Benito Pérez Galdós (1843-1920)
A finales de los ochenta le oí decir a Antonio Muñoz Molina, lamentando la indiferencia hacia Miguel de Cervantes mostrada por los nuevos escritores, que la influencia del autor de El Quijote en la literatura anglosajona no cabría en el salón de actos en el que hablaba, en tanto que su influencia en la literatura española cabría, dijo, en el cajón de esta mesa: los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Aquella afirmación se me quedó grabada, pero no produjo efecto destacable sobre mí, pues yo estaba por entonces bajo la influencia, entre otros, de Julio Cortázar, y Cortázar había escrito un capítulo en Rayuela donde establecía una clara distancia estilística entre Galdós y él, distancia que el argentino invitaba a medir alternando tipográficamente una línea de Galdós y otra suya, dando como resultado un famoso texto que tiene mucho de galimatías. Tiempo después, pero hace muchos años, en cualquier caso, hice una mala lectura de Fortunata y Jacinta, que no logró entusiasmarme tanto como La Regenta, de Clarín, modelo ideal, para el joven que yo era entonces, de novela española del XIX. Y así quedaron las cosas hasta el pasado mes de septiembre.

Durante buena parte del 2016 no quise leer ni novelas ni cuentos. Me sentía hastiado de narrativa de ficción, así que me dediqué sobre todo a ensayos y biografías: de la física cuántica al tantra, del universo holográfico al mítico viaje del explorador Ernest Shackleton a la Antártida, de la Cábala a la disquisición de Harold Bloom sobre los nombres divinos Jesús y Yahvé. La abstinencia literaria resultó demasiado rigurosa, y al final del verano me vi atacado por una desmedida apetencia de novelas. Decidido a darme el mayor atracón posible de ellas, recorrí los primeros capítulos de algunas obras de Hawthorne, de Pereda y de Dickens, un poco tanteando pero convencido, eso sí, de que la cura que necesitaba pasaba por la narrativa del XIX. En algún momento debí de pensar que si se trataba de una grande bouffe literaria nada más apropiado que imponerme el mayor reto: las cinco series de los Episodios Nacionales, cuarenta y seis novelas, una detrás de otra. Como añadidura, ampliaría, además, mis conocimientos sobre la historia de España. Trafalgar, la primera novela, serviría en principio como prueba de fuego. Pero más que prueba, el libro resultó ser un regalo para el lector maduro y desengañado que ahora soy, devolviéndome el placer absoluto por la lectura, como el que se experimenta de niño y de muchacho, cuando las horas pasan volando mientras uno anda perdido entre las páginas, embebido en las aventuras de los personajes, participando realmente de ellas.

Me compré, sin dudarlo, todas las novelas de la primera serie -dedicada a la Guerra de la Independencia- que tenían en la librería de lance a la que acudo con frecuencia: ocho libros, no de una misma colección, sino en ediciones descabaladas, unos usados, otros aún con su precinto de plástico. Los dos otros dos, préstamos bibliotecarios sin opción a anotaciones con lápiz. Ahora sé cuánta verdad había en aquella afirmación de Muñoz Molina, pues no hay otro escritor español más cervantino que Pérez Galdós, y sé también qué equivocado estaba mi adorado Cortázar al juzgar tan burlonamente al escritor canario: cómo me hubiera gustado haber leído estos libros en mi juventud. Y sin embargo, qué joven me han hecho sentir ahora. Terminada esta primera serie, no quiero ya atracón, sino reservarme el goce seguro que esconden las otras cuatro para futuros periodos de hastío: serán medicina, no voluntad de hartazgo.

Qué increíble galería de personajes, innumerables, unos ficticios, otros reales, saltando de una novela a otra o existiendo solamente en una; qué asombrosa capacidad para describir sus atributos morales y físicos hasta lograr que cobren vida ante tus ojos; qué emociones tan distintas y tan vivísimas esconden las escenas íntimas y las de aquellas otras que describen desde dentro multitudinarias batallas, tantas y tan diferentes entre sí, también, qué horror sin límites el de los desastres de la guerra cuando los narra alguien dotado con el don de la elocuencia natural, sin forzamiento, con una sensibilidad tan acentuada, con una capacidad inigualable para la composición de tramas y subtramas. Esta primera serie es a un tiempo una sola novela en diez partes y diez novelas que se suceden y complementan sin dejar de conservar cada una de ellas una identidad propia. Es folletín amoroso, novela histórica, relato de aventuras y estudio psicológico de todos los caracteres humanos. Y yo pretendía escribir sobre esta obra –una quinta parte del total de los Episodios- en una única entrada de bitácora: bien se ve que, burla burlando, va la primera delante sin que haya dicho gran cosa aún. Tratemos de ser más precisos en la siguiente…


Madrid, 1919. Parque del Retiro. Inauguración de la escultura 
dedicada a Pérez Galdós, realizada por el escultor palentino Victorio Macho 
(fuente: MadridLaCiudad)

10 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

El retorno a las esencias... si Muñoz Molina lo dice... y tú lo confirmas, poco hay que añadir. Un abrazo, amigo

El Doctor dijo...

Es magnífica este serie dedicada al gran Galdós. Nunca se le mencionaba en aquella generación del 98 inventada por Azorín para quedar en la historia. Don Pío le dijo qué coño era eso y Azorín se fue con el rabo entre las piernas y se introdujo en un cine sin quitarse el abrigo y el sombrero. El "garbancero" de Galdós. Aquí está el problema que se ha tenido siempre con este gran novelista por culpa de Valle-Inclán, otro de los grandes. Según Buñuel, es el Dostoievski español, de ahí sus dos grandes películas basadas en su obra: Tristana y Nazarín. Luego Garci vendría para realizar su obra maestra; El abuelo. Aquí, todavía, no hay nadie que lo lea, amigo mío, porque les resulta casposo, soso, rancio, quizá por culpa de la misma incultura de esta país y su sistema educativo (lo mismo ocurrió con el Quijote). Fenomenal es el ensayo que dedica Rafael Chirbes en Por cuenta propia, y para de contar. En Galdós tenemos el Madrid finisecular, donde la vasta sordidez y la superflua modernidad competían por el dominio de la escena española. Queda bien hablar sobre la decadencias, el fin de una época a lo Stefan Zweig o Josep Roth; la República de Weimar o el western crepuscular, pero de Galdós no se habla, no se sabe, tan solo que lo recuerdan por verlo visto estampado en un billete de antaño.

De las obras que más releo son El amigo manso, Fortunata y Jacinta y Ángel Guerra.

Un fuerte abrazo, amigo mío.

PD: Veo que los vasos comunicantes siguen firmes.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CLARES: Para mí ha sido un deslumbramiento. Cada obra literaria tiene su momento para cada lector, y ha llegado para mí el encuentro con los Episodios. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

MELMOTH: Nunca he llegado a conocer el contexto en que Valle-Inclán dijo lo de "garbancero", pero sí sé que en la reseña que hizo en 1891 sobre Ángel Guerra llamó a Galdós "primer novelista español". Dostoievski para Buñuel, o nuestro Tolstoy en esta serie de la Guerra de la Independencia, desde luego nada tiene que envidiar a los maestros rusos: maestro es él también, sin duda. Además de “El abuelo”, Garci se basó en dos de estas novelas (la segunda y la tercera) para su "Sangre de mayo", que debo de ser uno de los diez u once espectadores a quienes les gustó. Imagino que sí, que a mucho jovenzuelo y menos jovenzuelo le resultará casposo: es una batalla perdida. Ya ves qué errado estaba nuestro amado Cortázar. En cualquier caso, para muchos es el mejor novelista español después de Cervantes.
Ese "Ángel Guerra" tal vez sea mi próxima incursión en Galdós (si no me lanzó después de todo a “El equipaje del rey José”, primer Episodio de la segunda serie...)
Tenía la clara intuición de que íbamos a coincidir también en don Benito, Paco...
Un abrazo galdosiano.

Alberto Granados dijo...

Sin duda, la novela del XIX y comienzos del XX, supone la instalación definitiva de la novela como género depredador de poesía y teatro y Galdós contribuyó notablemente a instaurar el "novelato". Pero a mí, como lector, me cuesta mucho trabajo leer tochos de muchas páginas y prefiero novelas más breves, aunque de cuando en cuando meto un tocho (hace dos noches terminé "La catedral", de Blasco Ibáñez y empecé "Patria" de Aramburu. Con todo, veo a Galdós como una figura indiscutible, no sé decir si cervantina o no, pero irrenunciable.

Me ha encantado tu artículo y tu referencia al maestro Muñoz Molina.

Un saludo,

AG

Juan Herrezuelo dijo...

ALBERTO GRANADOS: No es solo que el lector actual siga prefiriendo la novela a cualquier otro género, es que además busca novelas escritas hoy pero como en el XIX. En esos otros caminos distintos que abrieron algunos autores del XX, desde Joyce hasta el propio Cortázar, pasando por el Breton más fou, ha crecido la yerba de pisarla tan poco, y hoy se lee mucho a un Zafón que usa frases como “llevaba en su vientre el hijo de otro hombre”, o a una Almudena Grandes que se elige galdosiana del XX. El damnificado es el relato. Por más que se diga que el relato está de moda, el cuento es un género endogámico: leemos cuentos los que escribimos cuentos, por eso hay cada vez más libros de cuentos: porque cada vez hay más escritores que se dedican a escribir cuentos y a leer los cuentos que escriben otros: esa mano de Escher que dibuja el puño de una camisa del que asoma una mano que dibuja el puño de la camisa del que asoma la mano que dibuja…

No me olvido de tu admiración por Muñoz Molina, anfitrión de esa especie de tertulia por escrito en un visto y no visto, realmente estupenda, donde te leo –os leo- con frecuencia y donde estoy como estaría en una verdadera tertulia de café: un poco apartado y en silencio.

Un abrazo.

Horacio dijo...

No he leído a Pérez Galdós. Influenciado por Cortázar, como te imaginarás. Si hay libro que me atravesó y al que regreso es Rayuela. O cualquiera de sus libros de cuentos.

Luego de leerte, veré qué se puede encontrar por estos lares.

Abrazo grande desde Argentina, en un verano de infierno.

Setefilla Almenara J. dijo...

Pues, para no haber precisado, has despertado el gusanillo. De Pérez Galdós solo he leído un pasaje de una novela, del nombre no me acuerdo; era una hermosa muchacha andaluza que sorbía un huevo en una escalera de vecinos, por lo visto dejaba medio enamorado a un joven con el que se cruzó, tras un breve intercambio de palabras. Me gustó, tenía mucha chispa.
Ya nos contarás, un beso.

Juan Herrezuelo dijo...

HORACIO: Cortázar apostaba por una novela que se distinguiera de las fórmulas tradicionales del género, y en el relato, del que es maestro absoluto, por lo fantástico en lo cotidiano. Hoy quiero entender que no se trataba de romper como lector,sino con la inercia a seguir escribiendo en los mismos términos. Un abrazo desde latitudes españolas a las que aún no ha llegado el invierno polar que azota otras regiones.

Juan Herrezuelo dijo...

SETEFILLA: Te refieres a Fortunata, uno de los mejores personajes femeninos de toda la literatura del XIX, junto con Ana Ozores, Emma Bovary o Ana Karenina. Me alegro de haberte tentado a leer a Galdós, de eso se trata entre lectores ávidos: hablar apasionadamente de los libros que nos apasionan para compartirlo, para despertar gusanillos, como bien dices. Espero hacerlo así. Un saludo.