sábado, 21 de enero de 2017

Episodios Nacionales, primera serie (III): las ciudades sitiadas

Episodio de la defensa de Zaragoza frente a los franceses
(El Pilar no se rinde)
, de Federico Jiménez Nicanor

Las anotaciones surgidas de mi lectura de los Episodios son tantas que apenas sé cómo darle a esto que escribo sobre la gran obra de Pérez Galdós la forma de una reseña más o menos breve, que motive a quien lo lea a acercarse a ella, si no lo ha hecho ya, naturalmente: hablo tal vez con esa tonta excitación de los descubridores tardíos, que habiendo sido deslumbrados por las excelencias de lo que conoce ya casi todo el mundo pretende ser quien las comunique más ardorosamente. Si tan siquiera fuese capaz de elegir un momento significativo, una sola escena, de cada una de las novelas…

En Bailén sería, por ejemplo, el de los preparativos de la batalla, el canto de los gallos sorprendiendo a las tropas dispuestas ordenadamente para el combate, las tinieblas atenuándose en la progresiva claridad del amanecer, el sonido de las primeras detonaciones aisladas que anuncian lo que será, la visión creciente de las filas de soldados, de los rastrojos, de las bayonetas. En Napoleón en Chamartín, la forma en que nos es presentado Bonaparte, el causante de todo aquello que sacude la península y el continente entero; es un puro recurso cinematográfico anticipado: hay una atracción fatal por el temible emperador, por su aura de invencibilidad, por su dimensión histórica, al punto de que Araceli describe tan solo su sombra tras una cortina, recortada en una ventana al otro lado de un patio: un cuerpo rechoncho y de cabeza redonda, unos movimientos inconfundibles de sus brazos...

En Zaragoza se detalla la más brutal contienda que haya existido jamás: se guerrea no barrio a barrio, ni siquiera calle por calle o casa por casa de la capital aragonesa, sino de una habitación a otra, día tras día, semana tras semana: suena la piqueta en una pared, se abre un hueco y el ejército francés y los vecinos de Zaragoza se arrojan unos contra los otros encarnizadamente en el mínimo espacio de un comedor o un dormitorio, a tiros, a la bayoneta, con puñales. “Trabajillo ha costado echarles de la alcoba”, dice una heroína, “y ahora están disputándose la mitad de la sala, porque la otra mitad está ya ganada. No nos quitarán tampoco la cocina ni la escalera. Todo el suelo está lleno de muertos”. En Gerona –único episodio no vivido ni narrado por Gabriel Araceli-, el sitio a la ciudad catalana es de otra naturaleza: por hambre; y las consecuencias son aún más terribles, al extremo de que quienes las padecen desearían el cuerpo a cuerpo de los asedios a sangre y fuego: en la locura de los estómagos vacíos no cabe el heroísmo, y nada podría ilustrar mejor esta angustiosa situación que la pelea por atrapar, para comérselo, al gordo «Napoleón» de un ejército de ratones.

Juramento de la Cortes de Cádiz en 1810, de José Casado de Alisal
Cádiz es la octava novela de la serie: bajo las bombas que tiran los faraones en su cerco a la ciudad, nacen las Cortes gaditanas, y una jovencita de familia principal burla el encierro al que su tiránica madre tiene sometidas a sus dos hijas para asistir a una de sus primeras sesiones, sin entender nada pero excitada por el espectáculo político, que le “gusta tanto como los toros”. En Juan Martín el Empecinado, la novena, no menos divertida es la escena en la que el más importante guerrillero de la península intenta, en su condición de general, dictar un parte sobre la última y victoriosa escaramuza de su ejército sin que se note en su redacción que es un hombre de campo, sin estudios, y las palabras populares le brotan de forma natural, y las corrige irritado.

De La batalla de los Arapiles podría destacar la desmesura sangrienta del combate, y sobre todo esa feroz pugna entre Gabriel Araceli y un soldado francés por hacerse con una insignia imperial, un águila dorada en el extremo de un asta; pero por lo que a mí respecta, la última novela es sobre todo un personaje, al que de dedicaré la siguiente y definitiva entrega.

4 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Lo de Zaragoza me ha impresionado mucho. Qué forma de guerrear más desesperada. Si Galdós levantase la cabeza, estaría muy satisfecho con tus reseñas. Son excitantes, amigo Juan. Un abrazo

Beatriz dijo...

Como siempre, querido Juan, tu escritura crea adicción. Es comenzar a leerte y
no querer detenerse.
enseñas, deleitas, difundes conocimientos,contagias pasión por el verbo escrito
Un gran placer el seguir recorriendo tus pasadizos en donde uno nunca se siente perdedor.
Mil gracias por esta reseña de la obra de Galdós- He aprendido-
un abrazo amigo-

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CLARES: Zaragoza es quizá la novela más conocida de la serie, y posiblemente la mejor. Aunque todas ellas son diferentes entre sí, esta es la que tiene una identidad propia más acusada. Para empezar, la historia de amor con Inés queda al margen. Es la más terrible, también, y llega a parecer la narración de una pesadilla. Uno de sus párrafos estaba en un libro de bachillerato en el que estudié. No había vuelto a leerlo, y créeme que al llegare al él lo recordaba por completo (“¡A la calle todo el mundo!"). Una novela grandiosa. Perfecta para empezar, aunque sea la sexta. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

BEATRIZ: ¡Siempre tan generosa conmigo! Si he conseguido aportarte algo sobre esta gran obra me siento recompensado. Un abrazo, querida amiga.