Y qué importa si el lugar no existió
más allá de mi imaginación y de las páginas de un libro: puedo apoyarme si así
lo quiero en el extremo de la barra imposible del Loser, beber sin apartar la
mirada de la estatua de Bogart y del decrépito piano de atrezzo, allá al fondo,
en un rincón donde la luz no llegaba del todo: un Bogart alto, granítico y
blanco, de angulosas e irregulares cinceladas, con aquel gesto de pétreo
cinismo, el brazo izquierdo desapareciendo a la altura de un supuesto bolsillo,
en el muslo, y el derecho acodado en la tapa del piano, la mano colgando
y los dedos entreabiertos para que se cumpliera la tradición que el Loser
había exigido en sus comienzos: los fumadores tenían que rendirle el tributo de
apretar entre ellos un cigarrillo encendido. Pero esos comienzos están muy
lejanos: durante los tres primeros años Javier y Ruth, sus dueños,
oficiaron de perfectos anfitriones, pero de esto me acuerdo vagamente, es
extraño, como si se tratara de un sueño; sé, no obstante, que el Loser se
convirtió en aquel tiempo en un local de referencia para artistas o estudiantes
de arte, compañeros de Ruth, rendidos admiradores suyos. El local tenía por
entonces –así está escrito- un ambiente familiar, muy animado, que atraía a más
pintores en ciernes, o escultores, o fotógrafos, o actores, o poetas, junto con
los amantes de la buena música, el buen cine y los licores bien combinados.
Javier aseguró una vez, recordando aquellos años, que no había nada intelectual
porque desde un principio él y Ruth se negaron a permitir que creciera allí ese
autismo diletante, como de ateneo de subsuelo. El Loser, sí, era un refugio
también contra eso, una especie de consulado para todos cuantos no podían dejar
de sentirse extranjeros en cualquier otro sitio. Y yo puedo dejar el vaso alto
y húmedo en la barra y encender un cigarrillo, y mirar ahora las viejas
fotografías clavadas en un panel de corcho junto al equipo de música –suenan o
sonaron, sucesivamente, Ray Charles, Goodman, Ellington, Billie Holiday, Lou
Reed, Supertramp, Clapton-, estudiar esos momentos estelares del Loser, en
blanco y negro o color, también hay fotos de los otros cuatro años, cuando se
quedó Javier solo tras la barra, pero ésas no serán tenidas en cuenta, Javier
venderá el Loser y se desprenderá de ellas, no de las otras, claro, venderá el
Loser o lo vendió ya hace más de quince años, qué más da si no existió nunca y
eso no impide que yo sonría apenas las teclas de un piano anteceden a la voz de
Sinatra, She gets too
hungry…, sonrío y sigo el ritmo con la cabeza, porque escrito está también
que el Bogart de granito y cara pálida parecía torcer una sonrisa difícil si en
los bafles sonaba “The lady is a tramp”, esa canción, concretamente. Y si
alguien me preguntara: Oye, ¿y eso de Loser, qué es?, bueno, pues bebería otro
trago y luego respondería a la manera de Flaubert, ya saben, cuando le
preguntaron quién era Madame Bovary; diría: Loser c’est moi. Y ésa
es la verdad. Ésa es la puñetera verdad.
Foto: Cafetín, c. 1997. JFH
11 comentarios:
Me quedo en tu Loser, si me lo permmites,escuchando a Sinatra y disfrutando con tu relato en donde cada frase me va dibujando escenas para una película. Es que las imágenes que vas describiendo logran que me atrape ese escenario tan bien conseguido.
Ha sido un placer encontrarte y disfrutar con tus palabras
Un abrazo y mi enhorabuena.
Sinceramente me siento muy identificado con tus palabras y conceptos.Una atmósfera perfecta para los que amamos el jazz,Sinatra,tomar unas copas y fumar un cigarrillo impregnado de literatura y buen cine,¿se puede pedir más?
El jazz de tus palabras acodado en un piano, y los fotogramas en blanco y negro de tu mirada me han transportado a ese lugar que todos conocemos pero nunca hemos visto, a ese espacio que como agujero negro nos engulle y nos recuerda la nada del exterior, a tu Loser, a nuestro Loser.
Me quedo en él.
Saludos.
Gracias a ambos por volver. Hace ya varios años, el Loser me proporcionó muy buenos ratos, no acodado en su barra imaginaria, sino inventándolo para una novela que se llamó "El veneno de la fatiga". A la hora de ponerle nombre a esto que poco a poco va rodando, me acordé de aquel juego de arquetipos y lo reabrí. Y aquí estamos.
Hola, Juan, estoy visitando blogs que aparecen como seguidores de otros blogs amigos. De los que visite, éste me pareció muy bueno, voy a quedarme por aquí como seguidor, si me permites.
Si tienes ganas (sólo si tienes ganas), te invito a pasar por el mío.
Un saludo desde Argentina.
Humberto.
www.humbertodib.blogspot.com
Gracias por tu generoso comentario, Juan. Me ha dado mucha alegría leer que venía del autor de un soberbio libro (El veneno de las fatagias) que me conmovió hace ya algunos años. Enhorabuena, aunque sea tardía. Un saludo.
Gracias a todos por pasar por este nuevo viejo-local. Dejaré siempre una luz encendida. Y gracias Enrique por las generosas palabras que le dedicas a mi novela.
qué buen sitio, el Loser!! da para perderse escuchando a Sinatra y compartiendo momentos, los extranjeros de siempre, esos que en el mundo común y corriente no tenemos mucho que hacer. saludos desde Rosario, Argentina.
Esa es la verdad, Juan. Me encantaría compartir barra imposible de Loser a tu lado, sí señor. Hay pocos bares ( si es que hay alguno) donde se pueda escuchar "The lady is a tramp" por Frank y recordar a Bogart. Por eso necesitamos de lugares como este para recordarlos. Un abrazo.
Volver atrás, volver al lugar nunca abandonado, donde lo acogen a uno bellos sueños. Qué grande, Juan.
Una prosa tan hábil que me ha transportado a ese lugar y, a la vez, me ha hecho recordar sitios similares en los que uno pasó momentos entrañables.
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