domingo, 24 de julio de 2011

Recuerdos del Georgia Jazz Club




"Desde ahora, cuando oigo la voz abrasada de Ray Charles cantando Georgia on my mind, esa palabra sagrada de los blues no aludirá únicamente a la Georgia verdadera de América ni al Sur imaginario donde quiso estar solo Luis Cernuda. En este Sur, en Almería, hay otra Georgia insular que también invita misteriosamente a la lealtad y a la nostalgia."



ANTONIO MUÑOZ MOLINA



Siendo un lugar imaginario, creado para jugar un papel relevante en la novela El veneno de la fatiga, el Loser no fue un local de copas surgido de la nada. Como ocurre a la hora de componer los personajes de un libro, también los escenarios donde éstos se mueven tienen un modelo referencial que el escritor utiliza para no caminar sobre el vacío a la hora de establecer una personalidad o un ambiente creíbles. Se escribe como desde dentro de ellos: son los disfraces y los decorados mentales de que se vale un autor, a partir de los cuales va alzándose el entorno de la ficción; una especie de storyboard imaginario que dé carta de naturaleza física a las descripciones, y que suele tomar elementos de aquí y de allá, fragmentos de realidad y de invención entretejidos.

Cuando yo escribía sobre el Loser hace ya unos cuantos años, pensaba, sobre todo (aunque no exclusivamente) en el Georgia Jazz Club, mítico local de Almería que abrió sus puertas en 1978 y que a lo largo de su existencia se vio envuelto en no pocas vicisitudes –entre ellas, el triste epílogo de la muerte de su fundador, Serafín Cid-,  para acabar cambiando de fisonomía, de espíritu y al final incluso de nombre, un sanseacabó casi inevitable en una ciudad que había dado la espalda hacía ya tiempo al que fuera considerado uno de los mejores clubes de jazz de Andalucía.

Con el tiempo, mis recuerdos de su interior han acabado confundiéndose un poco con la idea que yo me hice del Loser. Recuerdo, eso sí, que para acceder al Georgia era preciso pulsar desde la calle un timbre, el cual se traduciría dentro más en una señal visual que acústica, supongo, y que al cabo de unos minutos te abrían personalmente la puerta y tú entrabas en la música salvando también los pliegues de una gruesa cortina. A los dieciocho o diecinueve años, que es más o menos cuando yo empecé a frecuentarlo, ser acogido de esta manera tan protocolaria en un ámbito como aquél te hacía sentir especial, un poco fuera de tu tiempo. Creo que no hay una descripción precisa del Loser en mi novela: me bastaba tener el espacio en la cabeza, y añadirle, eso sí, una escultura de Bogart y un viejo piano vertical a su lado, que desde luego no existieron nunca en el Georgia. Tampoco sonaba allí otra cosa que no fuera jazz –a menudo en glorioso directo-, mientras que en el Loser se dejaban escuchar también (así está escrito) Supertramp, Springsteen, Lou Reed, Roy Orbison.... Huellas de esos otros modelos menores.
Dizzy Gillespie y Antonio Muñoz Molina en Granada (1990). Foto: Juan Ferreras, El País

Al Georgia le dedicó Antonio Muñoz Molina un artículo en la tercera del ABC, y Serafín“Sera”, lo tenía colgado en una columna del local. Muñoz Molina, que estuvo en las celebraciones del décimo aniversario, junto con Lou Benet y el saxofonista Abdu Salim, es autor de la novela española que mejor ha usado el jazz como fondo de una trama, El invierno en Lisboa. En relación con ella, le oí contar en una ocasión la siguiente anécdota: todos los lectores dimos por supuesto que el trompetista que aparece en el libro, Billy Swann, era negro, sin que tal cosa se mencione en ninguna página; pues bien, el personaje estuvo inspirado en Chet Baker, uno de los más brillantes jazzmen de la historia -y loser a su manera destructiva-, que aquel mismo año de 1988 arrojaba desde la ventana de un hotel de Ámsterdam sus más que castigados cuerpo y alma para entrar en la leyenda, ésta sí negra, de los genios suicidas. Para la versión cinematográfica no se tuvo en cuenta esta particularidad racial –tampoco era necesario-, y Billy Swann fue interpretado nada menos que por el gran Dizzy Gillespie. Sin embargo, su presencia no evitó que la película pasara, con toda justicia, al olvido.

Cuando se publicó El veneno de la fatiga, en 1999, y alguien de la editorial me preguntó dónde quería yo que se presentase en Almería, no lo pensé dos veces y propuse el Georgia. El día que me acerqué al local para comentarle a Serafín la posibilidad de celebrar allí el acto, me encontré con que el Georgia estaba siendo sometido a una severa reforma, con la cual “Sera” pretendía adaptarse a los nuevos tiempos y, por qué no decirlo, reflotar el negocio. El nuevo Georgia se estrenó aquella tarde-noche de noviembre, y fue, por muchas razones, una de esas ocasiones que no se olvidan nunca.

La evoco hoy volviendo la mirada hacia Chet, que nos susurra su "Time after time" mientras ante nuestros ojos desfilan jirones de una vida en blanco y negro y viento y metal:

25 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Si yo hubiero conocido el "Georgia" probablemente mi literatura sería distinta, porque un sitio así te marca, se queda prendido a ti como una garra adherida al recuerdo. Por otra parte, Juan, "El invierno en Lisboa" es -efectivamente- una obra maestra del jazz. De sus hojas resbalan contraluces, humo y soledad. Esas notas primitivas quizás sean los últimos designios que nos llegan desde la voz temblorosa de nuestros ancestros. Saludos.

Marcos Callau dijo...

Estupenda entrada, Juan. Ese local del Georgia tenía muy buena pinta, ojalá en Zaragoza hubiera algo parecido. Pero esos lugares hoy en día ya escasean. "El invierno en Lisboa" lo tengo pendiente. Lo anoto, sin duda. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Muy buena entrada, estaría bueno darse una vuelta por el Georgia. En cuanto a "El invierno en Lisboa", una gran novela deAntonio Muñoz Molina, leída hace tiempo, en un año que me empaché con él, junto al memorable "El jinete polaco" y "Beatus Ille", novela a la que vuelvo de tanto en tanto.

Abrazo desde el sur.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Tengo problemas para hacer comentarios desde este ordenador. Es extraño, no me pasa con otra página, Juan.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS: no es nada exagerado lo que dices. Son vivencias que a cierta edad imprimen carácter. El Georgia era uno de esos lugares que permitían superar el ahogo de lo provinciano, pues te hacía sentir en el núcleo de algo y no en la periferia de todo: tomarte una Voll Damm con unas palomitas, escuchar jazz, mantener una conversación, echar unos dardos, nada más, pero todo como fuera del tiempo y de cualquier otro espacio, y muy muy alejado de la mera rutina de “salir de copas”. Un saludo.

Juan Herrezuelo dijo...

MARCOS, como creo que algo nos vamos conociendo, puedo asegurarte que “El invierno en Lisboa te va a fascinar”. Fue lo primero que leí de Muñoz Molina, cuando yo tenía 21 años (él la publicó con 31). Se ganó entonces la admiración de lectores y crítica, pues era y no era una novela de género (de géneros, más bien), pero con un estilo hipnótico, marca de la casa. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

HORACIO: Lamentablemente, el Georgia ya no existe. Grandes libros los que mencionas, como lo son “Sefarad”, “Plenilunio” y sobre todo la última, “La noche de los tiempos”, una novela que está más allá de todo elogio, nuestra “Guerra y paz”. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

Amigo EMILIO: No sé en qué pueden consistir esos problemas. Mis conocimientos de todo esto son pavorosamente limitados. Pero siempre me es grato tenerte por aquí. Un abrazo.

Myra dijo...

Hola, Juan. Me hubiera encantado conocer el Georgia..Me gustan esos clubs de antes que te transportaban a otras épocas. Eso de que había que llamar a un timbre para acceder a él..me gusta. Y esas cortinas..Con tu entrada me has llevado al interior de ese sitio tan especial.
Me ha gustado saber que en tu Loser suena Roy Orbison. Me encantan sus canciones, en particular In Dreams.

Maravillosa la música de Chet Baker. Perfecta compañera para esta entrada.

Un beso

Miguel Cobo dijo...

¿Se pude recordar algún lugar sin haber estado allí? Hay pasadizos a través de los cuales la memoria se filtra a través de la sensibilidad o a través de la afinidad en otra memoria porosa y permeable. Sólo hace falta un soplo de viento y metal para que el milagro se produzca.
Para colmo, estudié el bachillerato en la misma Mágina de Muñoz Molina (cuando todavía él era un niño en Úbeda) y "recorro sus calles nuevamente" con frecuencia familiar y literaria.

(Juan , en los últimos días se han frustrado varios intentos de adquirir "El veneno de la fatiga" en distintas librerías y a través de Internet. Todos infructuosos. ¿Dónde puedo encontrarla?)

Raúl dijo...

Gran novela; pausada, profunda pero ligera... Quisiera encontrarle un paralelismo con una pieza de jazz, ya que estamos, pero me va a resultar imposible, pues ni soy un gran aficionado (más allá de aceptarla como música incidental, casi como de hilo musical), ni estoy ahora por divagaciones tramposas en las que pudieras pillarme fácilmente.

La peli, en cambio, olvidable; tienes razón.

De tus recuerdos (que como confiesas hoy son casi ensoñaciones) poco que decir. Tan solo que coincido en que hay lugares y escenarios que, una vez filtrados por el tamiz de la memoria, se convierten en verdaderos umbrales de mundos maravillosos.

Juan Herrezuelo dijo...

MYRA: Tal vez la mayor virtud de esos lugares es precisamente ésa que señalas, transportarte a otra época, gozar de ceremonias que ya no existen, que han sido devoradas por la tiranía de la novedad permanente. A mi también me ha gustado siempre Orbison. Ese In Dreams me sitúa en una escena muy inquietante de la ya de por sí inquietante “Terciopelo azul”. Un beso.

Juan Herrezuelo dijo...

MIGUEL: Imposible saber cómo se tejen los déjà vu, esa prestidigitación de la memoria que juega a abrir pasadizos a través de la posibilidad de haber sido otros en lugares donde pudimos haber estado. Una vez oí, no sé dónde, este diálogo: Él: “Te vi anoche en el (por ejemplo) Georgia”. Ella: “Yo no estuve anoche en Georgia”. Él: “Yo tampoco; serían otros dos”.
Nada me gustaría más que lectores y amigos siguieran administrándose mi “Veneno”, aunque me temo que Alianza lo ha descatalogado (son doce años ya). Me preguntan muy a menudo por él, y no sé cómo podría adquirirse hoy un ejemplar. El año pasado un viejo camarada lo compró por Internet, pero no tengo idea de cómo se hace. He consultado el catálogo de Biblioteca Pública Provincial de Córdoba y allí está, en sus anaqueles, disponible.
Un fuerte abrazo, amigo.

Juan Herrezuelo dijo...

RAÚL: Sin duda a su autor le parecerá muy lejana en el tiempo y ya superada, pero “El invierno...” tiene algo especial, entre otras cosas el acierto de esa voz narrativa que es apenas testigo, a la manera de Nick Carraway en El Gran Gatsby. Una mujer intrigante, un amor imposible, un par de villanos, un revólver... pero sobre todo buena literatura (logró ese doblete no muy frecuente, el Nacional de Literatura y también el de la Crítica). ¿Pieza? Cualquiera de Chet Baker con un buen pianista.
Y es cierto: hay escenarios de nuestra vida a los que la memoria le añade lo que les faltaba para resultar del todo perfectos, así acaban siendo nuestros sin que medien títulos de propiedad.

abril en paris dijo...

Y pasar por aqui a mi me produce una 'flojera'..es decir me cambia el ánimo..te leo, te escucho y la música hace todo lo demás.

Un reencuentro muy agradable Juan. Y tomo nota de todo, me queda mucho por leer, por saber.

Un beso de vuelta de los paraisos del norte :-)

Juan Herrezuelo dijo...

A decir verdad, amiga ABRIL, a todos nos queda mucho por leer, no importa el tiempo que le hayas dedicado toda tu vida a los libros, y muchos paraísos por visitar. Bien hallada. Un beso.

Marisa dijo...

Cuántas historias, cotidianas y literarias, se engendran en Cafés, bares y pub, cuando estos tienen el sabor del jazz y las lágrimas del blues. Esas reformas que sufren a lo largo de los años, esos elementos de su fisonomía que desaparecen, se llevan a su propio sepelio tantos recuerdos y memoria como poesía, literatura y música que engendraron.
Ese Georgia Jazz Club del que nos hablas, Juan, intuyo que no solo fue un mítico local sino una inolvidable experiencia. Excelente elección para la presentación de tu libro.

En cuanto a Chet Baker, las notas de su trompeta y las caricias de su voz seguirán flotando en la atmósfera de esos emblemáticos locales perezosos de que llegue la madrugada.

Es un placer siempre leer tu excelente prosa, Juan, y tus cálidos recuerdos.

Un beso.

Juan Herrezuelo dijo...

MARISA: Los espacios desaparecen, los recuerdos perduran, ahí está por ejemplo la obra de mi admirado Marsé, que tantas veces es un canto a lugares que ya no existen, a una Barcelona que fue. Si hablamos de ciertos pubs, sin duda, como dices, más allá del placer puntual de tomar una copa en un ambiente atractivo prevalece su condición de experiencia, de aprendizaje sentimental, y cuando pensamos en ellos, o en aquellos cines que antes había en casi todos los pueblos y que ya no quedan en prácticamente ninguno, añoramos el espacio pero también a quienes éramos cuando lo frecuentábamos.

Gracias por tus palabras y un beso funnyvalentine.

El Doctor dijo...

Todo parece estar perdido,amigo.Aquí en Barcelona,rica en un tiempo, en clubs de jazz,hoy las propuestas son dudosas en calidad.Chet vino a Barcelona para realizas su último concierto cuando ya no le quedaban los dientes y tocó como un ángel.
Soy lector de Muñoz Molina desde hace ya mucho tiempo y siempre vuelvo a él precisamente en sus libros menos conocidos y que tanto me gustan como El Robinson urbano,Ventanas de Manhattan o Diario de Nautilus.
Un fuerte abrazo,amigo.

Carlos Espinar dijo...

Sin duda los recuerdos se agolpan al leerte, las noches de humo, alcohol y jazz, las tardes y noches con los amigos hablando del mundo, del cine, de libros... humanos, siempre tan humanos, ahí crecí y me hice persona. Para mi el Georgia no cerró ni cerrará nunca, permanece inmutable en el recuerdo y los amigos no se fueron, no se perdieron en la distancia, siempre estarán ahí, como París... como recuerdos entre nubes de café y libros y gin tonic. Gracias Juan por acercarnos recuerdos amarillentos y colorearlos con tu pluma y hacer que los sueños regresen del olvido.

Juan Herrezuelo dijo...

FRANCISCO MACHUCA: Lamento oir que ni en Barcelona va siendo posible disfrutar de buenos clubs de jazz. Qué inmensa suerte haber oído a Chet; suerte para ti, quiero decir: yo no la tuve. Muñoz Molina decidió inspirar un personaje en él cuando lo vió en Granada. Por cierto, de las obras de éste que mencionas, Ventanas de Manhattan me parece un libro realmente bueno. Yo lo leí con un plano de la ciudad encima de la mesa, y es casi como si ya hubiera estado allí. Un fuerte abrazo, amigo.

Juan Herrezuelo dijo...

CARLOS ESPINAR: Qué grato recuperarte. Sé que eres de esos almerienses que vivieron con intensidad las noches del Georgia. Era un lugar que ya en vida tenía ese algo especial de los espacios que se convertirán en leyenda. ¡Suipacha vive! Un abrazo

Francisco Ortiz dijo...

Y siempre habrá un alma perdida y nunca deseosa de ser encontrada errando por lugares como ese club y un bar de copas que, con veintipocos años, eran refugio contra el todo y contra la nada.

Juan Herrezuelo dijo...

FRANCISCO: Es que éramos aún hierro en las brasas: luego llegaron el yunque y el martillo, pero la forma que pudo ser quedó allí refugiada, en esos espacios físicos y mentales que, con palabras de Carlos Fuentes, podríamos llamar “regiones más transparentes”

Beatriz dijo...


Aunque no creas, no dejo de leerte, no podría. tus textos son una adicción, mi admiración por esa hermosa manera de recrearnos con tan bellas historias que se entrelazan entre los pasadizos de tu Loser.
Sí amigo, los espacios se pierden, los recuerdos permanecen. Bellas palabras.

Pasó un tiempo en que me era imposible dejarte un comentario. Fallos de la tecnología

Un abrazo desde esta tierra en la que hoy me encuentro y con la añoranza del regreso.