Hace un par de meses, mi buen amigo el camarada poeta me envío una entrevista realizada a José Luis Sampedro que bien podría ser entendida como un manual de lucidez para tiempos de barbarie y de cambio. Entre sus afirmaciones hay una, ésta personal, que me conmovió profundamente, y que no he parado de repetir desde entonces cada vez que ha habido ocasión: preguntado por el miedo a la muerte, Sampedro, de 94 años, responde: “Mi ambición es morir como un río. Ya noto la sal”. No podía ser recreado de mejor y más conmovedora manera ese tópico literario del Vita Flumen, de la vida como un río que fluye, que avanza inexorablemente hacia su desembocadura, que conoce la lentitud de los llanos y la rapidez de las pendientes, que se ensancha o se estrecha, que es mansa o tumultuosa según los accidentes de su recorrido, que fertiliza las riberas a su paso y pulimenta los cantos, que es navegable en algunos tramos y en otros deja al descubierto su lecho, y que finalmente se funde con el mar. Cómo no pensar en Jorge Manrique y en el que acaso sea el mejor poema de la lírica española. (Cómo no pensar también, ahora que escribo, en Riografía, de Miguel Cobo).
Este verano he seguido el curso de varias vidas de ficción en libros que a veces recogen un trecho de ellas, a veces casi todo su discurrir y en no pocas ocasiones su mismo ir a dar a la mar. Frente al monumento que recuerda a Manrique en Paredes de Nava (Palencia), el pueblo donde nació allá por el 1440, cedí a la tentación de poner a los pies de bronce del poeta uno de esos libros que me han acompañado estas semanas, Elefantiasis, de Raúl Ariza, cincuenta relatos que son bastantes más fragmentos de vidas inventadas, textos que son un prodigio de contención y que en su voluntad de jugar con quien los lee sugieren una corriente circular que conduce a una segunda lectura, y a una tercera, y que, en definitiva, convierten el libro en un pequeño atlas físico y narrativo donde cada una de esas vidas en cuyas aguas solitarias y desengañadas hundimos la atención forman, recordadas en su conjunto, un entramado fluvial que es imagen especular de nuestro tiempo (de barbarie, de cambio).
Elefantiasis, Jorge Marique y, en tercer término, la iglesia de Santa Eulalia, en Paredes de Nava (Palencia), donde se conserva la pila en que fueron bautizados Manrique y Pedro y Alonso Berruguete (Foto: JFH)
A principios de agosto, me acerqué a las vidas también solitarias y no menos desengañadas recogidas en Acceso no autorizado, de Belén Gopegui, aunque confieso que al principio sin más voluntad que la de dejarme llevar por su corriente como hoja de álamo. Admiré durante varios años a la autora de La escala de los mapas, que tanto me cautivó (es el único libro al que le he organizado una fiesta privada), y sobre todo de esa novela tan bella y tan insólita titulada La conquista del aire (insólita por lo insólitamente afirmada que está en la realidad presente, cuando mucho en nuestras letras es hoy bisutería y evasión). Pero a partir de su cuarta novela tuve que utilizar ya, ante mí mismo, todo tipo de escusas para justificar el haber invertido mi tiempo en su lectura, y con El padre de Blancanieves le dije adiós, yo creía que para siempre. Ahora Acceso autorizado me ha reconciliado con ella, no porque no sea puro Gopegui, sino porque lo es en el mejor y más audaz de los sentidos, en una historia que uno quisiera tomar por una mezcla de ciencia-ficción y política-ficción, pero en la que la ficción es apenas un barniz: no será mañana cuando nuestros ordenadores puedan ser visitados por extraños sin que lo sepamos, sino hoy, en este preciso momento, ni tampoco cuando “la amenaza criminal y el poder instituido” coincidan, sino ayer, hoy y siempre. “La democracia”, dice un intermediario –que a sí mismo se llama apoderado- “no es más que el recambio entre los vendedores, según quién estuviera en el gobierno serían unos y no otros quienes podrían ofertar sus ruinas para obtener a cambio millones de euros del común” o para adquirir “a precio de saldo inmuebles e infraestructuras puestas en pie por la comunidad”. Un texto demoledor, en muchos aspectos, que en su escena última incurre en cierta ingenuidad política (al suponer que tal declaración pública pudiera hacerse alguna vez en nuestro país), a menos que en ella encuentre razón de ser la apelación a la fábula que se hace en la contraportada. Por lo demás, la metáfora del fluir temporal se tecnifica, como corresponde al tiempo que nos ha tocado vivir, y puede, además, remontarse: “… no todo se acaba, quizá el tiempo es un pasillo mecánico que avanza siendo, sin embargo, posible desplazarse por él en dirección contraria hasta llegar a la emoción que fuimos” (pg. 232).
Pero este verano permanecerá en mi memoria como aquél en que al fin me embarqué en la caudalosa y excitante lectura de Madame Bovary. Que haya tardado tanto en acudir a sus páginas y al curso de las turbulentas vidas que por en ellas discurren se debe sobre todo a mi ilusoria esperanza de poder leerlas algún día en su idioma original, sabiendo desde siempre que la novela fue escrita con una enfermiza meticulosidad, que Gustave Flaubert salía al jardín para declamar a voz en grito cada párrafo y tratar así de cazar al vuelo cacofonías y disonancias en su prosa, que cualquier traducción, por buena que ésta fuera, no me trasmitiría más que un pálido reflejo de su precisión expresiva. Pero lo cierto es que nada he hecho en este tiempo para aprender francés y nada, tampoco, parece indicar que vaya a aprenderlo de manera milagrosa en lo venidero. De modo que en julio me vi arrastrado por la intensidad de sus corrientes, me adentré en el torrente de sus almas, me identifiqué con Emma de manera absoluta y de manera absoluta me enamoré de ella en una suerte de narcisismo literario. Apenas supe que el pomposo Homais acababa de recibir la mención de honor (última frase de la novela), y tras haber sido ya demolido por la dolorosa impetuosidad de la muerte de tan memorable mujer, leí también La orgía perpetua, el magnífico y revelador ensayo de Mario Vargas Llosa, y las sensaciones que había experimentado con la lectura de la novela se incrementaron con el estudio de la carpintería que la sostiene: todo en su elaborada escritura apunta a la perfección: el sutil sistema de planos temporales, la duplicidad como rasgo compositivo, las “diferentes máscaras del narrador”, la manera en que Flaubert canalizó hacia su ficción afluentes reales (“hizo de la vida una proveeduría literaria”, dice Vargas Llosa).
No me extenderé. Baste decir que me he sentido desbordado en este tardío encuentro con Emma Bovary, y ante la pervivencia de una obra tan monumental uno no puede evitar puntualizar que, en estricto sentido, son las aguas las que van a dar a la mar: el río permanece, para regocijo y asombro de generaciones futuras.
El río Carrión a su paso por Palencia. Aún ha de convertirse en Pisuerga y éste en Duero, y luego recorrer como tal cientos de kilómetros, antes de empezar a sentir la sal del Atlántico (Fotos: JFH)
25 comentarios:
Hola, Juan. El comienzo de tu entrada me ha recordado, con ese Vita Flumen, a la película El Río de Jean Renoir. El agua como símbolo de la vida que fluye.
El verano es muy propicio para enfrascarse en diversas lecturas. Yo también he dedicado parte de mi tiempo a meterme en historias, personajes, épocas..
Las fotos, muy bonitas.
Un beso
Veo que has estado muy activo devorando lecturas que es el mejor modo de vivir otras vidas y/o universos paralelos o dispares..
todo un fluir la vida aunque en verano el tiempo parece relentizarse.
Emma Bovary siempre me ha fascinado..la vida pues es algo que nos ocurre a nuestro pesar y mientras hacemos otros planes.¡Qué se lo digan a ese hombre sabio Sampedro !
Tomo nota de tus recomendaciones y te regalo ésta.
y un beso.
http://www.youtube.com/watch?v=ByUOFV5TusE
Juan: recojo los guantes que me lanzas y, de paso, aprovecho para decirte que tienes buen ojo con la cámara y buena mano con la técnica. Abrazos
Los libros "son los ríos que van a dar en la mar", que es el vivir dejándose llevar por la corriente, o vadear trechos caudalosos para por fin deleitarse del rumor de sus aguas en alguna de sus orillas.
Gracias por recordarnos esos cauces literarios de la mano de tus transparentes palabras.
Según leía y antes de llegar a la recomendación, yo también pensaba en Miguel Cobo y su excelente Riografía.
Un abrazo, Juan.
Me ha dejado de piedra esa acertadísima explicación de Sampedro acerca de la cercanía de la muerte, con ese sabor a sal. Es magistral. Tengo el placer de haber leído hace bastante tiempo ya "Elefantiasis" y anda que no le gustará a Raúl esa fotografía junto a Manrique. De los otros dos libros que comentas, ninguno ha caído todavía en mis manos. El caso es seguir fluyendo... entre libros, como mejor. Un fuerte abrazo.
Tuviste buenas lecturas. El primer libro que mencionas no lo he leído. Lo buscaré.
Un placer leerte.
Abrazos.
Cruzo el hermoso puente que has tendido entre nuestras orillas virtuales para admirar tu hermoso "don de fluir" desde tu fuente y caudal inagotables y descubro un río subterráneo en tus pasadizos, con las mil bocas de la literatura. Hijos de Heráclito, hermanos riográficos.
Un fuerte abrazo, especialmente agradecido.
Me encanta J.L. Sampedro y su coherencia, ojalá pudiéramos oler la sal con el mismo olfato que él lo hace.
Muy buenas recomendaciones con las lecturas que has hecho este verano. También estoy releyendo "Elefantiasis" en cuanto a Belén Gopegui la tendré en cuenta en el futuro, no la he catado todavía.
Besicos muchos.
MYRA: Me da un poco de pudor confesar que no he visto la película de Renoir. El sentido de tu comentario me motiva a hacerlo. Sé dónde encontrarla. Y sí, el verano invita a lecturas reposadas, a formar parte de historias de largo aliento y a saldar deudas impagables con esos títulos fundamentales de la Literatura. Un beso.
ABRIL: (Te respondo con el Cry me a river de fondo: qué oportuna siempre, amiga. Conocía la versión de nuestra admirada Barbra). Los libros contienen esas otras vidas que podríamos vivir. Que se lo pregunten a Don Alonso Quijano o a Emma Bovary. Hay una frase que repito mucho: la vida es eso que nos va pasando mientras nosotros nos empeñamos en que sea de otra manera. Kisses.
JOSÉ LUIS M. C.: El libro de Ariza te sorprenderá muy gratamente; Flaubert es una apuesta ganada; el de Gopegui dependerá de tu estado de ánimo. Agradezco especialmente la opinión que te merecen las fotos: he visto en tu espacio algunas muy buenas de tema taurino, terreno en el que me he movido también. Un saludo.
MARISA: Bien sabes que no hay vida más fértil que aquella cuyas orillas son bañadas por el cauce de los libros. Hay otras menos leídas, pero no son vida, al menos no lo serían para mí. Miguel Cobo ha sido todo un hallazgo que tú compartes. Un gran abrazo.
MARCOS: Cómo me conmovió leer esa referencia a sentir ya la sal. Dicho así y por un hombre de 94 años, cuya vida ha sido un Mississippi, un Nilo, un Amazonas, suena a serenidad, a privilegio vital, y transmite esa sensación que debe experimentar una persona longeva de que cada nuevo día es un verdadero regalo que cualquier mañana tal vez dejen de depositar junto a la cama. Un abrazo.
CLARICE BARICCO: Entiendo, pues, que sí has gozado de Madame Bovary. Qué tarde he llagado a ella, pero qué encuentro tan gratificante. Un placer recibirte y visitarte.
MIGUEL: Sin puentes cada orilla sería una isla, sin sus ojos bien abiertos no discurriría el afecto. El Panta Rei sirve igual para nuestra inmersión en el fluir de las lecturas: no nos bañamos nunca en el mismo texto puesto que ya no somos los mismos. Un fuerte abrazo desde este lado que es el tuyo.
LA CASA ENCENDIDA: Sampedro es, en el admirable sentido de la palabra, admirable. También yo quisiera conservar la lucidez que él tiene para llegar a sentir la sal sin el menor sobresalto, con naturalidad, pero eso sí, dentro de muchos, muchos años. Si aún no has leído a Gopegui, yo te recomiendo “La conquista del aire”. Besos.
Los ríos, cuantas veces han sido protagonistas de películas inolvidables por su condición metáforica. La de Renoir, pero también la menos conocida: "El Hombre del Sur", y tantas otras...
De Elefantiasis sólo decir que llevo más de tres años siguiendo a Raúl y a sus relatos y sólo puedo decir que son lecturas muy recomendables.
Saludos!
ETHAN: Ahora me viene a la cabeza una que tiene ya la metáfora en su mismo título, "Río sin retorno", con un Mitchum tan sólido como siempre y una Marilyn que canta su mejor canción, aquel "River of no return" (no return, no return...)
Ariza y Francisco Ortiz, en su "Almería 66", están entre los mejores cultivadores de ese género del relato muy breve, historias que caben en un folio o folio y medio. Saludos y gracias por pasar por aquí. (Este verano me he permitido la frivolidad de hacerme una foto muy parecida a esa de The Searchers).
Lo debería escribir en latín para que sonara más lapidario:
Gracias.
Pd.- Con tu permiso, subimos tu entrada al perfil que el libro tiene en Facebook, e incorporámos al bosque elefantiásico esa maravillosa foto que me regalas.
Supongo que hay un nexo de unión en esas lecturas, al margen de las manos que sostuvieron los libros ante uno ojos tan lectores, y más allá de concomitancias y desavenencias en gustos me quedo con tu manera tan cercana de contarnos y con tu pasión por la literatura, como diría nuestro común amigo Antonio. Es lo que vale.
PD: El camarada poeta es un tipo avispado, sabe poner en la senda.
RAÚL: De nada, amigo. Dispón de la foto a tu sabor. Tu hermoso libro y yo hemos recorrido juntos unos cuantos kilómetros, y ha sido una experiencia muy grata, muy buddy movie, que dicen los americanos. Un abrazo.
FRANCISCO ORTIZ: Dudé si hacer expreso o no el hecho de que leyendo la de Gopegui pensaba en cómo aconsejarte a ti, precisamente, su lectura, sabiendo lo que ya habíamos hablado de ella. Porque creo que te gustaría, sinceramente.
P. D. Si todo sale como está previsto (ya sabes), el camarada poeta SERÁ la senda.
He llegado al final de tu posteo como un caudal que llega manso a algun mar, con la sensación de la cercanía de algunos pasajes. El agua ha sido siempre una metáfora poderosa para mí y a menudo me he reconocido una y otra vez en Emma. Ah, y por cierto Elefantiasis sigue sobre mi mesa de luz.
Un abrazo.
Creo que no hay mejor libro donde quede recogido el valor poético y simbólico del agua que en “El agua y los sueños”, de Gaston Bachelard (yo tengo una edición del Fondo de Cultura Económica, México), una lectura sumamente recomendable para quienes, como tú, sienten el poder de la metáfora del agua.
Es extraordinario pensar que el libro de Ariza ha llegado hasta esa otra orilla. Sé que lo estarás disfrutando.
Un abrazo.
Hola! Entiendo perfectamente lo que dices de Flaubert y las traducciones. Yo tengo a medias una edición de "La educación sentimental" traducida por Hermenegildo Giner de los Ríos y...no puedo, me cuesta trabajo. Un post muy interesante, tomo nota :) Un saludo.
Nada mejor que la retroalimentación, de lecturas atractivas para el lector
Fascinante
Buenas letras y claro: excelentes lecturas
Coincido con Luzdeana, hay mucha agua en tu post, como la lectura, un discurrir de textos y palabras que desembocan en nosotros. Algunas de ellas con la ilusión de acodarse con nuestra forma del ver el mundo, cambiante, caótica, como las obras que elegimos para leer.
Abrazo
De Gopegui no conozco nada.De Flaubert se puede decir que todo.Flaubert fue el primero en denunciar la estupidez moderna,y con su Madame Bovary nos enseñó cómo se tenía que escribir.Me gusta ese capítulo donde León le está diciendo a la Bovary un montón de sandeces amorosas e hipoócritas al mismo tiempo que Flaubert en un recurso literario brillante,entrelaza el espectáculo de una plaza en donde se vocea las verduras.Me llamó la atención unos pequeños detalles de la obra,como cuando los personajes,desesperados y solitarios,necesitan se escuchados y recomendados.Por ejemplo,Bovary habla con el cura.Está desesperada y él le dice que se tome un vaso de agua.León está muy preocupado y le pide consejo a un amigo y éste le dice que se compre un torno.
Un fuerte abrazo,amigo.
ARANZAZU: Por muy meritoria que sea una traducción, si la obra traducida se apoya en el estilo tanto como la de Flaubert, por ejemplo, es inevitable pensar en esa tercera persona que actúa de intermediario y en lo inaccesible que resulta la musicalidad del original. Y a veces cuesta, es cierto. Saludos.
BRENDA LADURIE: Fascinado también por el efecto que aún puede ejercer un libro, a pesar de los muchos que uno lleva a la espalda: un buen libro siempre será el primer libro.
HORACIO: Nunca está de más recordar esa evidencia de que donde hay agua hay vida. Por otro lado, a mí me pasa que cuando un libro no me gusta pienso que he hecho una mala elección, pero si me gusta mucho lo que siento es que han sido sus personajes los que me han encontrado a mí. Un abrazo.
Es en esos detalles pequeños donde radica buena parte de la compactación de la obra, su asombrosa solidez literaria: los botines de Emma mencionados aquí o allá, los mínimos gestos en que se nos deja adivinar que el jovencísimo criado del farmacéutico, Justin, está secretamente enamorado de Madame Bovary. Esos detalles acrecientan el impacto que causan los grandes: ése de la seducción durante los comicios, la intensa escena erótica en el coche de caballos, descrita mediante el procedimiento de enumerar las calles de Ruán por donde pasa una y otra vez velozmente, la agonía de la protagonista… Es muy significativo que a Flaubert le procesaran por crear una adúltera y no por crear un ser tan detestable como ese comercial-usurero que mediante trampas y engaños acaba causando la ruina de Emma. Un fuerte abrazo flaubertiano.
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