(Para la Revista Análisis, de Psicoanálisis y
Cultura de Castilla y León. Número 27, diciembre 2013)
Cultura de Castilla y León. Número 27, diciembre 2013)
En su prólogo al
Libro de sueños, del que fue compilador, Jorge Luis Borges aventura que aceptar
en su literalidad la metáfora de que el alma humana, cuando sueña, es a un
tiempo teatro, actores y auditorio, tal y como fue planteada por el escritor y
político inglés Joseph Addison a comienzos del siglo XVIII, «podría conducirnos
a la tesis - peligrosamente atractiva, añade de manera no menos excitante- de
que los sueños constituyen el más antiguo y no menos complejo de los géneros
literarios». En otro texto, dedicado a Nathaniel Hawthorne, Borges señala que
Jung equiparó las invenciones literarias con las invenciones oníricas; el
epistemólogo francés Gaston Bachelard, por su parte, en un libro que pudo
titular «Psicoanálisis del agua», en correlación con su Psicoanálisis del fuego, ya publicado, pero que finalmente dio
a la imprenta en 1942 con el título de El agua y los sueños, afirma que «en el
orden literario todo es soñado antes de ser visto, aún la más simple de las
descripciones». Si queremos vincular creación literaria y psicoanálisis
habremos de tomar el camino de los sueños.
En cierta ocasión le oí decir a un por entonces joven novelista que escribir es un proceso de hacer consciente lo inconsciente. Tal vez sea una manera de explicar por qué algunos escritores sostienen que son sus propios psicoanalistas. La soledad juega un papel importante en ese proceso: es imprescindible para abrirse a la imaginación, o para que la imaginación se abra paso en uno, para descender a la memoria a través de las palabras, para indagar en los símbolos y tantear una intuición hasta identificar un determinado recuerdo, recobrar un olor, darle sentido a la persistencia de un sabor o una melodía. Escribir es empezar a buscar una manera de expresar una idea, de darle forma, y acabar descubriéndose escondido en sus alrededores; es esa arqueología introspectiva de la que hablaba Freud, es desvelar, a menudo involuntariamente, por caminos que no apuntaban al hecho desvelado, lo que uno ignora de sí mismo. El poeta astur-leonés Antonio Gamoneda, en la huella del «no saber sabiendo» de San Juan de la Cruz, lo expresó de manera precisa: «Yo no sé lo que sé hasta que no me lo dicen mis propias y ya escritas palabras».
Y no, no tiene que tratarse de una búsqueda consciente de uno mismo: casi nunca lo es. Pero el material al que se acude para construir y dar solidez y veracidad a una ficción literaria está en uno mismo, allí donde se produce la asimilación de todo cuanto nuestros sentidos perciben, y donde, sin que seamos conscientes, conocimientos cercanos se mezclan con los más remotos recuerdos. Que los sueños nos convoquen a la fantasía y alimenten nuestro afán de crear historias o de conocerlas tal vez tenga que ver con la inclinación natural –y peligrosamente atractiva, también- de escudriñar en lo oculto.
La explicación
que prefiero de todas cuantas he leído acerca de la relación entre la
literatura y los sueños es la que propuso María Zambrano en Los sueños y el
tiempo. De entrada, la idea que Zambrano tiene de los sueños difiere de la de
Freud en que, según nuestra autora, más importante que interpretar su contenido
o el significado de sus imágenes es descifrar el comportamiento del sujeto
privado de tiempo, las acciones que en tal estado le es imposible realizar.
«El tiempo es la raíz de toda experiencia», asegura Zambrano, de ahí, tal vez, la necesidad que el hombre siente de rescatar su pasado, entendiendo por pasado «no lo que fue, sino lo que ya no es». En el caso de los sueños, como «cara en sombra de la vida», dice, se trataría de un caso de rescate de lo oculto o lo perdido. Pero, ¿cómo se entra en el sueño? Para empezar, María Zambrano nos dice que «dormir es regresar»: no existiría el soñar si la vida no fuese inicialmente sueño. Al entrar a diario en el estado de sueño, el ser humano «roza el abismo de su nacimiento», y multitud de sueños pueblan ese dormir, aunque más tarde sólo aparezcan en el recuerdo los que preceden al despertar, y aún algo de estos sueños más inmediatos se desvanece en seguida, se hunde a través de la conciencia en el recóndito lugar donde se originaron.
Al dormir, pues, caemos en un tiempo que sabemos que ha transcurrido pero que no cuenta para nosotros, pues es tiempo interrumpido, es ocultación. La psique (que es mucho más que nuestra mera conciencia, que es nuestra alma) «se hunde en la atemporalidad cuanto más herida está por algo», y se refugia allí, y «se convierte en puro sentir, y se entrega a su llanto, a su resentimiento, a su padecer cualquiera que éste sea»: son palabras de Zambrano, quien se pregunta también por el autor que engendra las historias de los sueños. Según la pensadora malagueña, los sueños son «el primer paso en el camino de la representación». Sin duda, los sueños se urden con elementos de la realidad, pero he aquí que interviene en su elaboración digamos argumental lo que María Zambrano llama la «psique novelera», la cual «novela a ciegas», confusamente, «por hambre y prisa» de inventar historias que demuestren lo que pasa y por qué pasa.
De estas historias quedará al despertar no más que una resonancia, dice, la confusa sensación de que ha ocurrido algo, y de que hemos sufrido, pues sólo el sufrimiento ha sido real. Queda «la resonancia de la emoción». Los sueños no se incorporan al pasado, se desvanecen. Pero si son recordados, lo son en una forma simplificada, y poseen el carácter de una intromisión: aparecen ahí, se dejan ver quietos, algo esquemáticos y dispuestos a ser captados, efectivamente, como historia, dispuestos a ser ordenados; y, en cualquier caso, de una parte sustancial nunca recordaremos nada. Y he aquí una reflexión de María Zambrano que a mí me resulta particularmente interesante: en este punto, en la confluencia de lo que recordamos confusamente de nuestros sueños y lo que somos conscientes de haber olvidado, es donde aparece la necesidad primaria de crear historias, una necesidad irreprimible de representar ese sufrimiento que vagamente sabemos que hemos experimentado en sueños, pero para el cual no tenemos una clara explicación en la vigilia.
María Zambrano |
La hipótesis de
María Zambrano, mitad filosófica mitad poética, probablemente no sirva para
dilucidar todas las manifestaciones literarias, pero esa idea de que la razón
del porqué escribimos ficción pudiera residir en el deseo, en la necesidad
incluso, de recuperar un sufrimiento que sospechamos, tan solo sospechamos,
haber experimentado en sueños, de atraerlo a la realidad desde el mundo onírico
para encontrarle sentido, me parece sumamente sugestiva por cuanto es un
reflejo inverso de la necesidad casi terapéutica de sepultar en el olvido las
razones de un sufrimiento real, y también porque María Zambrano parece
insinuar, en cierto modo, que desde un punto de vista creativo es más fecundo
el dolor que la felicidad. Que la historia de la literatura esté repleta de grandes
desdichados, ¿no avala esta hipótesis? Acaso esa ineludible soledad del
escritor y la interiorización a la que su trabajo le empuja no sean del todo
ajenos a este hecho. Son dos soledades, una cerrada sobre la otra: la del
espacio físico y la de un orden puramente mental. José Ángel Valente refutó que
la poesía sea comunicación; antes al contrario, es, escribe, incomunicación, es
«cosa para andar en lo oculto», «para adentrarnos en una habitación abandonada
cuya puerta se puede cerrar desde dentro sin que nadie en el exterior sospeche
que una puerta se disimula en el muro». Y lo que sirve para el poeta sirve, a
su manera, para el novelista, del que Antonio Muñoz Molina dice que es «un
califa que se aburre en el palacio gramatical del yo, y una voz que se disuelve
en muchas voces y que se detiene a escucharlas todas para distinguir la única
que es la suya».
Encerrados voluntariamente en el interior del verso que componemos o recorriendo los extensos salones de nuestra imaginación solitaria para adivinarnos en la identidad de los otros; escarbando figuradamente allí donde el resultado de nuestra observación se funde con lo que hemos vivido y se convierte poco a poco en lo que vamos siendo; mirándonos actuar desde una onírica platea en la que somos todos los espectadores y reconociéndonos a un tiempo en cada elemento del decorado y de la decoración, en las bambalinas y en los ornamentos de los palcos, en el atrezo sobre el escenario y también en el terciopelo de las butacas: somos, en cualquier caso, lo que escribimos, aunque escribamos sobre personas ajenas a nosotros, de la misma forma que antes somos lo que soñamos; somos, quizá, fragmentos de ese otro género literario no menos antiguo ni complejo ni peligroso que es la vida.
11 comentarios:
Me gusta mucho tu reflexión acerca de los sueños como género literario, ¡qué buena definición! Interesante también la relación entre sueño y tiempo, de acuerdo con María Zambrano.
Escribimos lo que somos, lo que fuímos o que lo hemos soñado ser.
Un abrazo.
Hay seres que nacen con ese don; con una bella retórica, un lenguaje bello y entendible lo digan como lo digan. Es el caso del autor de "Los pasadizos del Loser". Juan, para mi es un deleite leerte siempre.
Y la clarividencia y belleza en sus letras de María Zambrano, para qué decir nada, uno se queda sin palabras.
Yo, más de una vez me he aclarado las ideas escribiendo mis pensamientos, aunque reconozco que mi forma de escribirlos es bastante sencilla.
Y sobre lo que dices al final de post, mira lo que dice Borges:
El hombre se despierta de un incierto
sueño de alfanjes y de campo llano
se toca la barba con la mano
se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
dolencia de sus años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
los mares de Lepanto y la metralla.
Jorge Luis Borges.
El oro de los tigres.
Un beso, Juan.
Me parece una idea más que romántica -y estética- que los sueños sean uno de los géneros literarios más complejos. La actual taxonomía de la literatura ni me gusta ni creo que recoja todo ese material intangible del que de una manera tan interesante explicas en tu artículo.
No sé si se sueña lo vivido o se vive lo soñado; a la ficción literaria no creo que el orden de factores le altere el producto. Lo que sí sé -y me adhiero a las palabras de Saramago en "Todos los nombres"- que:
"El cuerpo que sueña es real, por tanto, salvo opinión más autorizada, también tiene que ser real el sueño que está soñando".
Ha sido una verdadera delicia este artículo, Juan. Sigamos soñando para seguir viviendo y "ficcionando".
Un fuerte abrazo.
«Yo no sé lo que sé hasta que no me lo dicen mis propias y ya escritas palabras». Menuda frase. Juan: un texto maravilloso. Aquí está el germen de todos nuestros desvelos, de los sueños que debemos haber tenido, de los que todavía están por llegar. Un abrazo, amigo
Extraordinario Juan. Como tu mismo dices, amitad de camino entre la poesía, el sueño y la razón. Coincido con María Zambrano. Nunca terminamos de saber si el sueño de la razón produce monstruos...o si por el contrario la ensoñación como género puede alumbrar maravillas. Somos una esponja continua que absorve sueña y produce.
Las referencias y el análisis están a la altura del enigma. Que no es otro que el enigma de la creación humana. Irresoluble y maravilloso a un tiempo. Excelente texto y excelente la idea de analizar, rebuscar y p`rofundizar en un tema apasionante. Un abrazo
Los sueños como fuente de creación literaria siempre resulta una idea motivadora. Descartaría un porcentaje importante de publicaciones hechas para uso del mercado.
La felicidad llevada a su extremo es fuente de desdicha. Me parece que la felicidad soñada también ha dado grandes argumentos a la literatura y la poesía.
Qué cierto que la poesía es incomunicación o soliloquio complejo.
Excelente artículo, muy interesante.
Saludos!!!
Algunos nos hallamos en esa premisa que tan bien explicas "..empezar a buscar una manera de expresar una idea", que en tu caso parece tan fácil, tan natural.
Quizás, en eso de lo soñado se encierra la necesidad de darle forma, a tientas, torpemente en mi caso.
Seguimos aprendiendo de ti o contigo.
Un beso Juan
Gratificante y bella entrada. A mí me gusta pensar, como sostenía Henry James, en aquello del "vicariato de la literatura", de vivir por un rato, la vida de otro, a la hora de escribir, de contar o de hacer poesía.
Abrazo grande
Lo mismo ocurre en fotografía: todos los paisajes son paisajes interiores.
Y siguiendo el texto de tu entrada, si la literatura fuera sueños más tiempo, y la fotografía, espacio menos tiempo, ¿podría ser ésta el escenario de los sueños?
Un abrazo.
me ha encantado tu blog
Aunque me gusta Borjes no es uno de mis preferidos
Hola,Juan.
El tiempo transcurrido desde que me dedicaba a mantener mi blog y visitar a compañeros bloggeros y gente que admiro, entre los cuales te incluyo obviamente, no ha logrado que los olvide, ni reducido ni un poco el placer que me regalo al volver a leerlos. Simplemente la vida nos marca a veces otros rumbos, por motivos que no siempre podemos o deseamos explicar. O ni siquiera viene al caso hacerlo.
Son esos otros rumbos, a veces, los que nos regresan. Y para mí ha sido un gusto enorme esta mañana gris de domingo, antes de iniciar mi primera experiencia en un nuevo Taller de escritura creativa que arranco como una forma de disciplinar mi deseo de escritura que parece estar de vuelta, visitarte y degustar este brillante texto que me llena de espíritu creativo. Por supuesto que también me puse un poco al día con otros: ahora Ana Karenina se convierte en un proyecto de lectura para este año.
Mi agradecimiento transoceánico, lleno de un afecto que por virtual no deja de ser sincero e inalterable.
Mi cálido abrazo.
Diana.
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