Me atrevo a
aventurar una posible distinción entre relato breve y novela, una de las varias
distinciones que podrían hacerse, naturalmente, según la cual los cuentos
tendrían su razón de ser en la necesidad que desde siempre ha tenido el hombre de
conocer historias, de oírlas o de leerlas, cuando se supo hacerlo y entre
quienes sabían hacerlo, en tanto que la novela vendría a atender la apetencia de
vivir dentro de esas historias durante un tiempo prolongado, de habitarlas, de
seguir las peripecias de los personajes desde muy cerca y casi como si uno
estuviera implicado en ellas.
Recuerdo un gran
titular con el que el diario ABC introducía hace veinticinco años una entrevista a
doble página con Antonio Muñoz Molina, en la que el escritor jiennense afirmaba
que “La novela ha de ser útil hasta la obscenidad”. Recuerdo muy bien el
titular pero no recordaba el contenido. He vuelto a ella estos días para saber
qué había detrás de esa afirmación tan rotunda: una novela es buena en la
medida en que es útil, decía Muñoz Molina, útil hasta extremos obscenos, útil
para que un lector una noche se cure del insomnio o se consuele. Estoy seguro
de que pensaba también en una utilidad mayor, pero supongo que ese sería motivo de un
largo debate.
Hablar hoy de la
novela como género es hablar también, cómo no, de crisis. No de una crisis
relacionada con las ventas, que seguramente sería coyuntural si sólo se tratara
de eso, sino de una crisis de identidad, una crisis que afecta a su futuro, al
punto de cuestionarlo. En realidad, apostaría a que deberíamos referirnos no
tanto a la crisis de la novela, o la crisis económica, o la crisis de valores,
sino a una crisis de mayor envergadura, de la que todas las demás serían
piezas. Una crisis propia de un cambio de era o edad, propia de una encrucijada
histórica. Frente a quienes piensan que vivimos un periodo de decadencia, Félix
de Azúa propuso hace unos años que en realidad vivimos en un mundo que
actualmente se está inventando; propuso que vivimos una fundación, y que somos
primitivos de nuestra propia era. Estemos al final de algo o al comienzo de
algo, el resultado es el mismo, a todos los niveles: desorientación, incertidumbre.
En lo que afecta
estrictamente a la novela como género literario, nos la encontramos en un punto
en el que ya ha estado: en 1924, Ortega y Gasset planteaba la necesidad de que
el género adoptara radicales transformaciones para subsistir, pues a su
entender la forma había agotado ya sus posibilidades. Y en efecto, la novela
del siglo XX se aventuró por caminos muy distintos a los que había recorrido la
gran novela del XIX. Hoy se dice que el futuro es la novela híbrida, es decir,
la que surja de dinamitar las fronteras entre géneros, la que adopte formas
mestizas en las que participen lo narrativo, lo poético y lo ensayístico. Quién
sabe. Y tal y como están las cosas: a quién le importa.
Según William Faulkner,
lo que hace la literatura es lo mismo que hace una cerilla, una pobre cerilla,
cuando se la enciende de noche en mitad de un campo: No sirve para iluminar
nada, sólo sirve para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay alrededor. Que no
es poco, si se piensa bien. Acaso ésta sea la utilidad de la que hablaba Muñoz
Molina. Ernesto Sábato, a su vez, aseguraba que escribimos porque buscamos la
perfección, el absoluto que no tenemos. Dios, añadía Sábato, no necesita
escribir novelas, pero nosotros sí, porque somos infinitamente imperfectos.
Así las cosas, ¿de
dónde proviene nuestra necesidad de escribir? Y ya que estamos: ¿Es necesidad?
Lo fue, en mi caso. Pero hoy por hoy esa necesidad sólo afecta ya a la lectura. Desde el verano leo
compulsivamente, como si fueran a prohibirlo, según les he explicado a algunos
amigos. Y ahora llega a mis manos la última novela de Antonio Muñoz Molina, Como la sombra que se va. No hay otro
escritor del que espere más ansiosamente una nueva novela, y ésta es la primera suya
que ve la luz desde que existe este espacio, este blog-bar. Y a fe mía que llega
justo a tiempo. Al igual que con cada una de sus novelas, yo me dispongo a internarme
en ésta como quien se prepara para un largo viaje (o para habitarla, o para ver un poco mejor cuánta oscuridad me rodea):
“El miedo me ha despertado en el interior de la
conciencia de otro; el miedo y la intoxicación de las lecturas y la búsqueda….”, dice la primera frase, y a partir de ahí ya todo es posible...
Foto: JFH
9 comentarios:
Lo has expresado perfectamente. Nada hay comparable a la excitación que experimentamos no ya ante la lectura de un buen libro, sino ante la expectativa de esa lectura. Este nuevo libro de Muñoz Molina es una más que interesante propuesta.
Hoy dispondré de ella -me aseguran en Metáfora- pero la reservaré un par de semanas hasta terminar la edición de la revista Puerta de la Villa. Entonces podré sumergirme "obscenamente" en ella.
Y sí... todo muy negro alrededor de esta cerilla llamada Loser. Un abrazo
Está en mi lista. Si no la incluyen en los regalos de esos amigos "visibles" pasaré a por ella yo misma.
Siempre con hambre, siempre con el deseo de ser poseido por el autor, mejor dicho por su obra.
Besos
El Hombre es un ser concebido para vivir en sociedad, de ahí su necesidad de expresarse, de escribir, por ende. A Molina no lo he leído, que lo disfrutes. Yo estoy por hacerme con la última de García Montero.
Saludos, Juan.
No se si estoy muy de acuerdo con Felix de Azua, al que considero agudo observador, ya que no veo fundación partiendo de una tabla rasa sino nixturas y cócteles sobre una misma masa...
Sea util o no la novela, tiene una capacidad extraordinaria para retroalimentar esa necesidad de contar de compartir, de indagar.
Excelente texto Juan...la novela de Molina no la he leido. Entre tu y yo, y sin menosprecio alguno (faltaría más) me gusta más su mujer.
Espero tus noticias sobre esta nueva novela departe del loser. Un abrazo
No sé de dónde proviene esa necesidad, a estas alturas me da pereza, sino reflexionar, seguir reflexionando sobre ciertas cosas. Pero eso no quita para que me haya encantado la cita de Faulkner. El gran Faulkner.
Yo estoy de acuerdo con esa nueva vertiente que parece haber adoptado la novela contemporánea. Es decir, prefiero este tipo de novelas en las que se entremezcla la vida real del escritor-narrador, con la historia que nos quiere contar. En Francia ya es clara tendencia con los maravillosos Carrere y Echenoz.
Esta novela de Muñoz Molina la acabo de comprar. De los catorce libros que he leído de él hasta ahora, presumo que éste va a ser de los que más me va a gustar precisamente por eso. En el ser humano, de un modo u otro, siempre permanecerá la necesidad de contar historias.
¿Hacia dónde va la novela? Ojalá la dejen ir a dónde quiera que vaya, eso es lo importante: que siempre haya novelas. Dicen que habrá novelas mientras haya lectores que quieran leerlas. Me temo que cada vez hay menos gente que quiera leer más de 140 caracteres...
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