Había oído muchas veces que al llegar al final de El
Quijote el lector no puede reprimir las lágrimas o, en los más endurecidos,
evitar el nudo en la garganta, y mi hija pude dar fe de que hace un par de
meses fui incapaz de leer en voz alta, de una manera inteligible, esas palabras
de Sancho con las que, también él llorando, le pide a un moribundo y ya
devuelto a la cordura don Quijote que no se muera, que "la mayor locura
que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin
que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía”, y que no
sea perezoso, y que le eche a él la culpa de haber sido derribado de Rocinante
en ese último enfrentamiento entre caballeros andantes….
No me atrevo a
estas alturas a tratar de decir algo original sobre esta magna obra literaria,
“the world’s best work of fiction”, que así ha sido elegida y así se refirió a
ella el New York Times, según nos
recuerda Francisco Rico en una de las muchas ediciones de la novela que se han
llevado a cabo recientemente: la mejor obra de ficción jamás escrita. Tan solo puedo
aportar mi propia experiencia. Quise leerla de niño y también de adolescente,
pues me fascinaban las ilustraciones que traía el pequeño ejemplar de la
primera parte que había en casa, de Gustave Doré, a mi juicio el artista que
mejor captó el espíritu del libro y de su héroe, pero una y otra vez fracasaba
en el intento, y siempre en el mismo punto, en la narración del desdichado amor
de Grisóstomo hacia Marcela y el entierro del primero. Ya en la universidad leí
infinidad de pasajes y no menos ensayos críticos, y con eso di por ampliamente
conocido el texto. Fue hace unos doce años cuando determiné leerla cabalmente,
en una maravillosa edición a cargo de Vicente Gaos que tiempo atrás había
entrado en casa como providencial regalo de bodas: leí con enorme y fructífero
placer la primera parte y la mitad de la segunda, dos veces cada capítulo, una acudiendo
a las múltiples notas a pie de página y otra ya de corrido. A la mitad de la
segunda parte, la de 1615, y temiendo saturarme, creí necesitar abrir un
paréntesis y evadirme en otras lecturas que también me apetecían, y el
paréntesis se amplió, burla burlando, estos doce años.
Es la primera
vez que le saco provecho a un centenario: en mayo regresé a esa segunda parte
justo en el lugar donde la dejé, a punto de que don Quijote y Sancho, víctimas
de una estúpida chanza de los duques (a quienes por su insufrible necedad
Cervantes condenó al anonimato) suban a lomos de Clavileño. Para mi sorpresa,
no necesité ya acudir a las notas, salvo para averiguar el significado de
alguna palabra en concreto. El resultado ha sido el deslumbramiento, la emoción
extrema, la risa, la rabia hacia los burladores del caballero y de su escudero:
la vida toda en un libro.
Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros... (grabado G. Doré) |
Lo he dicho y escrito
muchas veces: cada libro tiene, para cada uno de nosotros, su exacto momento.
Nada más emocionante que ese encuentro en el momento oportuno. Y éste era mi
momento, no ya porque mi edad frise también con la de del ingenioso hidalgo, sino
porque la derrota vital en uno y otro se produce con parecidas razones, como
parecida fue también la locura que a don Quijote le llevó a creerse uno de esos
personajes que leía en los libros y a mí a soñar ser quien los escribiera.
Todo lo
que se ha dicho a lo largo de los siglos, en todos los idiomas, sobre la
excelencia de esta obra es rigurosa y asombrosamente cierto. Ya no se trata
sólo de que sea la primera novela moderna de la historia, sino que al mismo
tiempo es la superación de sí misma, un paso más allá: la primera posmoderna,
la que inventa verdaderamente un género para, al mismo tiempo, jugar con él de
un modo en que no se atrevería a hacerlo ningún otro novelista hasta varios
siglos después, aunque ya sin tanto acierto.
Luis Landero, el
escritor más cervantesco de cuantos escriben hoy, decía en sus clases de
literatura que El Quijote es uno de
esos pocos libros cuya vocación es contener cantidades ilimitadas de realidad,
y citaba también la Biblia y Las mil y una noches; pero, añadía, en
estas dos obras intervinieron varias generaciones, en tanto que El Quijote fue escrito por una sola
persona. Es, decía, como si nos contaran que una única persona había construido
las pirámides de Egipto.
Hay en El ingenioso hidalgo don Quijote de La
Mancha, en la unidad que forman esos dos libros escritos con diez años de
separación (1605 y 1615) escenas que parecen anticipar recursos técnicos más
propios de otras artes no nacidas aún, como el cine, y ahí está ese memorable
momento en el que quien hasta ese momento parecía narrador (si bien es cierto
que sumado a otros autores “que deste caso escriben”) deja suspensos, literalmente
congelados, a don Quijote y al Vizcaíno con las espadas en alto y a punto de
golpearse con ellas mutuamente, para explicarnos en un inserto asombrosamente
audaz que cuanto lleva contado, apenas ocho capítulos, proviene del relato de
un primer narrador, y que tal relato llega hasta ese punto, no más, para, a
continuación, referirnos las indagaciones que hace para encontrar el resto de
la historia, y cómo da con la autoría de un árabe llamado Cide Hamete Benengeli,
y cómo lo manda traducir, y cómo prosigue de este modo el relato.
Luego está el
pasmo ante audacias narrativas no por mil veces señaladas menos fascinantes de
comprobar, como el hecho de que en la segunda parte don Quijote, que se hizo
caballero andante a causa de los libros que leía, se lee ahora él mismo
convertido en personaje de novela, la de la primera parte, y con él el resto de los
personajes principales, y lee además ese otro Quijote apócrifo publicado en 1614, un año antes, el de Avellaneda,
y lo denigra por falso, y encontrándose en el camino con un personaje de esa
mentirosa continuación de las andanzas de nuestro caballero le hace declarar
mediante documento jurídico que él es el verdadero don Quijote, y no aquel otro
a quien él tomó por el auténtico... ¡en otro libro! En esta segunda parte nuestro
héroe llega a variar el rumbo que había puesto hacia Zaragoza al saber que es allí
donde tiene lugar una justa en El Quijote
de Avellaneda, y se encamina en su lugar a Barcelona, en cuyas playas es
vencido por el Caballero de la Blanca Luna, quedando comprometido a regresar a
casa y abandonar el ejercicio de la caballería durante un año. Lo que sigue es
el penoso retorno al que le obliga la
derrota, quijotizado ya Sancho y sanchificado don Quijote, con algo de ese futuro
retorno de Napoleón en su retirada de la campaña rusa, retratado magistralmente
por Tolstoi doscientos cincuenta años más tarde. Y en el camino a casa aún proclama
su voluntad de ir a Berbería a liberar cristianos cautivos, para de inmediato
caer en la cuenta de su rendición: “Pero ¿qué digo, miserable? ¿No soy yo el
vencido? ¿No soy yo el derribado?”, al tiempo que, poco más adelante, reconoce
traer “alborotado y trastornado el juicio” y no estar ya “ni para dar migas a
un gato”…
Muerte de don Quijote, según Gustave Doré |
No seré yo quien
trate de añadir más páginas a las muchas que se han escrito ya sobre esta obra.
Al terminarla al fin, tengo una intensa sensación como de haber consumado algo
que me era imprescindible para ir completándome como persona, un poco como hacer
el Camino de Santiago, según dicen, proyecto que yo tenía para este mismo año y
no ha sido posible llevar a cabo. Para otro será; éste que ya entró en su
agosto he alcanzado a leer el epitafio del inmortal hidalgo según redacción de
Sansón Carrasco y la prudente despedida de Cide Hamete, hecho lo cual, y como
no podía ser de otro modo, tomé de nuevo la primera parte e inicié su lectura
desde el principio, ya sin notas ni entretenimientos: no hay mejor libro que
éste, ni para el verano ni para otra estación. Y vale.
10 comentarios:
El Quijote es, tal vez, la única lectura imprescindible, como imprescindible me parece tu artículo. A mí, el momento me llegó en 1999 -verás que recuerdo el año-, cuando contaba con veintisiete, todos ellos de lecturas de escaso provecho. Supuso un cambio. Por cierto, nunca he reído más con un libro. Nunca, amigo Juan. Buen verano y un abrazo.
Yo tampoco voy a añadir mucho aunque se podrían escribir páginas y páginas sin descanso.
A la primera también me atasqué...no tenía edad ni lecturas ni experiencia vital para acometer semejante empresa...es un auténtico universo el que está ahí metido...y creo que gana con lecturas posteriores...para mi la segunda fue mucho más rica que la primera...un abrazo
JOSÉ LUIS y V: El Quijote tiene alguno de los momentos más hilarantes de toda la historia de la literatura. A lo largo de siglos, los lectores han tenido que cerrar el libro más de una vez y de dos porque no podían contener la risa. Y al mismo tiempo provoca situaciones tan extraordinarias come ese momento en que el lector se da cuenta de que desde varias páginas atrás el autor ha hecho causa con quien empezó a retratar como loco, ha sido conquistado por su carácter, y don Quijote ha conquistado a su vez vida propia, la grandeza de la libertad dentro de una narración. Qué sublime. Ya no recuerdo quién señaló que en la segunda parte don Quijote ya no es un loco, sino un crédulo… Y sí, en la segunda parte el juego de planos es más rico aún que en la primera, porque multiplica su número. Abrazos
Asignatura pendiente. Tengo que acusarme más que excusarme, no he pasado de ciertos pasajes.
Tu elogio de la obra bien vale un replantearse la experiencia.
Besos
ABRIL: No me ha sido fácil confesar que he tardado tanto en leerla, pero la experiencia ha sido finalmente de puro placer, iniciática, incluso, como si solo ahora hubiera descubierto lo que es la literatura en su más alta expresión. Para leer en voz alta. Y para ello nada mejor que el discurso de Marcela, en el capítulo XIV, con ese magnífico "Fuego soy apartado y espada puesta lejos". Imprescindible, como dice JLM Clares. Un beso.
Contagias tu embeleso con la lectura. Gracias Juan por esa elegancia del relato que invita a releer esta magnánima obra. Abrazos.
Y vale, desde luego que nos vale un artículo tan entusiasta, lleno de estímulos que nos llaman a leer esta obra magnífica sobre el vivir, porque de formalismos en torno ya va esta obra bien servida. No la he leído, conste. Tienes toda la razón al decir que cada libro tiene su momento. Sé que El Quijote me alcanzará de lleno cuando sea, los libros acechan para abalanzarse sobre uno cuando es menester hacerlo, entonces lo leeré y me sentiré un poco más completa como dices tú, estoy convencida. Mientras tanto, estos artículos que te van preparando son de agradecer, mucho.
Un abrazo.
Tuve que leerla en la carrera, pero tengo una anécdota en el grupo nadie la quería leer. Nadie se atrevía con el tamaño, con el lenguaje, no sé. Yo había empezado por un libro de crítica y me esperaba la lectura allá en casa, porque el Quijote había sido un regalo de mi mamá. Entonces, leía el libro de crítica, como para saber a qué atenerme y leí un ensayo sobre el Caballero del verde gabán. Esa mañana la rectoría le hizo una visita sorpresa a la maestra de Literatura Española, olvidadiza, adormilada, debió ser muy buena antes de envejecer, nunca se aprendía nuestros nombres, se quedaba dormida cuidando exámenes en fin, pues toca el tema ¿Qué me pueden decir del Quijote? ¿Cuál es la experiencia de su lectura? Algo así, pidió comentarios y nadie...se hizo un silencio absoluto y levanté la mano para extenderme con lo que la crítica me había recomendado. Salvé la honra de la maestra, un poco y en mucho la mía. Ese año me convalidaron la materia y no tuve que examinar. Después lo leí, por obligación, por deleite y porque creo que todos los ávidos lectores tenemos un cómplice absoluto en ese Caballero delgaducho y amador.
Amigas BEATRIZ, SETEFILLA ALMENARA y BELKYS PULIDO: bien sabéis, porque así os ocurre también, en una parte esencial de leer libros es la voluntad de interesar a otros en su lectura, y me alegra que hayáis sentido mi entusiasmo.
Gracias miles, BELKYS, por acercar hasta este lugar una anécdota tan sentida, por compartir con quienes nos citamos en la barra de este local imaginario un pedazo de tu vida.
Un abrazo.
Gracias a ti, Juan, cuando te leo siempre me llevas a otro lugar.
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