viernes, 16 de diciembre de 2016

Rayuela, primera edición


Hace un par de años, mi gran amigo Miguel me dejó sin palabras al regalarme de pronto, al finalizar un acto celebrado con motivo del Día de las Librerías, su primera edición de Rayuela (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 28 de junio de 1963). Gratitud, esa palabra tan grande, se quedó en esta ocasión muy pequeña para expresar mis sentimientos ante un gesto como aquél. Miguel compró el libro en la capital de Argentina tiempo atrás, en una librería de lance. Le falta la portada, y Miguel imaginó una posible razón para ello: su primer propietario la habría arrancado cuando la dictadura argentina puso en su lista negra a Julio Cortázar y prohibió que se leyera su obra: incapaz de desprenderse de un libro que amaba, aquel desconocido tal vez creyó que hacer desaparecer su famosa portada en negro bastaba para disimular su identidad.

Rayuela es el libro que yo más amo, de modo que tener una primera edición está más allá de lo que me es posible explicar con palabras. Esta novela/contranovela de Cortázar es para mí, desde hace treinta años, una especie de «biblia», no un libro sagrado, entiéndase, no un libro en mayúscula que contenga la palabra de una divinidad o que pretenda imprimir en mi carácter unas creencias o unas normas de conducta. Es mi biblia por la forma en que he seguido leyéndola estos años, ya no pasando de un capítulo al siguiente o de acuerdo con el tablero de dirección situado al comienzo (eso ya lo hice tres veces), sino abriendo por cualquier sitio, al rayuelesco azar, o buscando un pasaje determinado como quien busca (sí, supongo que es así) un versículo, porque me ronda la cabeza y quiero comprobar su literalidad, o simplemente como quien quiere escuchar de nuevo una pieza musical: Rayuela es música tanto como literatura.

Llegué a ella muy joven, después de una apasionada iniciación en la lectura que comenzó más o menos a los diez años y me llevó a devorar en los siete u ocho siguientes libros de aventuras primero y de detectives después. En ese proceso evolutivo de mi vida como empedernido lector, a Raymond Chandler le sucede Vázquez Montalbán y a éste, en algún momento, Cien años de soledad: la novela de García Márquez me fascinó completamente, y al abandonar Macondo quise saber más sobre literatura hispanoamericana. En algún sitio leí que el otro libro más significativo de aquello que se llamó el boom era Rayuela, de Julio Cortázar. Acudí a sus páginas esperando la misma exuberancia expresiva del colombiano, los asombrosos prodigios del realismo mágico, pero me encontré con un libro muy diferente y bastante más complejo. En la biblioteca pública de mi ciudad (seguramente en depósito ya, tampoco la edad de los libros perdona) ha de estar el ejemplar en el que fracasó aquel primer intento de leerla. Pero persistí en Cortázar: adquirí una recopilación de cuentos suyos y ahí sí, ahí ocurrió el deslumbramiento, la revelación, la caída del caballo, si se quiere: a los muy cortazarianos se nos ha tildado alguna vez de adeptos, creyentes, devotos o feligreses de su obra; bueno, será así.

La portada perdida
Fue entonces cuando apareció en los kioscos una colección de grandes obras literarias contemporáneas con el sello de Seix Barral, o para ser más exactos, dos colecciones casi simultáneas: ambas en el momento justo, al menos para mí. Rayuela fue el número 4 de la colección encuadernada en rústica y de color digamos crema pálido, con la firma de cada autor reproducida con letras doradas en la portada. Fue mi primer ejemplar de Rayuela, y con el tiempo me vi obligado a protegerlo con un forro trasparente y adhesivo sólo perceptible en el lomo, donde la curvatura cóncava del uso ha dejado el plástico un poco ahuecado. Al deslumbramiento de los relatos le siguió el de la novela, más acentuado aún porque venía acompañado del desconcierto, porque aquel libro me invitaba a formar parte del proceso de su composición, porque no parecía haber una historia que fuera intrigando al lector con su desarrollo, sino la negación de todas las demás maneras conocidas de contar quién sabe si una historia o varias embarulladas, donde estaban reunidos el juego y la filosofía, el humanismo y el humorismo, donde cada capítulo tenía mucho de fragmento autónomo dentro de una estructura narrativa libérrima, y a uno en tercera persona le sucedía otro en primera, o una carta, o lo que parecía una escena erótica en un idioma inventado, o un bellísimo poema en prosa que leí una y otra vez hasta aprender de memoria, toco tu boca toco el borde de tu boca, o un texto que alternaba una línea de Pérez Galdós con otra en la que el protagonista de Rayuela iba censurando para sí el tipo de novelas decimonónicas españolas que leía su amante; capítulos donde se hablaba tanto de jazz y de buhardillas parisinas, donde moría un bebé, bebé bebé Rocamadour, donde se reflexionaba sobre el propio acto de escribir y de cómo “escribir contra el capitalismo con el bagaje mental y el vocabulario que se derivan del capitalismo es perder el tiempo”, y se hablaba de “incendiar el lenguaje” y de ruptura con los elementos expresivos conocidos, y también de ritmo, de un balanceo rítmico al escribir: se hablaba del swing.

En ese ritmo narrativo-poético netamente musical, en esa libertad jazzística con que Cortázar deja sonar su prosa, en la complicidad que busca lograr por parte de quien abra el libro, en el encuentro con un lector que penetre la obra y no se deje dócilmente penetrar por ella…, en todo eso y en mucho más radica mi especial relación con Rayuela. Con los años compré otra edición, la de Cátedra, con introducción y notas del Andrés Amorós, y en mi vigésimo sexto cumpleaños, tal y como figura en la dedicatoria, otro buen amigo me hizo el regalo de la edición definitiva, la Rayuela total: de la Colección Archivos, bajo los auspicios de la Unesco, editada a partir de un acuerdo multicultural de investigaciones y co-edición adoptado por varios países europeos y latinoamericanos, en edición crítica coordinada por Julio Ortega y Saúl Yurkievich: un libro que contiene no sólo la novela tal y como Cortázar la dio a la imprenta, sino aquellos otros tanteos que dejó reflejados en el manuscrito que se conserva en la Universidad de Austin, Texas, y el famoso Cuaderno de bitácora, o diario de trabajo, que Cortázar regaló a Ana María Barrenechea y ésta editó en copia fotostática, y cinco capítulos descartados en la versión final de Rayuela (incluido el revelador de “La araña”, que estaba destinado a jugar un papel importante en el libro) y casi una treintena de estudios  sobre la obra. Curiosamente, leída hace tiempo la novela en los tres ejemplares, el que sigo manejando para las lecturas y relecturas constantes que llevo a cabo es el primero, con mis anotaciones y mi propia guía de lectura y alguna que otra foto metida entre las páginas y un billete de autobús de Santander que no recuerdo cómo llegó allí pero que en su interior sigue acogido.

Eso sí, aún no lo he leído en su primera edición.

 Julio Cortázar fotografiado por Sara Facio

18 comentarios:

abril en paris dijo...

Pues tu eres el culpable de que yo comprara Rayuela y comenzara su lectura y que vuelva a ella tambien como buscando una frase para cada ocasión.. " Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un libro-más...para ella casi todos los libros eran libro-menos.."

No creo que yo consiga esa devoción tuya (me pasa con otros autores) pero sí que te estaré siempre agradecida por llevarme hasta Cortázar.

Una reseña preciosa, Juan.

Un beso

José Luis Martínez Clares dijo...

En ello estoy, amigo Juan. En esa lectura caótica, poética y rompedora. Hace años pudo conmigo y me dijiste "aún no es tu momento". Estabas en lo cierto. Un abrazo

El Doctor dijo...

Está de más decir aquí que coincido totalmente en todo lo que dices de una manera maravillos, amigo mío. Ahora que lo pienso, detesto el libro digital (aunque respeto a quien le gusta). Hay ciertos libros que nos gusta tener en varias ediciones, o más. No se trata del fetiche del típico coleccionista, sino que va mucho más allá, y sorprendentemente no suelen ser tantos. ¿Acaso es porque esos libros nos gustan mucho? No lo creo, porque a quien le apasiona de verdad la literatura son cientos los libros que despiertan pasión. Es el secreto más íntimo entre el lector y el autor, o la historia. A veces nos sentimos íntimamente ligados a una sola novela de un autor que tiene una ingente producción que nos no interesa para nada. A veces, los escritores con renombre responden a la fatídica pregunta: ¿Cuáles son tus libros favoritos? Y casi siempre responden, aunque sea cierto, con los tópicos previstos pero siempre omiten ciertos títulos que son realmente los que los acompañan desde siempre y desde lo más íntimo. No es por motivos de vergüenza, ni mucho menos, sino porque saben que el vulgo los juzgará de una manera equívoca y para siempre. Una vez en una entrevista de trabajo me preguntaron qué libro estaba leyendo en esos momentos. Yo respondí que si me exigían sinceridad no podía responder a la pregunta. Como es evidente, se sorprendieron y la cosa se quedó ahí. ¿Qué estaba leyendo realmente en esos momentos? Todas las historias de Pippi Calzaslargas de mi amada Astrid Lindgren, que es lo que llevo haciendo desde niño. Si les hubiera dado el título del libro, a mis 47 años de entonces, de inmediato ellos hubieran anulado todas mis lecturas desde los siete años y me hubieran tomado por un tipo infantilizado y completamente inepto a mi edad. Cuando murió nuestro Julio encontraron en su biblioteca toda la colección de Babar el elefante. Julio, que yo sepa, jamás mencionó esa pasión lectora por este personaje. Buscaba en esos cómics la simplicidad de lo inmediato, entre otras cosas. Me lo puedo imaginar: Julio fumando en la intimidad de su cama a la luz tenue de la lámpara de su mesita de noche leyendo a Babar. Tú aquí hablas de libros, sobre todo de Rayuela. Tengo esa misma edición de edhasa (es la que más me gusta) y otra de Cátedra que es la que me llevo siempre cuando salgo de viaje para no estropear mi edición de 1976.

Un fuerte abrazo, amigo mío.

El Doctor dijo...

Por cierto, la edición es de 1979.

Aquí te dejo lo que no me atreví a decir en aquella fatídica entrevista de trabajo. Como es evidente, no me dieron el puesto de trabajo. Yo me alegré. Es lo que tienen esos libros íntimos, que son una guía interior que nunca te abandona.

http://fmaesteban.blogspot.com.es/2012/12/pippi-calzaslargas.html

Juan Herrezuelo dijo...

ABRIL: Pocas cosas pueden agradarle tanto a un cortazariano como esto que tú me escribes: culpable de conducirte a Rayuela, donde buscas frases para cada ocasión... Me alegra que tu relación con Rayuela sea la que conviene. Dicen que la incluyeron en la lista de las 50 novelas más difíciles de leer, pero es que Rayuela no puede leerse como cualquier otro libro. Cortázar te invita a empezar por donde quieras, a saltarte el capítulo que no te gusta, a ir y venir a tu antojo por sus páginas. Hay quien no puede con esos capítulos en que el Club de la Serpiente, a partir del 9, se pone a largar de jazz: te los saltas. Los capítulos prescindibles los pones tú, y otros que Julio C. dice que lo son, resultan imprescindibles de todo punto: el 92, el 93, el 143, ¡el 73!
Un beso conmovido, amiga-maga.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CLARES: Aceptar el caos, ese es el secreto de Rayuela. Entender que no pude leerse como Los pilares de la tierra o cualquier otra novela. Que la lectura la haces tú: que tú eres Rayuela, como un puente, según escribió Julio C., es un hombre cruzando un puente. Abrazos bajo esta bendita lluvia…

Juan Herrezuelo dijo...

MELMOTH: Iba a decir que mi relación con el libro digital es nula, pero mentiría: mi hija se empeñó en tener uno y por ahí anda: yo no le molesto a él y él no me molesta a mí. Es estupendo que revisitaras los libros de Lindgren –no los he leído-. Cualquier día me meto en las aventuras de Los tres investigadores, que son los libros a quienes les debo el hambre insaciable de lectura. Yo también me puedo imaginar a Julio C. leyendo cualquier libro infantil, qué otra cosa es un cronopio sino un niño atrapado en el cuerpo de un adulto.

Tengo la fortuna de haberme tropezado en la vida con varias ediciones maravillosas de libros de Cortázar: una sexta edición de la primera publicación de Libro de Manuel, en Sudamericana, 1975; una tercera edición, de 1966, de la primera publicación de Cronopios y famas, en Minotauro, una Prosa del Observatorio del 74, en Lumen…

Vengo ahora de tu texto sobre Pippi y Lindgren, que me parece maravilloso. Ojo con Suecia, que saben gestar rebeldía femenina. Lo creerás o no, pero de las dos pelis que he seleccionado para ver en familia la tarde del 24, antes de la cena de Nochebuena, una es Las vacaciones de Pippi, que le gustaba mucho a mi hija cuando era pequeñita y no la ha vuelto a ver. Ya ves.

Un abrazo fuerte.

U-topia dijo...

Yo soy una devota también de Cortázar, leí casi toda su obra de un tirón siendo veinteañera. Mi Rayuela es de Edhasa y la pobre es como una baraja porque se va abriendo en trocitos (así que pronto tendré que ponerle una goma de pollo para que no se me pierda nada :))
Me ha encantado el recorrido que has hecho desde tu lectura(s) personal del autor y de esta maravilla de novela.

Abrazos!!

Beatriz dijo...

Desde la tierra natal del "gran Cortázar " y adicta a toda su obra...sigo leyéndote a ti porque es un verdadero placer disfrutar de tus textos
Un gran abrazo transoceánico amigo

V dijo...

Permíteme que ante obras de este calado, ante las que suelo quedarme sin palabras ni argumentos, haga mías las tuyas. Se puede decir de mil maneras, pero has escogido algo que comparto plenamente...esa forma y fondo con sabor y estructura libre del mejor y auténtico jazz.
Tengo una edición posterior...pero te entiendo perfectamente...un abrazo

Juan Herrezuelo dijo...

U-TOPÍA: en tan lamentable estado como tú tienes tu Rayuela tengo yo también el primer libro de relatos que leí de Julio C., donde las tapas no lo son ya de un libro, sino de una carpeta de pliegos sueltos. Son libros que exigen ediciones bien cosidas, de otro modo las páginas van soltándose a su aire. Abrazos.

Juan Herrezuelo dijo...

BEATRIZ. Ay, me acuerdo de cuando me escribías desde mucho más cerca... En cualquier caso no hay distancias en este medio. Gracias por seguir acudiendo a este local donde tanto se te aprecia. Un abrazo del lado de acá (que es para ti el lado de allá).

Juan Herrezuelo dijo...

V: dada la importancia del jazz en Rayuela, se editó un curioso libro+CD titulado Jazzuela, que hacía un recorrido por los temas que suenan y los músicos que "actúan" en sus páginas. Sin duda, esta música que es expresión de pura de la libertad de que goza la improvisación, impregna toda la obra. También hay otras músicas: la clásica protagoniza uno de los capítulos más hilarantes, como sabes, el del concierto de Berthe Trépat.
Un abrazo

Tarquin Winot dijo...

Rayuela y el Ulises son mis dos grandes asignaturas pendientes. Los ejemplares de las dos obras llevan en la estantería de libros pendientes un par de eternidades. Nunca encuentro el momento y siempre aparece algún otro texto que les gana la posición... No sé,igual el problema es precisamente ese, que no son libros de deseo, sino de voluntad.

Juan Herrezuelo dijo...

TARQUIN WINOT: Cada libro tiene su momento, eso es algo que he comprobado muchas veces, sobre todo en los últimos años: El Gatopardo estuvo en mis estanterías también una enorme cantidad de tiempo, y luego fue un deslumbramiento. En el caso del Ulises confieso que no he tenido nunca ni voluntad ni deseo, si acaso, alguna vez, cierta curiosidad...

RMA dijo...

Estimado Juan:
Me trae aquí Miguel, el mejor jugador de rayuelas que he conocido.
Desde su ausencia también ha venido a verme ese insomnio de recuerdos atropellados, la misma sensación de pesado vacío llenándolo todo, la orfandad en la conversación que sólo puede ser con él. He repasado sus correos, sus mensajes. Estoy releyendo sus libros… Han pasado tres semanas y todo me parece diferente sólo porque ya no está. Ni puedo ni quiero hacerme a la idea.
Nos quedan sus palabras. Su estilo. Su bondad en el buen sentido de la palabra. Su luminosa generosidad. Su brillo.
Pero a mí me falta él. Saber que existía me consolaba de la existencia.
No. Ni puedo ni quiero hacerme a la idea de no volver a cruzármelo por un pont neuf. No me da la gana, no puede haberse ido.
Gracias.

Juan Herrezuelo dijo...

Amigo RMA, pues amigo has de ser si lo eras de Miguel: no reconozco quién eres, y tu perfil de blogger no me da ninguna pista. En cualquier caso, comparto esa orfandad, esa sensación de vacío. También yo repasé sus mensajes de wasap, también estoy leyendo sus libros: El malduque y La derrota y los tres de poesía. Comparto todo cuanto dices, desde el dolor. Un abrazo. (Entiendo que estás en Almería: nos vemos el viernes en el homenaje en la Casa de las Mariposas)

RMA dijo...

Mi R es de Rosa. ¿Podría escribirte a un lugar menos público?
Gracias.