
Con el hermoso título
El guardián del fin de los desiertos, llega a mis manos uno de los libros que más he deseado desde hace un año, justo desde que en el otoño de 2010 finalizase en Almería un memorable ciclo de conferencias dedicado a
José Ángel Valente.
Desde la ciudad celeste, coordinado brillantemente por José Andújar Almansa y Antonio Lafarque (que ahora han sido los responsables de la edición de este volúmen publicado por Pre-textos), se celebró entre abril y noviembre de ese año en que se conmemoraba el décimo aniversario de su muerte, y ofreció tantas, tan diversas y tan enriquecedoras perspectivas del poeta que la reunión de aquellas intervenciones en un libro era ya, desde su propio anuncio, un acontecimiento literario de primer orden.
El título del libro proviene de "Palais de Justicie", un texto aún parcialmente inédito por expresa voluntad de su autor, y hace referencia a algunos de los motivos en los que Valente insiste en su obra. “En el fin de los desiertos”, nos indican Andújar Almansa y Lafarque en el prólogo, “aguarda la trasparencia definitiva del lenguaje, los espejismos de la subjetividad igual que la identidad cambiante de sus arenas, los estallidos nocturnos de la materia, la naturaleza del silencio como señal o signo. Pero también la memoria de la luz, imagen que condensa la última etapa vital del poeta trascurrida en las tierras del sur”.
Recorreré estas páginas lenta y minuciosamente, y entontes daré más amplia cuenta aquí de todo ello. He leído ya el texto del poeta leonés Antonio Gamoneda, con cuyas palabras sobre Valente ansiaba reencontrarme. Pues desde un punto de vista estrictamente personal, el haber conocido y tratado a Gamoneda durante los tres días que pasó en la ciudad con motivo de su participación en este ciclo de conferencias, resultó ser una de las experiencias más gratas de mi vida (y quien me conoce lo sabe). Primero con el descubrimiento de la persona, un hombre entrañablemente cercano, ajeno por completo a toda esa pompa en que uno, en su ingenuidad, podría imaginarse envuelto a todo un premio Cervantes, trabajador infatigable a sus setenta y nueve años de entonces, que apenas dejábamos a la puerta de su hotel subía no a descansar sino a seguir puliendo la conferencia que sólo unos días después dictaría en Santiago de Compostela, exactamente en la otra punta de la península.
Más tarde, aún con el eco de su voz pausada en mis oídos, me deslumbró su obra, primero la prosa (me viene por defecto), esas memorias de infancia tituladas Un armario lleno de sombra: un placer absoluto, redondo, emotivo; allí encontré, además, no pocas de las cosas que él mismo nos había ido contando acerca de su vida. Después su poesía, en un volumen que está en mi mesa de trabajo desde hace un año y tal vez lo esté por siempre, Esta luz, en Galaxia Gutenberg, que reúne la totalidad de su obra poética hasta el 2004, un libro infinito, de lectura y relectura inacabable, unos versos que me administro regularmente como otros se administran diferentes sustancias en busca de una felicidad químicamente impura (allá cada cual). A través de esos versos, el poeta supo lo que no sabía que sabía (ese “no saber sabiendo” que es virtud de la poesía, según afirmación de San Juan de la Cruz a la que Gamoneda acude con frecuencia: “yo no sé lo que sé hasta el punto en que me lo dicen mis palabras ya escritas”). Para recordar una conmoción equiparable a la que me produjo su obra Descripción de la mentira, de 1977, tendría que remontarme al año 1984 y a mi primer encuentro con Rayuela, de Cortázar. Y sin embargo, poco puedo decir acerca de sus largos versículos, más allá de transmitir torpemente mi admiración por ellos. “La poesía no es materia de explicación”, dice Antonio Gamoneda, “la poesía es”.
No obstante mi condición de ávido lector de narrativa, Valente y Gamoneda han supuesto para mí dos apasionantes rutas al corazón de la palabra.
Antonio Gamoneda y José Ángel Valente
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P.D. Un pasadizo de última hora comunica este local con otro espacio tan joven como el año por el que ya navegamos: Palpitatio Lauri es su nombre, una página dedicada a las artes y las letras, en español y francés, y cuya declaración de intenciones resulta sumamente atractiva ("…un espacio que quiere ser interrogativo, un espacio para la seducción donde las ideas puedan coquetear y los labios besar el fuego…"). Son responsables Edgar Campos (alguien a quien aprecio y admiro y al que me ha gustado siempre considerar como una segunda generación de Suipacheros) y Arturo Sánchez. Mis mejores deseos para tan atractiva empresa.