viernes, 18 de noviembre de 2011

El trino del ángel

El Príncipe. Foto: JFH

En medio de no pocas tribulaciones, y casi con la esperanza de poder apartar su mente de ellas, quien esto escribe se complace estos días en la emoción de ir adentrándose poco a poco, siquiera vicariamente, en la fascinante experiencia del aprendizaje musical.

En realidad, es ella quien lo hace en primera persona, y yo la acompaño en la medida de mis limitadas posibilidades: son sus pequeños dedos de ocho años, tan amados, los que se adiestran sobre las cuerdas y en el extremo inferior del arco, son su delicado mentón y su hombro izquierdo los que aprenden a sostener el violín con la firmeza debida y en el ángulo correcto; yo, a través de ellos, recupero una parte de aquel inconfesado sueño de poder interpretar música. Mi tiempo ha pasado, claro, pero la fascinación que ejerce en mí la belleza de todo instrumento musical permanece intacta.

Leí en un libro que el violín es el príncipe de los instrumentos (es al primer violín de una orquesta, o concertino, a quien el director estrecha su mano antes y después del concierto, quien tomará la batuta si éste sufre una indisposición, quien supervisa previamente la afinación de toda la orquesta), y a partir de esa definición ella y yo hemos establecido un juego de vínculos afectivos con ese cuarto habitante de la casa que principescamente llegó a nuestras vidas hace poco más de dos meses. Es, en cualquier caso, un príncipe en el exilio, que conserva las delicadas maneras aprendidas en la corte de los milagros musicales pero se aviene con naturalidad al trato con nosotros, acaso porque ha advertido ya que somos exiliados también, pero de ese reino quimérico de lo que pudo haber sido y no fue.

Después de los primeros descubrimientos (el violín es extrañamente liviano, el puente es una pieza suelta, sujeta a la tapa tan solo por las presión de las propias cuerdas, la cinta del arco no es tal, sino una multitud apretada y tensa de crines de caballo que, además, hay que frotar regularmente con una pequeña pastilla de resina, a través de las efes de la tapa puede olerse la madera...), buscamos conocer más acerca de su historia, de su fabricación, de las leyendas en que están envueltos los más famosos luthiers de la historia. Aprovecho para releer El trino del diablo, la novela corta de Daniel Moyano, y para disfrutar otra vez de esa estupenda película que es El violín rojo. Y buscando buscando, nos encontramos con una joven virtuosa que nos tiene hechizados, Hilary Hahn....

Hágase el silencio, pues de esta asombrosa manera interpreta una pieza de Bach:  



20 comentarios:

Diana H. dijo...

Emocionante, Juan. Es que a través de ellos tenemos acaso una aproximación a lo que quedó pendiente. Te comprendo, no sabes cuánto: te esperan muchos momentos llenos de melodías y de la experiencia de ver cómo descubren el arte pasando por sus venas. Tengo una hija que ama la danza y continúa con ella auqnue está en la universidad y otra pianista, tan fanática que a veces tengo que pedirle por favor que me permita algunos momentos de silencio... Pero es maravilloso verlos crecer en su sensibilidad artística.
Un beso, que lo disfrutes.

abril en paris dijo...

No salgo de mi asombro al escuchar ese virtuosismo..y la fuerza de sus manos y brazos para arrancar de tan delicado instrumento esas notas tan poderosas..
No me extraña que te sientas fascinado y orgulloso. Ese sentimiento que solo nuestros pequeños despiertan en nosotros.

Disfrutalo por muchos años y recibe mi más cariñoso abrazo y un beso para tu virtuosa maga

V dijo...

Ese auténtico viaje de descubrimiento musical donde habitan otro tipo de príncipes solo puede traer inusitadas y buienas sorpresas y sensaciones. Todo un acierto.
La cuestión no es solo en ser virtuoso manejando elinstrumento, sino como hace esta chica, y si me permites tu en tus textos, extraer de esa mina desconocida auténticas pepitas de oro. Un saludo.

Raúl dijo...

Sonríele a Aida de mi parte, por favor.
Sonrío.

Myra dijo...

Una de mis "ella" también hizo sus pinitos, cuando era niña, con el violín. No sabes lo bien que te comprendo y cuánto he disfrutado de ese momento tan vuestro que estáis empezando a compartir y vivir.
Tienes una enorme elegancia para contarnos tus cosas. Tanta como esa chica con el violín. Mientras la escuchaba pensaba en cómo es posible que salgan tantas notas y a ese velocidad de un instrumento tan pequeño impulsado por unos brazos tan jóvenes. Una maravilla.

Mi beso para tu "ella".

Juan Herrezuelo dijo...

LUZDEANA, ABRIL: Gracias por vuestras palabras. Soy de los que creen que no hay talento más elevado que el musical, y también que de las manos del hombre no ha salido nada tan hermoso como un instrumento, cualquiera de ellos. Mi tempranísimo interés por la literatura tapó lo que hubiera podido ser el camino de la música (que sí emprendió mi hermana: en casa siempre hubo un piano), y me alegra que mi hija apunte ciertos dones que aún están en bruto y que tendrá que pulir ella misma mediante una práctica indeclinable sobre las cuatro cuerdas. Yo estaré con ella, incluso cuando no le sirva ya más que pasarle la hoja de la partitura. Un beso para ambas.

Juan Herrezuelo dijo...

V: Es cierto, el virtuosismo ha de sostenerse sobre una base imprescindible de sensibilidad, pues de otro modo sería imposible alcanzar tal carga expresiva. Gracias y un saludo.

RAÚL, MYRA: Le mostraré a mi pequeña vuestros comentarios para que reciba de vuestra propia mano los saludos y sonrisas que le enviáis (ya ha visto fotografiado a su príncipe, y le ha hecho gracia). En lo que a Hilary Hahn se refiere, ciertamente es sorprendente que pueda alcanzarse tal precisión en los dedos, que sin talento, claro está, no sería más que una habilidad. Y luego está Bach, naturalmente.

Gracias a los tres y un abrazo.

Miguel Cobo dijo...

Cuando Aida -ya su nombre es música- arranque, al modo becqueriano, las primeras notas de El Príncipe, sonará como un Stradivarius. Por lo pronto, tus palabras son ya como una partitura en clave de sol radiante.

Beatriz dijo...

Es fascinante descubrir esa andadura incipiente por las emociones de esas personitas tan cercanas y que día a día nos asombran con inquietudes que nos colocan a veces frente a ese espejo en el que nos identificamos en sensibilidades. La música y la escritura, tus palabras y sus sonidos irán de la mano, por que nacen desde raíces pródiga en emociones.
Hablas de Aída y nos la haces un poco nuestra, la compartes y a nosotros nos dejas desde ya , desde estos poquísimos ocho añitos
el deseo de oírla y de verte girando las hojas de sus partituras. A su lado. Felices ambos, por que el arte es plenitud.

Felicitaciones a Aída y ti por esas hermosas palabras con la que nos la presentas.

Mario Salazar dijo...

Yo he intentado con la música y es tarea pendiente aprender a tocar algún instrumento, intenté con la corneta y con la guitarra, tuve un piano, todo quedó en muy pocas notas y sonidos, casi nada, pero de escoger también podría ser el violín, el violinchelo o el saxofón (éstos tres ya son un sueño). Muy lindo que los pequeños aprovechen el tiempo y lo utilizen en el arte en cualquiera de sus alternativas, un orgullo sin duda. Un abrazo.

Mario.

José Luis Martínez Clares dijo...

Después de escucharla, virtuosa me parece un epíteto en toda regla. Un abrazo

Marisa dijo...

Que ese Príncipe otorgue muchas alegrías a esa princesa de ocho años dispuesta a aprender la magia de la música.

Muchos y felices logros.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Gracias por compartirlo. Gracias por la música y espero que esa princesa siga colmándote de dicha. Suelo escribir (en proyectos importantes, como novelas) con algún violín de fondo.

Abrazo desde Argentina

ethan dijo...

Te leo y suenan las notas de la guitarra acústica que ya toca con soltura uno de los míos, el pequeño.
Un post excelente.

Darwin Bruno dijo...

Hermosa melodía.Me gusta mucho el violín por lo delicado de sus sonidos. Un gusto disfrutar de tus interesantes escritos.Que tengas un buen día amigo.

Marcos Callau dijo...

El violín es de una belleza incomparable. Nada se pued ecomparar al solo de violin en la canción "Two for the road" de Henry Mancini o en "Try a little tenderness" de Sinatra. Mi abuelo era un buen violinista. Yo comencé clases de violín en el Conservatorio de Zaragoza pero, al ser zurdo, dijo mi maestra que no podía seguir enseñándome a tocar. Ahora quiero retomar, aunque sea con otros instrumentos, mi formación musical. El ejemplo que nos pones aquí, con Hilary Hahn, es una maravilla. Suerte para la nueva aprendiz de violín. Un abrazo, Juan.

Unknown dijo...

Tus palabras dan la nota justa. La evidencia sensible que hace estremencer al lector y compartir la magia de ese momento único entre padre e hija. Hay virtuosismos no se pueden negar, pero el trabajo y el esfuerzo se enseñan, el amor también. Abrazos argentinos

El Doctor dijo...

De tal palo tal astilla.Hermoso texto y magnífica interpretación,amigo.Digo lo de tal palo tal astilla,porque el padre es un virtuoso de las palabras y la niña que vendrá,con toda seguridad,también será una virtuosa del violín.Siempre he amado este maravilloso instrumento y aunque no te lo creas,fue Sherlock Holmes.Lo escuché a través de las palabras de Doyle.¿Curioso,no?

Un fuerte abrazo para ti y para tu niña.

pepa mas gisbert dijo...

Nos nos damos cuenta de que muchas veces no solo aprendemos de nuestros hijos, sino sobre todo que aprendemos por ellos.

José Luis Campos dijo...

Amigo Juan, hermano. ¿Te has fijado en el reverencial respeto con que escuchan los músicos de la orquesta esta fabulosa explosión de talento? A falta del texto de Francisco Ortiz, este es el tercer "Elogio del silencio" de nuestra particular serie.