miércoles, 25 de abril de 2012

El círculo es el secreto del toreo


                                                         Enrique Ponce. Foto: Juan FH

El toreo exige parsimonia, arrogancia, gallardía, temeridad, hondura, delicadeza, aislamiento, alienación, teatralidad, ternura, iluminación; ya no es sólo dominio, como antaño, ni arriesgado divertimento de caballeros, hoy es fundamentalmente arte, y por fuerza la capacidad para crearlo tiene que ser instintiva en un torero: ha de esculpir formas armónicas, combinar colores, trazar líneas, sumar notas y versos para componer sinfonías y sonetos, cimentar y elevar estructuras complejas dando la sensación de hacerlo con absoluta naturalidad; ha de dilatar el instante, detener los segundos, enlazar fracciones de tiempo, atender a los relámpagos de peligro sin tensarse, olvidándose de su propio cuerpo, como también señaló Juan Belmonte, jugando a desconocer lo que es un cuerno penetrando en la carne, seccionando músculos, desgarrando la urdimbre de venas que sostiene su vida. Todo cuanto sucede en la arena de una plaza de toros es verdad, independientemente de lo que pueda desarrollarse entre bastidores, de los conjeturables manejos de empresarios, ganaderos, figuras o críticos, y es verdad porque es real que en cada pase toro y torero cruzan de un lado a otro la línea que divide la vida de la muerte: el hombre invade el terreno que ha estado ocupando hasta un instante antes el animal, el animal lo busca donde ya no está, se vuelve, lo encuentra detrás de esa línea, acomete otra vez y el hombre vuelve a conducirlo con la muleta de delante a atrás, despacio, quietos los pies y suave el movimiento del brazo, muy, muy despacio, mirando fijamente la testuz del animal, siguiendo su recorrido, la barbilla fundida con el pecho, cuidando de que los pitones queden siempre a unos centímetros del vuelo la muleta, asentando el cuerpo sobre los riñones en el momento de la reunión, luego sobre la pierna de salida, cuando el toro pasa y el torero lo acompaña, des-pa-cio, girando la cintura para enseñarle el trayecto y el cuerpo entero para citar de nuevo y de nuevo traérselo y de nuevo despacísimo sacárselo por la espalda: torear es conseguir que el toro embista al ritmo de tu inspiración, algo así dijo José María Manzanares [padre] en una ocasión.

Los toros son un arte que han convertido en modelo todas las disciplinas artísticas conocidas, más la literatura. Y es el arte más efímero, y por eso mismo el más perfecto: cada faena dura unos minutos y es irrepetible, no puede conservarse más que en la memoria, e incluso ésta se empeña en ir desvaneciendo las imágenes apenas uno sale de la plaza, dejando en el recuerdo sólo la persistencia de la emoción, el destello imborrable de un pase de muleta, el prodigio de una media verónica imposible, la misteriosa, firme o melancólica autoridad de un gesto. La Fiesta taurina, en lo que es su esencia, parece que hubiera sido concebida en sueños; pertenece al género de acontecimientos que sólo pueden imaginarse pero es imposible llevar a cabo.

Contemplando el centro del ruedo me gusta dibujar con la imaginación una serie de círculos concéntricos que van cerrándose hasta llegar a la faena soñada en los medios: desde la línea que marca el perímetro de la plaza hasta las rayas de los picadores y, en el centro, el toreo en redondo pleno de ligazón, de largura, de lentitud, el que contiene la eternidad en cada pase, el toreo en que se gira el talón y apenas hay que mostrar la muleta adelantada para que el animal trate de alcanzarla, sin parones, sin rectificaciones, un único trazo lentísimo, el toro persiguiendo la tela, la mano del torero deslizándose. El pintor Miquel Barceló le dijo una vez a Luis Francisco Esplá, torero enciclopédico y romántico, que era extraño que, toreando bien, no se abrieran círculos alrededor del matador, “cráteres en la arena de la plaza”. “El círculo es la clave del toreo”, acabó confirmándole Esplá.



(Publicado en el libro Silencio y oro, Almería, 1999 -fragmento-)

19 comentarios:

José Luis Martínez Clares dijo...

Tienes razón: son círculos que nunca se olvidan, que permanecen en la retina y se deslizan en el recuerdo. El arte de Cúchares es la única muestra de auténtica mitología que todavía podemos palpar de tarde en tarde. Abrazos agradecidos de un taurino.

José Luis Martínez Clares dijo...

Añadamos, si me permites, que cada faena es un pasadizo que conduce a otro que creíamos haber dejado atrás. De pasadizos tú, amigo Juan, sabes un rato.

El Doctor dijo...

Como ya sabes,vivo en Cataluña y aquí se odia la tauromaquia.La plaza de toros de Barcelona es ahora un centro comercial donde la gente lidia con productos que no necesita.Se me antoja un lugar realmente bestia y sangriento en donde corre el poco dinero de los desposeidos.Curiosamente,la primera corrida de toros que se dio en esta ciudad fue hacia el 1300,pero nadie lo sabe todavía.A mí me gusta el boxeo y los toros.Me gusta Hemingway que leía en las tardes muertas de muestes en las tardes.
Las corridas de toros nace como una tentativa de mantener la noche la energía de la tierra,cuando Ra, el astro rey de la heliolatría egipcia,se retira.El ruedo representa el mundo.El albero es el color dorado de los campos cuando el sol se pone.El torero tiene que regar el mundo con sangre del animal más fuerte,más poderoso que existe.Y la fiesta se celebra a las cinco de la tarde (ahora las siete,por imperativo legal),cuando empieza a atarceder, para que la vida siga existiendo hasta la mañana siguiente.Todo eso viene de la Atlántida.Platón cuenta en el Critias y en el Timeo que,una vez al año,los reyes de la confederación atlante se reunían para dirimir los asuntos pendientes de los territorios por ellos gobernados;y bajo su presidencia,formando parte de los festejos que se organizaban en paralelo a esa especie de debate sobre el estado de la nación,un individuo,armado solo con un trapo y un instrumento de hierro,daba muerte a un toro en el centro del anfiteatro circular.Platón es el primer cronista taurino.
Respecto a la polémica actual no es de ahora.El papa Pío V ya prohibió las corridas.Y Felipe II contestó: "Si no nos dejan correr toros,correremos vacas".La polémica respecto a los toros no es nada nuevo.Eso sí,ahora hay todo un discurso dominante en la sociedad que favorece a los antitaurinos.Fíjate,mi querido Juan,en la filosofía del samurai:el hombre que no tiene cicatrices,ha vivido en vano.Lo que demuestra efectivamente que un samurai ha sido un buen samurai son sus cicatrices,y eso mismo ocurre con el torero.El paralelismo es impresionante.
Hoy,creo que serán los chinos los que salvarán las corridas.Paradojas.Hay ya entre ellos diecisiete millones de aficionados que se organizan en peñas y vienen a España con el exclusivo objeto de ver corridas,visitar dehesas y comer rabo de toro.Ya hay agencias de viajes en China especializadas en ese tipo de clientela.Lamentablemente este tipo de gente está muy alejada,también,de lo que representa verdaderamente la tauromaquia.

Pues nada,me encanta como escribes sobre toros que se necesita una precisión y maestría que muy pocos llegan a alcanzar.Yo lo supe de inmediato cuando leí esa maravilla de cuento en Pasadizos,Silencio purísima y oro.

Un abrazo muy fuerte.¡Olé,maestro!

Marisa dijo...

No soy aficionada al mundo del toreo pero sí que me llama la atención su jerga como a cualquier filólogo aunque tú no la hayas manejado (creo) en tu fragmento.
Sin embargo, sí tengo amigos verdaderos apasionados del mundo del toreo y en nuestras charlas de camaradería me acerco de vez en cuando a ese mundo. Uno de ellos es cronista taurino (también filólogo) y sus textos se llenan de Literatura como dices. Con todos mis respetos hacía él, te diré que nunca había leído algo tan hermoso, lírico y diáfano sobre el toreo.

"Torear es conseguir que el toro embista al ritmo de tu inspiración"

Maravillosa metáfora -o así lo veo yo- que enlaza el arte del toreo con el arte literario: ambos beben de la misma fuente, la inspiración.

No descubro nada nuevo para quien te lea pero déjame que te diga que escribes increíblemente bien.

Un fuerte abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

JOSÉ LUIS M. C.: Y como tal mitología está cargada de simbolismo: el rito y la escenografía de una corrida de toros pretende explicar la Vida, y pretende hacerlo como mejor puede entenderse: enfrentándola a la Muerte. Sin duda ese simbolismo era lo que atraía a Garcia Lorca, ese pulso herido que rondaba las cosas del otro lado, según él mismo escribió. Cuando compuso el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías le indicó al ilustrador de la primera edición que no incluyera en la leyenda que rodeaba el nombre del torero y amigo el del toro que le había dado muerte: sólo podemos imaginar la incredulidad y el desasosiego que debió sentir al conocer que aquel toro se llamaba Granadino. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

FRANCISCO MACHUCA: No creo que en Cataluña se odie la fiesta de los toros, ni que los catalanes que la odian la odien per se, sino por meras razones identitarias mal entendidas, ese aldeanismo que la globalización, paradójicamente, exacerba. Pero eso, naturalmente, es otra historia (triste, eso sí).
Por lo demás, qué extraordinario todo cuanto escribes aquí. Nada puedo añadir, si acaso mencionarte el libro “Filosofía de las corridas de toros”, de Francis Wolff, ese filósofo francés que se batió el cobre en defensa de la fiesta precisamente ahí, en Cataluña. Hace años mantuve con él una conversación de la que surgió una entrevista que un día me gustaría recuperar aquí en el Loser. Fue increíble oírle hablar de la ética del toreo, que está emparentada con la ética de lo antiguo, no sólo en cuanto a la glorificación del heroísmo, sino por el hecho, me explicaba, de que consiste en ser sólo lo que se es, y esta ética está enraizada, tal y como tú también señalas, en la ética griega: no se trata de qué ser o qué hacer, sino de quién ser. Al mismo tiempo (siempre en palabras de Wolff) es una ética de la exterioridad: las plazas de toros, al ser redondas, no permiten esconder ni una parte del cuerpo; todo está expuesto, al igual que en los teatros de la antigüedad.
Y si hablamos de mitos, cómo no recordar el de Teseo y el laberinto: en aquel texto del que publico aquí un fragmento me atrevía a plantear que cuando a través del temple y la hondura, hombre y toro alcanzan la simbiosis, el toreo se convierte en la melancolía del Minotauro, en su desesperante amargura, en la lucha del monstruo por dejar de ser monstruo, en las atormentadas contradicciones de la doble naturaleza.
Un abrazo enorme. Cuánto me alegra saberte también cómplice en esta otra pasión.

Juan Herrezuelo dijo...

MARISA: Uno de mis mejores amigos es antitaurino y está casado con una aficionada de pro. Ya ves. Quién no conoce casos parecidos. Y no puedes imaginarte cómo me alegra que me escribas hoy en los términos en que lo haces, porque, bueno, nunca se sabe.
He escrito mucho sobre toros, aunque nunca una crónica al uso. Siempre han sido textos de creación literaria, aún cuando se tratara de reseñar lo ocurrido durante una corrida en concreto. Y siempre he pensado que si trataba de transmitir una emoción, nada peor que utilizar deliberadamente un lenguaje que oscureciera el significado para una parte de los lectores. Sí he llamado, naturalmente, a las cosas según su nombre, y el vocabulario taurino es muy amplio, porque lo es también las cosas que le son propias
Te agradezco mucho tus palabras, Marisa. Un abrazo muy fuerte.

Lo Siento por Interrumpir dijo...

Digamos que el espectáculo del toreo no me gusta pero he de reconocer que hay algo en toda la parafernalia de las corridas que me atrae, creo que es porque en casa se veían las corridas de toros las tardes de verano, el sonido de los clarines, el paseillo, la salida del toro (hasta ahí y nada más) me llevan a otros años, a tardes de calor con esa banda sonora y visual, si se puede decir así, de fondo. Supongo que es por eso.

abril en paris dijo...

No soy taurina y me cuesta entender el ritual pero sé que existe y los que entendeis e idealizais esa ceremonia, el encuentro del hombre y la bestia, la lucha , la sangre, la figura tan pictórica del torero seguramente alcanzais a ver más allá del acto de matar a un animal tan noble que se defiende con valor ante un capote y una espada.

Perdona sí mi ignorancia me lleva a reflexiones que no son muy de tu agrado.
Lo que si admiro es ese verbo tuyo que es capaz de interesarnos en lo que de principio no me interesa, pero que reconozco como parte de nuestra cultura y de una rara y extraña belleza.

Un beso por chicuelinas

Juan Herrezuelo dijo...

LOS SIENTO POR INTERRUMPIR y ABRIL: Entiendo perfectamente a aquellas personas a quienes les desagrada este rito, que por otro lado no es en absoluto cruel, aun cuando a ese lado del límite emocional que traza la sangre pueda parecerlo. Al otro lado, el de la emoción, accede uno por sí mismo, si se da la ocasión propicia; pero es una emoción intransmisible, lo sé bien. Yo soy capaz de recordar el instante preciso en que pasé de la indiferencia al hechizo: una faena de Enrique Ponce retransmitida por televisión. De más está decir que ni quien disfruta de este arte es un morboso ni quien no puede hacerlo un ignorante, pues tanto en un caso como en otro intervine exclusivamente la sensibilidad.
Os agradezco mucho la manera en que os habéis acercado al Loser en esta ocasión: hay en los toros, sí, recuerdos de una infancia en blanco y negro; hay, en efecto, una extraña belleza.
(ABRIL, recojo esas chicuelinas y las remato con una revolera)

V dijo...

En la plaza a la que solo he ido en contadas ocasiones he vivido tanto esacercanía al rito y al mito,como el bochorno más absoluto muy cercano a lo peor del circo romano.
He sentido verguenza ajena en algunsos casos, y algo sublime que no se explicar,sobre todo una tarde en la que vi fracasar gloriosamente a Morante de la Puebla. Algo flotaba en el ambiente que no acierto a describir. Aun así tu texto invita a la reconsideración. Un abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

V: Puedo asegurarte que no han sido pocas las veces que yo he salido de la plaza con la sensación de haber perdido mi tiempo y mi dinero. No siempre las cosas se hacen bien, y a veces la verdad que queda al descubierto es la de la falta de profesionalidad. Incluso hay ocasiones en que es el público quien se comporta de una manera deleznable. Estuve dos años sin ir a los toros en mi ciudad porque un tipo le arrojó una muñeca hinchable a un torero en su triunfal vuelta al ruedo. Pero he vivido momentos sublimes, de los que no se olvidan. Un abrazo.

Beatriz dijo...

He tardado en mi comentario porque tengo sensaciones contradictorias(como muchos) con respecto al mundo del toreo. Después de leer con pasión a los poetas del 27 me quedó de ellos esa especial sensibilidad con el "juego de la muerte" entre el torero y el toro que todos ellos reflejaban en sus obras
Tiempo después me propuse hacer el esfuerzo de sentarme frente a la pantalla(que no en el ruedo) para poder siquiera entender aquello que yo no entendía y poder asociarlo con el arte. fue una tarde gloriosa de José Tomás y aunque de momentos cerraba los ojos he de confesarte que llegué a emocionarme hasta las lágrimas. Puedo jurártelo.
Era algo tan contradictorio lo que llegué a experimentar. Sentir que me estaba emocionando con aquello de lo que yo renegaba. Algo impensable para mí. Pero entendí que el arte también surge del dolor y del dolor también se nutre el poeta. Y asocié poesía y toreo. Y pensé en Lorca , en Cernuda, en Salinas, Guillén , etc. y en sus charlas de la Residencia. Hasta allí me llevó la reflexión aquella tarde

Pero alcanzar a compartir esa filosofía de la lucha entre el hombre, como ser inteligente y el toro sólo instinto sigue siendo para mí inexplicable.

Arte es tu texto.

un abrazo

Isidre Monés dijo...

Compañero Juan:
No me gustan nada los toros,
y no me gustaban ya cuando de pequeño me llevaban a la Monumental o las Arenas a ver novilladas o "El Empastre", la verbena de San Juan.
Nunca he soportado el encuentro entre alguien que sabe a lo que va
(a matar en este caso)y otro (aunque sólo sea un animal, al que lo llevan en condición de inocente.

De pequeño,insisto, pues entonces no andaba yo maleado por la presunta cultura, sufría, si veía desde un anden, a un adulto atravesar las vias, pero sufría más si veía pupular entre los raíles un perro perdido, no por que amara más al animal, hubiera sentido lo mismo por un niño, (nunca se dió el caso) era la inocencia, la incapacidad de calibrar el peligro de la posible víctima,lo que me sacaba de mis infantiles casillas.
No niego la técnica depurada en el toreo, pero podría enumerar decenas de técnicas depuradas y a la vez deleznables.
No niego la tradición, pero si echo una mirada al historia, eso tampoco es garantía de nada.
Si añado que odio "la calor",
"el ruido", que procuro huir de las muchedumbres,(sólo estuve en el Camp Nou con la escuela hace 50 años)de lo "gore",de lo kitch, del lenguaje poético/engolado/castizo del mundo taurino, que me queda.

Nunca quise ir con mis hijos pequeños a una fiesta tan popular y catalana, como (por favor que no se ofenda nadie, no hago paralelismos, sólo intento explicarme) la "Matanza del cerdo" en aquel momento (años 70) de moda la vuelta a la naturaleza, me costó problemas con amigos, que opinaban que "me la cogía con papel de fumar y luego bien que comía jamón".
La respuesta, sí que vale en ambos y muchos más casos: !!No soporto que se haga de ninguna muerte un espectáculo!!
Y me dejan bien frio las alusiones a la antigüedad como garantía de nada; hay un montón de pasajes de la Biblia infinitamente (y lo infinito aqui queda justificado) más letales que el pobre Tintin en el Congo.
Juan, espero que sigamos en sintonía en tantas otras cosas.




.

Raúl dijo...

¡Olé!

Juan Herrezuelo dijo...

BEATRIZ: Sin duda la complejidad del rito favorece la contradicción, que, por otro lado, es el motor que mueve la creatividad. Algunos aficionados taurinos de hoy, no lo negaré, nos acogemos a esa expresa vinculación sensitiva de los poetas del 27 con los toros como lo haríamos a nuestro pasaporte occidental si viajáramos a un país exótico en el que de pronto estallara una guerra civil. Por lo demás, esa contradicción la sintió el propio Julio Cortázar, quien en una carta a Eduardo Jonquieres de 1956 confiesa, tras un viaje por España, se ha convertido ya en un aficionado entusiasta: más allá de las “famosas homelías”, dice Cortázar, sobre la crueldad y la decadencia de la tauromaquia, “hay algo que queda en pie, y es la hora de la verdad, es ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio hasta el minuto perfecto del torear ceñido, y los olé que festejan sucintamente cada cita y cada pase”.
Como he explicado, el toreo se me “reveló”, por decirlo así, por televisión, pero no supe realmente lo que era y lo que significaba hasta que acudí a una plaza.

Gracias por tus palabras y un fuerte abrazo.

Juan Herrezuelo dijo...

Mi querido ISIDRE, estoy estos días metido de hoz y coz en celebraciones familiares que me tienen apartado de la red, pero he mantenido un ojo alerta por si algún amigo expresaba aquí su rechazo hacia los toros y yo, con mi silencio, podía aparentar a mi vez que rechazaba el rechazo. Nada más lejos: al final, no ha sido tan malo como me temía. En general, quiero decir. Puse en el Loser una pieza más de ese todo visible que soy, como puse en su momento la pieza cine, la pieza teatro, la pieza literatura, la pieza fotografía, la pieza pintura, la pieza música...
La fiesta de los toros es, en cierto modo, un viaje en el tiempo, al corazón de lo que hoy es metáfora y en un ayer remoto era la lucha del hombre contra los dioses, o contra la naturaleza hostil, o contra un yo oscuro. El torero está, a la vez, a solas con su oponente y rodeado de miles de personas, de la misma forma que el espectador en su localidad está a solas con las sensaciones que una faena le transmite y, a la vez, conectado con otros miles de espectadores a través de los cuales circula la emoción colectiva.
Aún así, comparto plenamente tu aversión por las apreturas de una muchedumbre (todas las muchedumbres la muchedumbre). No he ido nunca a un campo de fútbol (donde lo que viene a ocurrir, como dijo creo que Umbral, es una sublimación de la guerra), porque me angustia esa violencia larvada que se desprende de una masa abrumadoramente multitudinaria que defiende sus colores con el grosor creciente de su vena del cuello.
Por otro lado, tu rechazo hacia el espectáculo de la muerte es el mismo que el de mi admirado Antonio Muñoz Molina, rechazo que no sólo dirige él hacia los toros, sino también hacia esas películas que se regodean en la violencia (y me acuerdo ahora de su diatriba contra “Pulp fiction”).
Un abrazo sintonizado, amigo Isidre.

Marcos Callau dijo...

Precioso texto. Mi abuelo me llevó de niño a ver los toros pero casi no lo recuerdo. Aunque, con textos así, dan ganas de volver a la plaza. Un abrazo, Juan.

Juan Herrezuelo dijo...

MARCOS: Yo llevé a mi hija el año pasado; no sabíamos cómo iba a reaccionar, pero se metió completamente en todo lo que allí ocurrió y disfrutó y se emocionó. Suerte tuvimos con la tarde, que fue de triunfo. Un abrazo, Marcos.