miércoles, 20 de febrero de 2013

... en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada


El tiempo... El futuro ocurre todos los días, y todos los días se convierten en pasado. Nada sucede como esperábamos: el futuro tiene vida propia, y todo eso que durante tantos años estuvimos imaginando que algún día sucedería forma parte de un lejano ayer. Un buen amigo mío me llamó una vez “guardián de la memoria”, y es cierto que siempre he sido de atesorar objetos: el pasado perdura en los objetos, y conservándolos estamos evitando que el tiempo huya completamente. Años guardé una llave rota porque, de niño, durante toda una tarde estuve mirando a través de su agujero el ir y venir de un familiar por el borde de una piscina; guardo la primera tarjeta que le escribí a mi padre apenas acababa de aprender a hacerlo, las entradas de los museos y los monumentos que visito, arena blanca de las Islas Cíes, los hilos con que le suturaron a mi hija una herida en la barbilla a sus seis años.... Cuando a este amigo le hice llegar unas fotos de nuestra juventud, fotos cuya existencia él ignoraba, se emocionó a causa de la “candidez” de nuestras miradas, y yo le hice notar que en esa candidez anidaba una inquebrantable fe en nuestro porvenir, pues todo estaba por cumplirse, hacíamos lo que nos gustaba y sabíamos que lo hacíamos bien, y aunque entonces pasábamos ya de los veinte años seguíamos teniendo una mirada limpia sobre las cosas. Éramos aún hierro en las brasas. Luego vino el yunque y el martillo.


El tiempo… Hace unos meses visité en mi ciudad los llamados Refugios de la Guerra Civil, que ahora son un reclamo turístico: cuatro kilómetros de galerías subterráneas que recorren el subsuelo y en cuyas angosturas, supongo que débilmente iluminadas entonces, se hacinaban decenas de miles de personas apenas las sirenas herían el aire de aquella Almería de los años treinta. Sentado en el largo banco de cemento me asaltó la misma sensación que ya tuviera en la Huerta de San Vicente, en Granada. Allí vi la cocina de los García Lorca, el salón donde Falla tocó el piano, la mecedora de la madre, la escalera que ascendía hasta los dormitorios, la cama de Federico, la mesa donde escribió alguno de sus dramas, la ventana desde la que él veía el huerto..., y cada vez más profundamente sentía una incomodidad de intruso. Mientras bajaba la escalera, deslicé la mano sobre la madera del pasamanos, y me imaginé a Federico dando las buenas noches y subiendo a dormir o a trabajar, y luego imaginé un sueño largo, muy largo, y al instante unos turistas visitando aquella casa, yo entre ellos al pie de la escalera a la mañana siguiente de un verano de 1934. En los Refugios de la Guerra me imaginé el miedo de aquellas gentes hace 75 años, me lo imaginé muy próximo, allí sentados mientras sobre sus cabezas la ciudad era minuciosamente demolida por un bombardeo, y otro, y otro. En uno de los contrafuertes de una galería aún se ve un tosco dibujo trazado por alguien con un objeto afilado: es un barco arrojando una lluvia de fuego sobre población civil, y también lo que parece un avión rasante… En el pasillo de espera del quirófano, diferenciado del resto de galerías por las baldosas del suelo (blancas y negras) presentí el dolor, la incertidumbre, la angustia, y a la mañana siguiente de un espantoso día de 1937 unos turistas estaban allí sentados, yo estaba allí sentado, escuchando al guía de la visita… 

El tiempo.



12 comentarios:

Marisa dijo...

El tiempo, ese gran aliado de la memoria y ese temido enemigo de los recuerdos.
El tiempo es como un animal felino que espera agazapado y paciente el momento adecuado para sacar sus colmillos afilados o su sonrisa más amable.
Los recuerdos son los recuerdos que necesitamos tener. Pasan por el tamiz subjetivo de nuestro cerebro que, como fiel aliado, los depura, los magnifica, los suaviza, los empequeñece o los falsea, para que esa reconciliación fraterna con la vida sea más cálida y placentera.

Me he identificado con lo que cuentas de tu visita a la casa de Lorca. La primera vez que fui sentí lo mismo que describes, como si el tiempo -tan tremendamente relativo como demostró Einstein- retrocediera a su antojo y tatuara en la piel presente lo que ya debiera haber quedado romo por las inclemencias de las horas.
Entiendo lo que has sentido al visitar esos Refugios de la Guerra Civil. Hay lamentos que quedan perpetuados eternamente en la memoria del tiempo.

Un abrazo, Juan.

U-topia dijo...

Trabajo con el tiempo, soy historiadora.
Pese a ello no soy de conservar recuerdos personales que tiro, o pierdo, sin piedad (algo guardo pero muy poco).

Sin embargo si que siento una especie de conexión-emoción con el pasado en ciertos espacios. No trato de racionalizarlo y me dejo llevar feliz cuando lo siento... entiendo, pues, lo que explicas.

Saludos.

Myra dijo...

A mí también me gusta ser guardián de la memoria(me ha encantado esa expresión). Soy de guardar objetos de lo más variado que me retrotraen a algún momento especial de mi vida. Me gusta relacionarlos con recuerdos del pasado.
En mi ciudad también queda algún que otro refugio y siempre que paso cerca de ellos no puedo evitar miralos con tristeza e imaginar todo el horror y el miedo que hubo tras sus muros.

Un beso.

LA CASA ENCENDIDA dijo...

El tiempo hace mella en todos nosotros. También soy de las que guardan recuerdos, sean como sean y cuando visito un lugar como el que describes, se me encoge el alma. También toco las piedras que tocaron y pusieron otros, Me he sentido muy identificada y como lo has descrito tan requetebien, todo lo he visto a través de tus letras.
Besicos muchos.

José Luis Martínez Clares dijo...

Yo también soy de guardarlo todo. La vida se diría una lucha inclemente contra el tiempo.
También estuve en esos refugios y me imagine el dolor sobre la mesa del quirófano y el miedo de los chiquillos hacinados en esos pasillos lúgubres, oscuros.
Estando allí, uno se plantea que, a veces, el paso del tiempo es la mejor noticia.
Abrazos

V dijo...

Tal vez buscamos que don olvido no nos coja con la guardia baja y se lleve momentos irrepetibles. De todas formas soy de los que pienso que determinados acontecimentos, aunque sean triviales, terminan siendo deformados por nuestra memoria. Dulcificados unas veces, dramatizados otras. Cuantas veces aquella reunión de amigos termina siendo mucho más divertida cuando se recuerda y se recrea de lo que en realidad fue.
Lo que no hazmite dudas son otros refugios, físicos y del alma. Un abrazo

Marcos Callau dijo...

Espléndido. Hoy este espacio sí que ha sido un pasadizo para recorrer, una y otra vez, amigo. La memoria es el objetivo y el atenuante del paso del tiempo. Me ha gustado mucho tu texto. Abrazos.

abril en paris dijo...

Pequeños trazos y jirones de piel que decia el poeta, aquellas pequeñas cosas que se llevó un tiempo de rosas..hoy me ha salido así como aquella hermosa canción de Serrat.. y nos tienen a su merced..
En mis cajones ya no cabe ni una hoja, ni un papel de carta.

Lo doloroso es saber que en esos pasadizos tambien habia almas que dejaron de serlo o si aún viven pueden haber perdido la memoria.

Estremece, Juan, como tú lo cuentas.

Besos

Raúl dijo...

El Loser -compruebo, aunque ya sabía- es muy de recordar. Una especie de abertura a modo ventana (más que pasadizo)con vistas a un pasado que a veces es de algodón de azúcar y otras solo se dulcifica por el modo hermoso y vistoso con el que tus palabras lo alicatan o pavimentan.

Alguien habló del recuerdo como el origen y el final de todas las cosas, realizadas o por venir. Dijo de él, que era remanso y turbulencia, pecado y virtud, castigo y perdón.

Bajo esa premisa, la propia memoria - quizá también por ende el Loser- a veces es un refugio y otras tantas, supongo, que un sepulcro.

Un fuerte abrazo, amigo escritor.

Miguel Cobo dijo...

Cuán necesario es recorrer los túneles del tiempo a través de la memoria, cuyas puertas abren esas viejas llaves, los objetos depositados en la caja que encontró Amelie, en las fotografías y en el testimonio de cuantos nos precedieron.
Porque siempre hay una luz al final del túnel. Si no es así, será el agujero negro del olvido, el vacío de la desmemoria.
Tus palabras son hoy las lámparas que jalonan los túneles del alma Almería.

Leerte es ya una necesidad. Hagamos, a conciencia, de la necesidad virtud.

Un abrazo, Juan.

Jon Alonso dijo...

La vuelta del revés. Las cajas de sastre donde residen pandoras y reliquias que nos trasladan a Neverland idílicos u horrorosos. Sí, Juan. Sin pasado no hay presente y como dicen los sabios japoneses; presente es futuro. El viaje sin retorno se vuelve circular para volver a la primera puerta. Una delicia recorrer los túneles del tiempo por el Loser. Abrazos

Anna Genovés dijo...

Magnífica entrada, poesía incluida: “Éramos aún hierro en las brasas. Luego vino el yunque y el martillo…”

Mi madre me cuenta, como si fuera una biblioteca andante –añeja y desvencijada-, cómo tiritaban de miedo cuando sonaban las sirenas y se escondían en los refugios. Era una niña que no levantaba un palmo del suelo y, todavía recuerda, el horror de la guerra.

No debemos vivir en el pasado. Pero, sí, rememorarlo.

Un abrazo. Ann@