En un relato de Julio Cortázar titulado
“Apocalipsis de Solantiname”, escrito a mediados de los años setenta, una época
que fue para él de máximo compromiso social y político, se cuenta cómo alguien
que muy bien pudiera ser el propio Cortázar regresa
a París tras un viaje de dos meses por América Latina, lleva a revelar las
diapositivas que ha hecho en este tiempo y cuando las proyecta en casa descubre
que en lugar de los cuadritos pintados por campesinos que él había fotografiado
(vaquitas en un prado de amapolas, un lago con botecitos como zapatos, una
madre con dos niños en las rodillas, fiestas en los prados) lo que se ve es una
sucesión de ejecuciones, cadáveres junto a chabolas, escenas de tortura, miedo…
Un horror habitual para los latinoamericanos y que a él sólo le es dado ver en
toda su crudeza en su casa de París. Su compañera llega de la calle, él le pide
que mire aquello, incapaz de decirle nada, va al baño, vomita, llora, deja
pasar el tiempo sentado en el filo de la bañera. Pero cuando regresa al salón,
ella sólo ha visto lo que él fotografío: las vaquitas, el lago, la madre con
los niños. Qué bonitas te salieron, le dice.
Éste es uno de los cuentos de Cortázar que
más le gusta a Francisco Ortiz, no por lo
que pueda tener de fantástico, ni por esa prosa hipnótica del maestro
argentino, sino por lo inequívocamente comprometido de su planteamiento. Los
cuentos de Francisco Ortiz recogidos
en este libro, Almería
66, poco o nada tienen que ver formalmente con los de Cortázar, pero
sí están vinculados en lo ideológico a aquellos que empezó escribir después de
lo que él llamo su “toma de conciencia”. Estos cuarenta y cuatro relatos
intensos y terribles, que en ocasiones transitan por el territorio de la
pesadilla, son, de alguna forma, esa parte de la historia que pasaste por alto
cuando la leíste en el periódico o la escuchaste en la tele, de tal manera que
lo que hay de pesadilla no está en lo que nos cuentan o en la forma en que nos
lo cuentan, sino en el hecho de que llegas a ellos tras un despertar, no al
permanecer dormido.
Tomemos, por ejemplo, esta
noticia de hace apenas mes y medio: un hombre estrangula a su mujer, embarazada
de cinco meses, y muestra el cadáver a sus familiares, que viven en Rumanía, a
través de la webcam, advirtiéndoles, además, que está esperando a que la
hermana de la víctima, de trece años, regrese a casa para matarla
también. Los relatos de Almería
66 están escritos para denunciar el hecho inconcebible de que hayamos
aprendido a digerir con naturalidad este tipo de historias reales. Podemos
pasar de la página en que se nos relata algo tan espantoso a la página de
deportes sin soltar la tostada, pero acaso encontremos insoportablemente
perturbadoras estas historias de ficción. ¿Por qué? Porque no son algo que nos
refiere una reportera junto al contenedor de basura donde el día antes hallaron
un cuerpo: son algo que sucede ante nuestros ojos de lectores: es un hombre que
asfixia a su propio bebé, un hombre que apuñala a su mujer al tiempo que apela
al amor que dice tenerle, es la indiferencia con que un asesino a sueldo mata
mientras trata de recordar los ojos de un amor de la infancia o el olor de los
churros que comía de niño, es un jefe que abusa de sus empleados, un
profesional del crimen que fríamente habla en televisión de los pormenores de
su trabajo, en el mismo programa donde suelen entrevistar a políticos y
futbolistas, y que habla exactamente como él sabe que los espectadores esperan
que les hable; es un hombre que va a suicidarse y en un cuarto de baño se da
cuenta de que aquélla es su última meada, es un grupo de racistas que irrumpe
con extrema violencia en un albergue para mendigos, son seres humanos a los
cuales la vejez, la enfermedad o el olvido de las instituciones públicas les
empuja a quitarse la vida, es un secuestrado que jamás recupera una vida normal
una vez liberado y reproduce en casa las condiciones humillantes de su
cautiverio. Es una brutalidad esencialmente masculina, que se ejerce sobre las
mujeres pero también contra otros hombres, alguno de ellos indefensos, débiles,
otros igualmente violentos. En cuarenta y cuatro relatos caben más de un
centenar de personajes, perfectamente dibujados con trazos muy breves, víctimas
y verdugos que entran a formar parte de nuestras vidas en los minutos que
tardamos en leer su historia, cada uno de ellos con su fragmento de tragedia,
con su perversidad o su cólera o su terror dibujado en los ojos muy abiertos,
con todo eso que está ahí mismo, tal vez en el piso de al lado, y no lo
sabemos, no queremos saberlo.
Fiódor Dostoievski. 1821-1881 |
Francisco Ortiz ha
escrito un libro profundamente transgresor, que no se ciñe a los límites de un
género ni es complaciente con las modas literarias. Es, posiblemente, una de
las personas que hoy más saben en España de novela negra, y digo novela negra y
no policíaca, porque a este lector voraz no le interesan los procesos
deductivos que conducen a la resolución de un crimen sino el hecho social en
que ese crimen está envuelto. En estos relatos apenas se describen lugares,
pero de alguna forma sabemos que trascurren sobre todo en barrios humildes, en
los márgenes de nuestras ciudades, en espacios pequeños, donde los personajes
rumian su soledad, su insatisfacción, su desengaño, su rabia; en bares con
retretes sucios, en modestas habitaciones donde se ha llorado, en centros de
acogida. La propia brevedad de los textos le añade aún mayor estrechez al
entorno, de tal modo que las ventanas y los balcones aparecen reiteradamente
como una salida que atrae fatalmente. Si la acción se desarrolla en un bosque,
éste es un laberinto de árboles y maleza, y en las raras ocasiones en que un
personaje llega a una playa o a la orilla de un río es después de arrebatar una
vida. Y siempre, como un sonido de fondo en todos ellos, ese sentimiento
opresivo de estar aislados, de estar solos, aun en pareja. “Yo estoy solo y
ellos son todos”, se decía a sí mismo, abrumado y caviloso, el narrador
de Apuntes del subsuelo, de Dostoievski. Y he aquí, tal
vez, la mayor influencia de todas cuantas puedan encontrarse en Almería
66, una influencia declarada, por lo demás: bien podría decirse que estamos
ante una puesta al día de Crimen y castigo, que aquí ruge aquella
tormenta interior en que se debatía Raskolnikov pero traída a nuestro
despiadado siglo XXI y multiplicada por tantos personajes como viven y mueren
en las páginas de este libro. Porque, en definitiva, tan importante es el sutil
andamiaje social que sostiene a estas cuarenta y cuatro historias como la
indagación psicológica que en ellas se hace.
Desde un punto de vista formal,
sorprende la variedad de estilos, la polifonía de voces narrativas, la
alternancia de tiempos verbales, en ocasiones en un mismo relato, como es el
caso del cuento que da título al libro. Hay cuentos construidos con frases muy
cortas y cuentos sin un solo punto, hay prosa poética y lenguaje coloquial. Hay
complejas estructuras internas adaptadas prodigiosamente a la
reducida dimensión del relato, como mecanismos de relojería muy reducidos y muy
precisos insertados en un pequeño cuerpo literario, y tal vez el mejor ejemplo
de esto sea el relato titulado “El tiempo como enemigo”, un texto escalofriante
donde el protagonismo va pasando de un personaje a otro con extraordinaria
naturalidad hasta alcanzar un desenlace que es un nuevo comienzo, una especie
de eterno retorno al espanto, de círculo de fuego en el que no hay salida. Este
relato sirve también para ejemplificar el ejercicio de condensación narrativa
que hay en todos ellos: su brevedad es el resultado de
la concentración de los recursos expresivos utilizados para
desarrollar un argumento, no de una voluntad de fragmentar otra historia
posible, más extensa y compleja. No en vano, en Almería 66, más aún
que en su novela Última noche en Granada, publicada el año pasado,
culmina Francisco Ortiz el largo proceso con el
que ha ido destilando un estilo propio, años y años de escribir y leer con
pasión solitaria y la disciplina de un samurái de la literatura, puliendo,
cincelando el perfil de sus personajes para extraer de ellos una identidad
auténtica, reconocible, tangible, la identidad de alguien con quien podríamos
cruzarnos por la calle y cuyos conflictos nos resultaran igualmente auténticos,
reconocibles, tangibles.
Foto: JFH
Nos hemos olvidado de que un acto
de violencia, cualquier acto de violencia, es una pesadilla hecha realidad en
algún lugar, en un instante preciso, para una o más personas, pero también que
quien la ejerce es otro ser humano. Escribió Albert Camus en La peste: “Sé únicamente que hay
en este mundo plagas y víctimas y que hay que negarse tanto como le sea a uno
posible estar con las plagas”. No hay ni ha habido mayor plaga entre los
hombres y las mujeres que la indiferencia ante el dolor ajeno, el que
provocamos o el que sabemos que está siendo provocado por otros. Por todo ello,
con Almería
66 su autor no pretendía escribir un libro más, sino zarandearnos, y
eso es algo que lo convierte en un libro tan necesario hoy.
De la presentación de Almería 66 en la ciudad de Almería, hoy, 19 de mayo
16 comentarios:
Tengo muchas ganas de leerlo, Juan. Deseo que esa presentación vaya estupenda. Un abrazo a los dos.
Una presentación excelente,amigo.Lástima no haber estado presente.Sin ninguna duda,dos buenos escritores y amigos.
Un abrazo.
¡enhorabuena al presentador y al presentado!
Un buen comienzo con unas hermosas palabras. No hay duda que en ellas reflejas la dignidad literaria de Francisco. La valía de un escritor.
Siento mucho respeto por el buenhacer de las personas
A mi me queda mucho camino por recorrer, apenas si hilvano palabras, pero soy fiel a aquellos que tienen siempre algo que enseñarme-
Un abrazo a ambos-
20 de mayo de 2011 16:17
Excelente presentación para un gran libro, Juan. Mi enhorabuena. Imagino que todo habrá salido de maravilla.
Un abrazo.
Leyendo la presentación y análisis de este libro que se me vuelve muy apetecible, vuelvo a disfrutar del acto mágico y poderoso de la Literatura: su capacidad para mover conciencias, su fuerza para personalizar lo que este mundo despersonalizado nos enseña, su poder para hacernos cambiar la mirada hacia esa violencia tan habitual que, como dices, nos hemos acostumbrado a ella del mismo modo que de ver llover o de que amanezca.
Gracias por la presentación de este libro que leeré y por tu formidable análisis, Juan.
Siempre un placer leerte.
Un abrazo.
Queridos amigos Marcos, Francisco, Beatriz, Miguel y Marisa: gracias, una vez más, por vuestros comentarios, sin los cuales cualquier cosa que yo escribiera aquí quedaría incompleta. Puedo aseguraros que la presentación de Almería 66 fue algo realmente especial porque entraba en juego una complicidad que viene de muy atrás y está cargada de significado. Un abrazo muy fuerte.
Una presentación poderosa y significativa porque no solo nos hablas del texto y su crudeza tambien del amigo.
Me cuesta mirar y oir el ruido que hacen todos esos montruos que destrozan vidas y corazones...porque no los reconozco, me son ajenos y a veces tristemente cercanos.
Un abrazo y felicidades por la presentacion y el amigo. :-)
Abril: Cada día ocurren cosas horribles que escapan a la comprensión, actos monstruosos, sí, que nos cuesta reconocer como parte de nuestra condición humana. Vivir consiste en vivir sabiendo eso. Un beso.
Hola, navegando por las letras, uno se encuentra joyas como esta, muchas gracias, felicidades y ánimo...si te gusta la palabra elegida, la poesía, te invito a mi casa,será un placer,es,
http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
buen día, muchas gracias, besos irreverentes...
Hola, Juan. Da miedo pensar que estemos inmunizados ante según qué noticias por convertirse en asuntos cotidianos, del día a día.
Has hecho una estupenda presentación de el libro. Todo un tratado de sociología.
Un beso
Don Vito: naturalmente que pasaré por tu espacio, de tan machadiano nombre. Porque los afectos y las afinidades son siempre cosa personal, nunca negocio... Lo otro se lo dejamos a los Corleones de hoy y de siempre. Gracias por tu visita y un gran abrazo.
Myra: cuánto me alegro de las reacciones a este texto, que no es sino el eco del libro al que sirvió de presentación: un libro que es un aldabonazo, un libro necesario del que, si los lectores de este país no están del todo dormidos, se hablará mucho. Un beso, amiga.
Excelente texto para una presentación, Juan.
El libro, leído y disfrutado, es el actual Ortiz en esencia pura.
Raúl: Si ya lo has leído, entonces sabes lo que he intentado de explicar, su valor como libro, su valentía como autor. Un abrazo y suerte en Alicante.
Le tengo un afecto grande a Francisco y espero algún día tener su libro.
Muy buen texto y me agradó saber un poco más.
Abrazos fuertes.
Muchas gracias de nuevo, amigo.
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