"cómo saber de qué color era tu sueño
a la temprana edad de todos
los espejos".
José Luis Campos Duaso
Hoy Estación
Suipacha, además
de ser una auténtica estación ferroviaria cuya existencia no conocíamos
entonces, la estación del municipio del mismo nombre, en la provincia de Buenos
Aires, hoy, repito, es una bitácora
en la red que en cierto
sentido pretende recuperar aquel espíritu reflexivo del programa de radio, un
espacio tranquilo y discreto y como fuera del tiempo, casi un refugio de
montaña donde imaginariamente bailotea el fuego de la chimenea y en cuya
ventana, empañada, permanecen las gotas de una lluvia reciente. Su responsable,
José Luis Campos Duaso, el camarada poeta, publica estos días un libro que es
un viaje en el tiempo y que, completando lo que hemos dado en llamar «la
trilogía Suipacha», es, más aún que mis Pasadizos o que Almería 66, de Francisco Ortiz, memoria viva de aquellos
días de vino y tertulias, pues no en vano los poemas que contiene fueron
escritos precisamente entonces.
Hay un pasaje en la novela La náusea, de Juan Paul Sartre, en que el principal personaje femenino le explica al protagonista qué es eso que ella considera «situaciones privilegiadas»: se trata de la idea que se hizo siendo niña de determinados acontecimientos, sucesos o escenas que aparecían en cualquiera de las escasas ilustraciones incluidas en la Historia de Francia, de Jules Michelet, cuyos volúmenes ella se llevaba al desván para hojearlos largamente y a placer. Aquellas «situaciones privilegiadas», que a la fuerza debían de tener un significado especial, pues habían sido elegidas como motivo de esas ilustraciones, se quedaron grabadas en su mente y pasaron a ser, a lo largo de toda su vida, materia prima de lo que llamaba «momentos perfectos». Yo leí esto cuando estaba en tercero de bachillerato, y me sentí muy identificado con la teoría, aunque bien es cierto que interpretándola a mi manera: para empezar, no se trataría ya de grabados en un libro de Historia, sino de secuencias, peripecias, planteamientos o simplemente gestos con los que se fortalece el desarrollo de una película o de una obra literaria: esas ocasiones serían las «situaciones privilegiadas», y cuando aparecen en la vida de uno se convierten en «momentos perfectos». La vida y el arte andan desde siempre imitándose mutuamente, sin que sea posible saber a ciencia cierta quién toma más de quién. Pero no cabe duda de que en el arte existe una voluntad de perfección consciente, elaborada, intelectual, por eso nos emociona tanto descubrir esa misma perfección representada en la vida real, en nuestra vida.
Pues bien, todo cuanto ha rodeado a la publicación de Estelas de un
funambulista imaginario ha
tenido para mí la inequívoca y gozosa cualidad de un «momentos perfecto». Se
trata de una historia incorporada en varios actos a este argumento sin estructura
que es mi vida, como todas las vidas, esta suma de tramas y subtramas
improvisadas, de entre las cuales sólo una, la que tiene un nombre de mujer, le
da verdadero sentido a todo lo demás; pero eso ya es otra historia. La de este
libro de poemas, estas Estelas, comienza
hace más o menos un cuarto de siglo, con tres jóvenes de veintipocos años,
apasionados de la literatura, cuyos caminos se unen por azar en una ciudad del
sur. Es una historia que tiene su arranque, pues, a finales de los ochenta del
pasado siglo, con una tertulia literaria tantas veces mencionada aquí, y
prosigue de manera inmediata con aquel programa de radio, Estación Suipacha;
es una historia que se enriquece con otras presencias que van integrándose en
la tertulia en igualdad de condiciones, dándole cuerpo y solidez: Miguel Ángel,
Antonia, Juan, Carlos, Ana, Isabel, Jacinto... La mayoría de nosotros- pues es
de un nosotros de quien estoy hablando-, se inclinaba
por la narrativa; José Luis Campos, uno de los tres primeros tertulianos, se
avenía gustosamente a escribir algún que otro relato de aquellos que pactábamos
entre todos, pero era, esencialmente, el «camarada poeta», era el compositor de
versos increíbles entre los que fluía ya una madurez literaria y una sabiduría
que no dejábamos de admirar, era el que más moderadamente se planteaba aquello
de la vocación, pues antes aún que la de escritor le movía la de maestro.
Foto: JFH
Pero de la misma forma que el azar quiso unirnos, un buen día
quiso igualmente alejar de nuestro lado al camarada poeta. El amor, como en
toda buena historia, jugó sus bazas, y José Luis Campos no dudó en declararle
vencedor y en volcar en él todo proyecto de vida, y más adelante, cuando fue
necesario, en tomarlo de la mano y poner tierra de por medio; y no dudó tampoco,
según supe mucho tiempo después, en guardar todos sus escritos dentro de un
baúl y en olvidarse de aquella parte de su vida que estuvo ligada a la
literatura.
Debía de andar por entonces José Luis apartado ya de la Tertulia y
ocupado en cuestiones de la vida real mucho más prácticas, porque no recuerdo
cuándo se marchó a Barcelona, no recuerdo ese momento ni que mediara una
despedida formal. Sé que llegué a conocer fugazmente a su hijo de pocos meses
antes de su partida, y que de pronto dejó de estar, se hizo definitiva
ausencia, le añadió a la historia un viaje. La Tertulia continuó sin él durante
buena parte de la década de los noventa, brindándonos grandes experiencias
personales, y finalmente acabó deshaciéndose digamos que en el aire. Cada uno
de nosotros lo recordará a su manera y también a su manera podría explicarlo.
Pero cierto es que, sin dejar de tenernos afecto, tomamos caminos diferentes, y
que hasta ahora los hemos venido recorriendo siendo todo lo fieles a nuestros
sueños que las dificultades del vivir nos permiten. Tuvimos hijos, publicamos
libros, cambiamos de viviendas, entramos y salimos de varios trabajos, nos
enfrentamos a la enfermedad y nos desengañamos de muchas cosas, y durante todos
estos años, dieciocho años desde que se fue, nada menos, José Luis Campos fue
para mí el más ausente de todos, un recuerdo cada vez más lejano, una voz cada
vez más perdida en el laberinto de la memoria. Sencillamente: alguien del
pasado.
Pero he aquí cómo una «situación privilegiada» empieza a tomar
verdadera forma un día de marzo del año 2010, cuando, contra todo lo esperable,
recibí en mi correo electrónico un mensaje del camarada poeta, dieciocho años
después de su marcha, repito. Uno identifica con la literatura o el cine esos
giros imprevistos del argumento, ese volver a un lejano punto de partida para
cerrar un círculo y quizá empezar a trazar uno nuevo, ese espontáneo
reencuentro de los caminos de la vida tras muchas vueltas y revueltas por
separado, esa manera tan perfecta, en definitiva, de traer al presente un
pasado lejano. "La mejor manera de recuperar el tiempo invertido es
invertir el tiempo y decantar en él algo de literatura", me decía,
entre otras cosas, en aquel mensaje. Como la cosa más natural de este mundo, me
adjuntaba (nos adjuntaba a Francisco Ortiz y a mí, destinatarios del correo) un
par de poemas, los dos últimos que había escrito tras un silencio poético de
doce años, con los que quería recapitular y explicarse, precisamente, ese
silencio. Nos anunciaba además, una visita a Granada y Almería, y expresaba su
confianza en poder "reeditar nuestros encuentros". No volvimos
a vernos, sin embargo, hasta el mes de julio, y ya para entonces, gracias al
correo y al teléfono, nuestra amistad había recobrado buena parte de su
complicidad: hubo intercambio de largos mensajes, de viejas fotografías, de
textos desempolvados, de músicas propuestas; hubo incluso un relato a ocho
manos, las nuestras más las del joven Edgar Campos, savia renovada y brillante
transfundida a la Tertulia, una tertulia que así como si tal cosa echó de nuevo
a andar, un poco a tientas, es cierto, pues lo hacía en la oscuridad de la
distancia: no en vano ahora somos los vértices de un gran triángulo geográfico.
José Luis Campos en su ocasional retiro pirenáico
(Foto: Pilar Barrachina)
(Foto: Pilar Barrachina)
En algún momento, José Luis se animó a recuperar sus dos viejos
poemarios nunca publicados. Le imagino allá, en su casa de Canet, abriendo
aquel baúl o aquellas cajas, lo que sea que había guardado hasta entonces su
vida de poeta; abriendo carpetas, releyendo, rencontrándose con sus propios
versos; imagino un otoño de papeles mecanografiados despertando en sus manos,
imagino los poemas martillados letra a letra por una Olivetti. Para poder
compartirlos nuevamente con nosotros, los pasó a ordenador. Se trataba de
recordar aquella época, aquel esplendor en la hierba de nuestras expectativas
literarias.
Confieso que nada podía haberme preparado para mi propio
reencuentro con estas Estelas de un
fumabulista imaginario, cuyo título ya venía cargado de resonancias de un
ayer tan rico en aprendizajes, en ilusiones, en creatividad, un ayer mismo que
era de nuevo mis veintipocos años, de golpe. Imprimí los poemas en papel
anaranjado y los releí una y otra vez. Mentiría si dijera que recordaba un solo
poema completo: recordaba entre brumas el sentido de todos ellos, y sobre todo
me estremecía la certeza de haberlos leído mucho tiempo atrás; recordaba los
títulos de cada una de las partes en que está dividido el libro, particularmente
ese «Brumario del ochenta y siete», que me sacudió por dentro; recordaba el
efecto que entonces causaron en mí muchos de aquellos versos y también,
emocionado, versos en su exacta literalidad, fijados en mi subconsciente de
lector junto con frases completas de tantos otros escritores a quienes he
admirado desde muy joven y que me ayudaron a forjar un estilo propio. Versos
que revivieron en mí apenas leídos y que me trasladaron al pasado exactamente
como lo hace un olor, una melodía, un paisaje inmodificado.
Lo que más me fascinó, sin embargo, fue comprobar que aquellos
poemas eran todavía mejores de lo que yo recordaba; que las sensaciones que
estimularon en mí uno a uno, a medida que José Luis los escribía y nos los iba
dejando, se acrecentaban ahora con una mejor capacidad para leer y apreciar
poesía. Entre una lectura y otra cabe nada menos que mi encuentro con la obra
de José Ángel Valente y con la de Antonio Gamoneda, y del primero un ensayo muy
breve titulado Cómo se pinta un
dragón, donde se nos dice que el poema ha de retener de su naturaleza,
antes que todos sus sentidos posibles, lo que le constituye en rigor: "la fascinación del
enigma".
Una cosa percibí de inmediato en esa nueva y apasionada lectura de
los poemas: la música que late en ellos, que sonaba probablemente en su lejana
concepción y que pervive entre las palabras como un eco interior, esa música de
la que José Luis ha sido siempre fervoroso degustador, Glass, Mertens, Nyman,
Ciani, Roedelius, Cidrón, Hilario Camacho, Serrat siempre y en todo lugar (qué
más hubiera querido el camarada poeta que dejarse alcahuetear por las sábanas
de Irene, y columpiarse en sus alambres, y jugar a sus adivinanzas y
rompecabezas...). Que lo sepa quien se acerque a este libro: sus poemas están
habitados por la música, “dulce droga de
armonías”, de la misma forma que se abren hacia "un mosaico de lunas",
hacia un "crepúsculo
astrosófico" y unos "sueños cósmicos"
y un "universo
de dudas" y un "afán de idealidad"
y una "ilusión
de infinitos".
¿Sobre qué altura se trazan las estelas de su funambulismo? Tras
varias lecturas, uno ha de concluir que sobre la del presente, cualquier
presente en que los poemas pudieran ser leídos, pero particularmente sobre el
presente en que fueron escritos. El entonces joven y ya plenamente logrado
poeta transita hacia un futuro que menciona reiteradamente en sus versos: "un porvenir sin
vencimiento", "futuros de
incertidumbre", “provisión de porvenir”,
“hablamos del
futuro / como de un mundo a la deriva", castillos en el aire que
amenazan con desplomarse sobre “mi firme expectativa
de futuro”, futuro contenido en una luminosa bóveda invertida, un futuro
con el que encolerizarse, un “adiós para empezar a
creer en el futuro”, “una mañana de futuro
despejado”, un febrero “enfermo de futuro”,
“un vendaval de
futuro” que “arranca
nebulosas del camino”, “un futuro / de hojas
ingrávidas”... Nos dice, además, que "...suelen quedar
recuerdos / mezclados con una ilusión de futuro", y esa mezcla de
memoria y expectativas es constante en el libro: no en vano, aunque el
funambulista mira hacia adelante mientras recorre el vacío sobre el alambre
imaginario, es consciente de lo que deja atrás: “una infancia de cajas
enigmáticas”, dice, “luces pretéritas”,
caminos que han de llegar “al origen de los
cauces”, “un
motín de recuerdos”, “relojes que navegan /
un tiempo crudo y pasado”, una nostalgia que miente sin medida sobre el
pasado. Y sobre todo, con el poeta, “mapas de sueños”,
un “cielo de vela
ungida de esperanza”, incertidumbres también, sombras, “eternidades falsas”,
“aroma de infinito”,
el secreto de la eterna juventud, y, particularmente en «Noviembre boreal», la
cuarta parte del libro, el amor, las edades y los espejos: una “edad maldita de rabia”,
una edad que distorsiona febrilmente los rostros que navegan “en un ardiente mar de
espejos”, un futuro en el que mirarse antes de que fuera ya tarde...
“Los libros”, dijo Jean Améry, “no sólo tienen un
destino propio, también pueden ser destino”. Es el caso de estas Estelas de un funambulista
imaginario.
Funámbulo 1, 2001. Fernando de la Jara (www.delajara.com)
Yo vi al funámbulocomo instantánea luz,solo en la línea única.Cruzó el abismo(sobre la vertical feroz del miedo,sobre el rencor oscuro de lo ínfimo)José Ángel Valente
30 comentarios:
Emocionante reencuentro con la vida, amistad, la poesía y, de alguna manera, la juventud. Porque, en mi opinión, eso mismo es el pasado añorado, una pequeña gota del elixir de la juventud que el tiempo nos deja saborear por unos instantes.
No solo contagias ese entusiasmo, ese cariño y esa devoción por el poeta José Luis Campos, sino que abres el apetito lírico en los que siempre tenemos una voracidad por la poesía.
Permíteme que te diga que es muy bello este viaje al pasado-presente que nos dejas compartir, por la cuerda fumanbulista de la poesía. Termino con una frase tuya que me ha encantado y que resume, en mi opinión, el acto de la creación poética:
"La vida y el arte andan desde siempre imitándose mutuamente, sin que sea posible saber a ciencia cierta quién toma más de quién".
Un abrazo y buen verano, Juan.
Aunque el momento nos vaya robando entusiasmos, leerte es una lección para seguir creyendo en el hombre, en la vida, en la escritura, en la amistad y en lo que de ella perdura a pesar del tiempo y las distancias cuando es tan profundo lo compartido..."cuando suelen quedar recuerdos/mezclados con una ilusión de futuro"
Ha de de valer la pena leer a José Luis. Estoy convencida que me han de emocionar sus "Estelas de un funambulista imaginario". Un título hermoso, sin duda.
Un abrazo-
A veces, sólo a veces, la vida supera a la literatura. Creo estar ante una de esas infrecuentes situaciones, saboreando, si me permites, vuestro momento perfecto. Abrazos
Tengo "la náusea" en una repisa esperando desde hace un montón de tiempo. Y ahora pasa que no puedo decir nada sobre ella.
Verdadero orgullo debes sentir ante ese espíritu de camaradería unidos por las letras, la palabra, y seguramente, algún que otro cóctel...
Reconcilia con el género humano leer cosas como esta. Esa forma de compartir, de acortar distancia emocional. Es para tomar nota no solo del libro. Es para tomar ejemplo...Un abrazo.
Palabras que son exacta medida de un tiempo que no se fue del todo, que sobrevive precisamente en las palabras, escritas y dichas. Siempre pensé que me encontraba junto a dos colosos, junto a dos tipos sabios y fascinantes, y aprendí y sigo aprendiendo mucho, muchísimo. La Tertulia de la Calle Suipacha siempre será un lugar mítico y de recuerdo imborrable porque era para mí un aula, el lugar al que asistir para saber más teniendo cerca a los maestros. De Jose aprendí mucho de poesía, y me habría gustado ser de mayor poeta como él, con su gran sentido de la musicalidad y la esencialidad. De ti, Juan, aprendí a encarar el texto narrativo midiendo cada palabra, saboreando cada palabra, y de mayor me habría gustado ser un narrador de poderoso aliento y personajes vivísimos, como los tuyos en cualquiera de tus libros. De Miguel Ángel Muñoz, cuarto e imprescindible integrante de la Tertulia, aprendí a ser arriesgado, a mirar las historias buscando un camino diferente y siempre coherente, y de mayor habría querido ser, como él, perseverante y justo. De Juan Uceda aprendí a mirar el otro lado de las cosas. De Antonia Moreno Cañete, el amor por la literatura de verdad. De Carlos Espinar, una cierta ironía y una ligereza nunca superflua. De Pedro Vázquez, que cada párrafo tiene vida propia y escrutable, que corregir es la principal labor del que escribe. A todos os agradezco vuestras enseñanzas y amistad. Y aquí lo dejo consignado con tu permiso, Juan.
El libro de José Luis es la prueba de que su talento era ya firme cuando yo escribía relatos sobre detectives privados imposibles y sobre estores opacos. No solo era solido entonces, también ahora: leer sus poemas hoy es comprender que la poesía es un arma cargada de verdad y de intimidad sustanciosa, de belleza y de apuesta por la idea y el sentimiento inextricablemente unidos. Fue el primer paso de un poeta que ha seguido andando y escribiendo, y quienes lean este libro pedirán más y el camarada poeta estará obligado a darles más.
Debe ser un lujo tener amigos como tú que son capaces de contar esos momentos perfectos en situaciones privilegiadas con esa sensibilidad y cercanía tan tuyas.
Un beso, Juan.
Mu yemocionante tu relato y el reencuentro con todo tiempo pasado que, como se percibe, guardas entre tus mejores recuerdos. Visitaremos esa bitácora de Estación Suipacha. Un abrazo.
MARISA: Ese reencuentro se concretó de una manera física ayer por la tarde, en la presentación del libro (éste que puede leerse aquí es el texto con el que intervine en el acto), sumándose también al momento perfecto del que hablo. Un día emocionante para todos.
Inolvidable.
Nos hemos embriagado con ese elixir del que hablas, amiga.
Un beso y feliz verano también.
BEATRIZ: Cada cual que tenga la fe que mejor le alimente el alma: yo creo en la amistad y en la palabra poética, y en esos regalos que le hace a uno la vida burlando las leyes del tiempo a lomos de unos versos, trayendo el pasado al presente. Y sí, naturalmente que las estelas del funambulista emocionan. Un abrazo.
JOSE LUIS M.C.: Has de saber que sí estuviste con nosotros, después de todo. Mi regreso a la sede del IEA me permitió hacerme con un ejemplar de tus “Palabras efímeras”, que ya había leído de la biblioteca pero que deseaba tener. Ya sabes lo que es esa necesidad de poseer un libro: la misma que otros tienen de poseer oro. Un abrazo.
V: A pesar del título, mi relación con “La náusea” de Sartre forma parte de una historia de amor que empezó hace 28 en el instituto y aún no ha acabado. Más allá del estado personal algo turbado en que estaba cuando la leí e hice un trabajo sobre ella, puedo decirte que conservo el recuerdo nítido de que es una gran novela.
La palabra que me inspira esta camaradería tertuliana es emoción. Fuimos unos jóvenes letraheridos (los cócteles vinieron después, y ya no estabamos todos). He disfrutado el momento, pues bien sé -la vida me lo ha enseñado- que las cosas vienen y van. Un abrazo.
FRANCISCO ORTIZ: Estos días, ayer sobre todo, en que tanto te echamos de menos, me ha conmovido darme cuenta de cuánto significó para cada uno de nosotros todo aquello. Qué poco a poco, qué inadvertidamente, la juventud se convierte en un pasado lejano, y qué rápidamente nace un puente que lo cruza desde el hoy en apenas unos instantes.
¿Aprender? Todos de todos.
Cuando la amistad fue tanta, ayer es hoy, y hoy, dijo Machado, es siempre todavía.
… Y el camarada les dará más, y acaso la música no sea únicamente un eco interior…
MYRA: Vuestros comentarios me confirman lo privilegiados que hemos sido al tener aquella experiencia mágica que no acabó del todo cuando pareció que había acabado y que, quién sabe, quizá no acabe nunca totalmente.
Un beso, amiga.
MARCOS: Son The best years of our lives, los mejores, sí, los años del aprendizaje, y eso siempre cuenta. Esa Estación es mucho más que un lugar de paso, ya lo verás. Un abrazo.
He sentido una extraña turbación, una especie de nostalgia de lo ajeno que me ha aproximado, durante la lectura de tu hermoso artículo, al vértigo del funambulista. El espectador-lector se acerca de nuevo al Niágara de la vida para contemplar esta intensa travesía sobre sus cataratas con la emoción contenida: Funámbulo no, apenas sonámbulo.
Mi admiración envuelta en un abrazo, Juan.
Esa necesidad hace que ya esté buscando el de José Luis. Sobretodo después de leer todo lo anterior. Abrazos
Son tan personales tus palabras, íntimas diría, que no me atrevo a otra cosa que no sea volverlas a leer; en silencio.
Aprovecho, eso sí, para darte un abrazo estival.
Sin duda que el tiempo es una cuerda de funambulista situada sobre el precipicio, intentamos andar sobre ella sin caernos, aprendiendo a cada paso, para cuando lleguemos al final podamos mirar hacia atrás y ver nuestra historia, nuestro camino y sentirnos orgullosos de haber estado allí, de haber vivido y aprendido a cada paso. Pero si de algo nos tenemos que sentir orgullosos, yo por lo menos, no es del camino recorrido sino de la gente que te ha acompañado, de las personas, de los amigos que hemos hecho en el camino, en ese andar cansino, en esa secuencia lenta y en blanco y negro que es nuestra vida, nuestros recuerdos, nuestro pasado. Gracias a todos los que formaron parte de aquella mítica, al menos para mí, "Tertulia de la Calle Suipacha", de aquellos cafés lentos, de aquellos momentos inolvidables. Cómo me alegré de volver a departir con todos vosotros, con nuestro camarada Jose Luis, contigo y Miguel Angel, con Antonia y con todos nuestros amigos, que pena la ausencia de Paco, pero que alegría el reencuentro. Algún día tenemos que volver a repetirlo, y sin necesidad de que haya una presentación de algún libro para hacerlo. Por cierto, tu intervención, como siempre, la de un maestro y la de un amigo, inolvidable. Un abrazo. Carlos.
MIGUEL COBO: Me gusta mucho eso de “nostalgia de lo ajeno”, y también la idea del Niágara de la vida, donde toda riografía cumple el rito de la precipitación tumultuosa al vacío, al menos, ay, una vez en la vida. Gracias, amigo. Un abrazo.
JOSE LUIS MC: Te gustarán los versos de tu tocayo, además de encontrar en ellos una concomitancia poética. Estuvimos juntos leyendo algún poema de tus “Vísperas de casi nada”.
Es cierto, RAÚL, hay una evidente proximidad en cuanto he escrito acerca de estas Estelas, intimidad, sí, pues era como escribir sobre un libro desde dentro de libro... Algo así. Feliz verano.
Qué gran persona eres, CARLOS. Siempre tan generoso en la amistad. Cómo me gustó verte reír con esa franqueza con que lo haces. Recuperé esa risa tuya.
Explicas maravillosamente ese funambular que es la vida, y lo importante que es caminar con buen pie, y la suerte de haber encontrado en el camino a personas con las que aprendimos tanto. Fíjate cómo surgieron los recuerdos la otra noche, fíjate qué acertado ese “decíamos ayer” de Jacinto. No sólo para ti tiene algo de mítica aquella tertulia. Estos días he hablado con José Luis más que con nadie, claro, y la emoción es la misma… Aquellos cafés lentos… Lo repetiremos. Un abrazo muy fuerte.
Camarada Juan. No pueden tus lectores imaginar cuanto te agradezco (creo que es compartido por cuantos nos volvimos a reunir) todo lo que has hecho por darle vida a este encuentro. Los elogios son siempre inmerecidos y el compromiso es siempre insuficiente. Pero entre una línea y otra permitidme que utilice las frases de una de las dedicatorias que tuve el placer de escribir estos días para ofreceros algo digno a cambio de vuestras palabras: si la verdad nos ha de hacer libres, la libertad nos hará poetas.
Querido JOSÉ LOUIS, enormísimo cronopio: lo escribió mi admirado Gamoneda: "sentir la vida de los camaradas / es ser el camarada de uno mismo". Bien dijiste una vez que aquel chaval que escribía estelas mereció mejor suerte, como nosotros, los de entonces, merecíamos reencontrarnos una vez más, y fue. Al encuentro le dio vida el afecto y la admiración que te tenemos: bastó marcar sus números de teléfono. La amistad, ese movimiento perpetuo a través de los años...
Querido amigo :
espero ponerme al dia más despacio.
Ésta es la visita breve de una que regresa de las mini-vacaciones.. saben a poco, pero siempre agradezco los encuentros y visitas, a la vez que la inspiracion que me aportais.
Estoy poniendo al dia poco a poco la tarea de visitar a los amigos ( encantada de hacerlo) y de refrigerar el apartamento para que os resulte grato volver éste verano.
Un beso
ABRIL: En el Loser no nos hemos puesto a la altura de los tiempos y el aire es refrescado aún por esos grandes ventiladores de techo. Eso sí, como bien sabes la bebida se sirve muy muy fría. Qué agradable tenerte por aquí. (Yo estoy a punto de emprender el viaje de ida, por cierto). Un beso.
mi única explicación lógica es que leí hasta la entrada en la que quedó el comment. Pero no es sustentable.
Quedémonos con los pasadizos azarosos.
Rochie
ROSSINA: Ah, el azar, lo fortuito, andar sin buscarse pero sabiendo que se anda para encontrarse, cerca del Pont des Arts o a través de pasadizos o entre laberintos y espejos... Siempre un regalo recibir tu comentario.
En estos casos uno debe callar,leer desde lo más hondo y agradecer en silencio textos como estos llenos de amistad,reconocimientos y respeto.
Estoy algo emocionado,amigo.
Te deseo un buen verano,amigo Juan.
FRANCISCO MACHUCA: Muchas gracias, amigo. Confiaba en que te gustara a ti especialmente. Feliz verano también y un fuerte abrazo.
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